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Voluntaria del Hogar de Cristo y del Servicio Jesuita Migrante “Hace 70 años en Chile éramos tan pobres como los haitianos”

21 Agosto 2017 a las 12:49

La mamá escritora de Rafael Gumucio, Isabel Araya, se lipoaspiró en Puerto Príncipe, donde vivió 6 años.  Aunque casi se murió, hoy está flaca y feliz, haciendo talleres de lectura a adultos mayores del Hogar de Cristo y clases de “chileno” a migrantes haitianos. Admira a unos y a otros por igual.

Por Ximena Torres Cautivo

-En 2004, cuando llegué a Haití, me sentí en mi casa. Lo primero que me dijeron fue: “Usted también es haitiana, porque tiene nalgas”. O sea, me dijeron potona, y me encantó. Ahora, que estoy en Chile, con treinta kilos menos, volví a no tener poto, como la mayoría de las chilenas -dice, divertida y provocadora, la escritora y voluntaria del Hogar de Cristo y del Servicio Jesuita Migrante, Isabel Araya (76).

Isabel fue educada en Las Ursulinas, estudió Filosofía y tiene título de Asistente Social, es mamá de 4 hijos -uno de los cuales es el conocido escritor Rafael Gumucio-, nacidos de dos matrimonios. Primero se casó con el político de izquierda Rafael Luis Gumucio Rivas y duró 6 años. Luego con el diplomático Marcel Young, con quien vivió 36 años hasta separarse en 2010. La última etapa de esa larga unión la vivió como señora del embajador chileno en Haití, de 2004 a 2010. Y se enamoró del país y de su gente.

-No me costó nada acostumbrarme. Lo primero que hice fue ir a conocer la escuela República de Chile, donde nunca había ido ningún chileno a trabajar. Yo fui todos los días que viví en Puerto Príncipe. Hice clases, talleres, conseguí financiamiento del BID para arreglarla, porque era un asco. No había excusados en los baños, las sillas eran una especie de pica… Hicimos muchas cosas. Me ayudaron los soldados chilenos destinados allá como fuerzas de paz, y eso que yo no era muy amiga de los militares, pero estos resultaban adorables. Hicimos desde clases de cueca y bailes tropicales, hasta traer la artesanía del país a la Feria del Parque Bustamante. Ellos bordan, hacen cestería, tallan, pintan. Son un pueblo de grandes artistas, de maravillosos pintores.

Su hijo Rafael, bien abusivo con ella a la luz de su novela “Milagro en Haiti”, convierte a su mamá en Carmen Prado, la protagonista deslenguada de la historia, y relata una anécdota real y casi mortal: su decisión de hacerse una lipoaspiración en Haití, el país más  pobre y desfavorecido de América.

-¿Cómo se te ocurrió hacer algo así?

-De tonta. Aunque en Haití, la mayoría de la población es pobre y necesitada, hay gente rica riquísima y culta cultísima, que yo me imaginé se atendían con una doctora de la que me había hecho amiga y quedaban bien. Pero ella se fue de vacaciones a Miami después de mi operación y la herida no se me cerró nunca. Quedé pésimo. Mis niños me trajeron a Chile, donde me llevaron a la clínica directo desde el aeropuerto. Estuve un mes ahí.

-O sea, es cierto todo lo que cuenta tu hijo en el libro, como que despertaste en una clínica junto a tu nana haitiana Elodie, “negra, fatalista, que no cree en Dios y vive como si creyera”.

-Yo no soy pesada y creída como Carmen Prado, el personaje de la novela. Te juro que yo no soy así, pero Elodie sí existe y es una de mis mejores amigas. Y también es cierto que me operé en Haiti, pero lo hice de puro tonta, porque tenía 30 kilos de sobrepeso. Después, la guata, los kilos de más, se me fueron solos y ahora estoy flaca sin dieta ni nada. Simplemente, pasó. No sé quién le sacó pica a quién con eso: ¿Dios, yo? No sé.

