Este es el testimonio de una joven estudiante a quien le comunicaron que iba a repetir por segunda vez. No quiso. No de nuevo. Llegó entonces a la Escuela Álvaro Lavín que fundación Súmate tiene en Maipú. De ahí, egresó este año. Esta es su historia; ojalá fuera la de los otros 227 mil niños y jóvenes que están fuera del sistema educacional.
Por María Luisa Galán
Los resultados de la prueba del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA) 2022, dejó de manifiesto cómo la pandemia afectó la educación de niños, niñas y jóvenes de nuestro país y el mundo. De acuerdo a las estadísticas presentadas, en comparación al 2018, el promedio de la OCDE disminuyó en quince puntos en matemáticas, y diez en lectura.
A nivel local, Chile también bajó sus cifras.
Si bien en ciencias se mantuvo el promedio, matemáticas y lectura descendieron. En la prueba de 2022 los estudiantes nacionales obtuvieron 412 y 448 respectivamente. Superando a México, Brasil e Indonesia, pero debajo de España, Portugal y Turquía.
YO TOMÉ LA OPCIÓN
Estudiar en Chile es difícil. Sobre todo para quienes viven en situación de pobreza.
A esto se suman desaciertos como el desastre que ha sido la implementación de los servicios locales de educación pública en Atacama y el prolongado paro de profesores en la región del norte que dejó a 30 mil estudiantes sin clases por más de dos meses.
Catalina tiene 18 años. Iba a un colegio donde era buena alumna y compañera. Pero problemas personales, familiares y la pandemia, hicieron decaer su ánimo y sus ganas de estudiar. “Empeoró drásticamente todo lo que pasaba en mi vida”, dice.
No asistía a clases. Ni siquiera tenía las fuerzas para conectarse a las cátedras online. Repitió. El siguiente año fue mejor, lo pasó, pero los problemas volvieron. De nuevo, Catalina no soportaba la ecuación de sus problemas e ir al colegio. “No estaban entendiendo la situación en la que estaba. No eran comprensivos. Ellos mismos me dijeron que no podían ayudarme. Eso me dolió bastante”, relata.
El equipo educativo convocó a su mamá y a ella. En la reunión le dijeron que iba repetir, por segunda vez. Pero ella se paró firme y alzó su voz. Recuerda sobre ese momento: “Nos estábamos levantando cuando me puse a llorar y dije: ‘no quiero repetir. En realidad todo esto no me da igual’. Creo todos tenían esa impresión. Me dijeron bueno, te podemos dar una opción, te podemos derivar a un colegio que se llaman Padre Álvaro Lavín y ver si ellos te pueden ayudar. Y yo tomé la opción”.
REINGRESAR AL SISTEMA
Su testimonio no difiere de los miles de jóvenes que llegan a una de las cuatro escuelas que tiene la fundación Súmate del Hogar de Cristo. Tres en Santiago, y otra en Concepción. Problemas personales, violencia intrafamiliar, embarazo, entre otros, son algunas de las razones de por qué dejan sus estudios.
El relato de Catalina continúa con mucho orgullo: “Vuelvo a pensar en ese momento y digo qué hubiera pasado si me hubiese quedado callada. Si me hubiese ido, si no hubiese dicho: quiero sobrevivir, seguir adelante. Esto no es algo que yo no quiera. No quiero dormirme, no quiero repetir de nuevo. Fue un momento que cambió mi vida, pero drásticamente. Y fue una decisión que tomé yo. Nadie más”.
Era octubre del 2022 y esa misma semana llegó al Colegio Padre Álvaro Lavín de la fundación Súmate, ubicado en Maipú. “En esas dos semanas que fui al colegio logré salvar el año escolar. Pero no fue eso lo que me sorprendió, sino la convivencia con los profesores. El ambiente fue lo que logró que siguiera yendo porque yo seguía teniendo problemas. Pero la forma en que me trataban y que comprendían mis necesidades, era lo que me motivaba a seguir yendo”.
-A nivel académico, ¿Cuál es la diferencia entre el colegio que ibas y el Colegio Padre Álvaro Lavín?
-Un ejemplo, en mi colegio habían 40 o quizás 45 alumnos por sala. En Súmate quince o a lo más veinte. Una diferencia muy grande porque si tengo un problema, es más fácil ayudarme. Yo era horrible en matemáticas, generalmente era algo que me hacía llorar en las pruebas. Estaba traumatizada. En Súmate mejoré un poco mi relación con las matemáticas porque había tiempo para que el profe me ayudara sin necesidad parar la clase entera. El profesor venía a mí, me daba mi tiempo, no me ridiculizaba. En el colegio antiguo, varios profes hacían sentir que una estaba molestando, que no queríamos aprender.
Catalina habla en pasado porque ya egresó. Y aunque no está en su futuro inmediato entrar a la universidad, rindió hace poco la Prueba de Acceso a la Educación Superior (PAES). Lo hizo por recomendación de sus profesores, para que viviera la experiencia.
Quiere hacer el Servicio Militar. Dice que sería una forma de escapar de lo que está viviendo, pero sobre todo, por los beneficios que eso conlleva: salud, trabajo, jubilación temprana. También la hace ruido ir a la universidad, pero no por ahora porque cree que a los 18 años, las personas no están preparadas para tomar una decisión así. Además, en sus palabras: “No todos tenemos la situación económica para equivocarnos de carrera todas las veces que queramos”. Por ahora vislumbra estudiar derecho o ser profesora de lenguaje, historia o inglés.
-¿Cómo recomendarías los colegios de Súmate?
– Le diría que para alguien que sentía que no tenía un lugar en el mundo, que personas como yo no está destinada a seguir adelante, encontrar soluciones; incluso cuando todo se ve negro, hay gente que está dispuesta a ayudarte. Y aunque hay gente que quiere ayudar, por dentro igual piensan que te da igual. Pero todo es tu decisión y es mentira que no tienes poder por las cosas que pasan en tu vida es mentira. Tú tienes un futuro.
-¿Tenías compañeros en Súmate que tenían esa visión de sí mismos?
-Sí, generalmente lo veía alrededor mío. Incluso si nos llevábamos mal, no podía evitar sentir empatía por todo el mundo porque sabía que estábamos todos teníamos una historia. Que todos podemos empatizar con algo, porque en realidad todos teníamos una lucha interna.