Capítulo 7
Conclusiones y discusión final
Es primordial visibilizar la interseccionalidad de desigualdades que enfrentan las niñas y adolescentes del sistema residencial, quienes son discriminadas de manera simultánea por ser mujeres, menores de edad, en situación de pobreza y exclusión, ámbitos que interactúan y se potencian entre sí, dejándolas en un contexto de riesgo ecológico. Esta realidad no es nueva en ellas, ya que la mayoría de las veces es un problema intergeneracional que ha afectado a sus madres, hermanas, tías, abuelas y bisabuelas. Conocer esta trayectoria de vulnerabilidad permite entender ciertas características que poseen hoy las niñas y adolescentes en cuidado residencial, pero también proyectar las barreras y dificultades estructurales que enfrentarán en su transición a la vida adulta.
A esta situación de desigualdad, se agrega el sesgo de género en el tipo de violencia que sufren predominantemente las mujeres: la violencia sexual. En Chile, durante 2020, 90.087 mujeres denunciaron haber padecido violencia intrafamiliar (versus 23.326 hombres); 6.958 mujeres sufrieron abuso y otros delitos sexuales (versus 647 hombres); 2.147 mujeres fueron víctimas de violación (versus 189 hombres) y se registraron 43 femicidios consumados (CEAD, 2020; Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género, 2020). Esto es consistente con la evidencia internacional, que muestra que las mujeres sufren significativamente mayor violencia sexual que los hombres, incluso aunque muchas de sus manifestaciones ni siquiera son denunciadas o consideradas como tales por los sistemas judiciales y legislación de cada país.
Contar con un sistema que garantice íntegramente los derechos es fundamental para el sistema de protección especializado, que se focaliza en dar respuesta cuando los derechos de las niñas, niños y adolescentes ya han sido vulnerados, y también para asegurar las condiciones estructurales para que las vulneraciones no sucedan.
Las niñas y adolescentes en contextos residenciales deben ser consideradas como parte de un sistema social y familiar, provenientes de un contexto que otorga significados y formas de socialización específica. Para que la residencia pueda implementar un enfoque terapéutico e informado en el trauma, es imprescindible hacerlo en conjunto con las familias y otros adultos significativos de las niñas y adolescentes.
La evidencia muestra que uno de los factores de riesgo más altos para las niñas y adolescentes es la rotación de programas y la inestabilidad. Se destaca la importancia de generar las condiciones para reducir la movilidad entre instituciones y facilitar una mayor estabilidad, así como minimizar los niveles de recambio y rotación del personal, ya que la construcción de modelos de referencia sólo se logra a través de un trabajo constante y sistemático con referentes estables que puedan generar lazos fuertes y duraderos con las jóvenes.