Flaca, separada, feliz y realizada gracias a los talleres literarios que le permitieron escribir su primer libro de relatos el año pasado, desde que regresó a Chile, dedica todos las mañanas de los martes a acompañar las lecturas de los adultos mayores de la Casa de Acogida Joss Van der Rest, del Hogar de Cristo. Hay meses en que se dedican a la lectura de diarios y revistas de actualidad. “Te mueres lo bien informados que están los viejos. Son secos. Saben todo lo que pasa en el mundo y en el país. Voy con José García, marido de mi amiga Marcela Oyanedel, a trabajar con ellos. Pepe es geógrafo, pero además es un santo. Vamos con galletas, café y nos pasamos las mañanas conversando, leyendo, comentando libros. También hicimos con ellos Encuentros Locales Autoconvocados para ver qué querían ver plasmado en la Constitución. Fue increíble el sentido común y la inteligencia de sus propuestas; mejor que de la cualquier jurista. A Pepe le gusta tanto estar con los viejos, encuentra tanta sabiduría allí, que quiere que lo velen en la Casa de Acogida cuando se muera”.

-¿Qué leen los adultos mayores en sus talleres?

-De todo. Piden muchos libros. Pero lo que me impresiona es lo que les gusta y el sentido que les hace la novela “Hijo de ladrón”, de Manuel Rojas. Es impresionante cómo un señor de Mulchén hace análisis superiores al de un académico, por ejemplo, sobre ese libro. También leen al Rafita, mi hijo, lo ubican y lo oyen en la radio.

Juntos, Isabel y Rafael, serán el número fuerte de la reinauguración de la biblioteca de la Casa de Acogida Joss Van der Rest, del Hogar de Cristo, que en un notable acuerdo estará en línea con la red de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (Dibam). La renovada biblioteca está ubicada en calle Hogar de Cristo 3812, Estación Central y el próximo año se abrirá también a los vecinos del barrio. También participará del conversación José García. Este martes 22 de agosto, a las 12 será el conversatorio-inauguración entre madre, hijo y el amigo de ambos al que están todos invitados.

Pero eso no es todo: Isabel dedica las mañanas de sus miércoles a hacer clases a haitianos en el Servicio Jesuita de Migrantes. “Soy la única vieja que hace clases y me encanta. Es que yo soy muy jesuita en mi manera de creer. Yo sostengo que ¡como el padre Hurtado no hay! Tengo amigos jesuitas de todas las edades, desde Juan Ochagavía, quien con sus palabras le da sentido a mis flaquezas, me hace entenderme, hasta Gonzalo Arroyo, pasando por Felipe Berríos, al que conocí en Haití  y nos hicimos grandes amigos”.

-¿Qué descubres en esas clases que haces a los migrantes?

-Que Chile hace 70 años atrás no era tan distinto a Haití de hoy. Claro, había pavimento en las calles, al menos en las de los barrios donde me crié, pero los problemas de pobreza eran similares. Cuando yo era niña, una vez a la semana llegaba a mi casa una señora a lavar la ropa de todos en la artesa. La acompañaban seis niños a pata pelada. La gente soñaba entonces, como hacen los migrantes haitianos hoy, con tener un trabajo, una casa con piso sólido, salud, educación para sus hijos.

-¿Sientes que los estamos recibiendo bien, ayudando a cumplir sus sueños?

-Hay de todo. Abunda el típico tonto que cree que los haitianos vienen a quitarles el trabajo a los locales. Y otros se sorprenden y conmueven con su gentileza, su humildad, su capacidad de trabajo, su empeño por aprender. ¿Me creerás que ellos se paran cuando entra el profesor a la sala? ¿Te acuerdas de ese gesto antiguo de respeto? Ellos lo hacen. Quizás les falte un poquito de insolencia para sobrevivir, pienso a veces. Y quizás a nosotros lo que nos pasa es que nos vemos reflejados en ellos, en cómo éramos hace décadas atrás, cuando éramos tan pobres como ellos. Y a nadie le gusta que le recuerden tiempos peores, quizás eso explica las conductas xenófobas.

Si te interesa hacer voluntariado como el que hacen Isabel y José, #involúcrate aquí

 

 

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