Chile enfrenta un desafío social enorme: 227 mil niños, niñas y jóvenes están fuera del sistema escolar y, cada año, 50 mil abandonan la escuela. Tras estas cifras hay historias resiliencia, personificadas en jóvenes como Christopher y Gregoris, cuyos caminos educativos revelan tanto las deficiencias del sistema como la inquebrantable voluntad humana de querer salir adelante.
Por Matías Concha P.
«Ahora se nota que hablo bien, pero antes de llegar a Súmate, no era capaz. Ni leer sabía, ni escribir. Tres veces repetí primero básico hasta que me echaron del colegio», cuenta Christopher Quintuman (23), egresado finalmente del Colegio Padre Hurtado de Fundación Súmate, en Renca.
Después de ser expulsado, Christopher buscó un lugar en otros colegios, pero se enfrentó siempre a la misma respuesta: «Este niño no encaja en una escuela normal». Christopher fue a dar a la escuela especial La Esperanza, en la comuna de Renca. Actualmente en Chile, hay 576 escuelas especiales que atienden a más de 39 mil estudiantes con autismo, síndrome de Down, discapacidad intelectual, ceguera, problemas motores o sordera. La mayoría de ellos procede de familias vulnerables. Esta realidad empeora aún más si consideramos que dos de cada tres de estos niños provienen de familias clasificadas dentro de los dos quintiles con menores ingresos.
“No cachaba bien si era mi lugar, pero lo que sí me pegó fue que tenían talleres de cocina y de tejer. Como me iba mal, me mandaron al de tejer. Pero yo, en realidad, quería puro aprender cocina, para cachar algo y tener un oficio después. Pero con las notas que tenía, no me dejaron entrar”, cuenta Christopher.
Después de 5 años en La Esperanza, Christopher aún no aprendía a leer o escribir con fluidez. “Es difícil aprender en colegios así. Había niños que iban con cuchillos, que te pegaban o te hacían bullying, a mí me decían: “Lord Farquaad”, porque era muy bajito de estatura”, explica.
El problema surgió cuando le informaron que a partir del año 2019, el Ministerio de Educación sólo certifica los estudios de escuelas especiales hasta el nivel de Educación Básica. “Ese día me dijeron que sólo me podían acreditar hasta sexto básico. Y con 15 años, dime tú qué colegio normal me iba aceptar”, señala con angustia.
-¿Qué hiciste?
-Entré a Fundación Súmate.
En 2015, a punto de cumplir 15 años, Christopher ingresó al Colegio Padre Hurtado de Fundación Súmate, en Renca, donde se inscribió en la modalidad diurna 2 años en 1. Este programa abarca 5 cursos de educación básica. Tiene capacidad para 120 estudiantes y cuenta con un equipo multidisciplinario de profesionales, que incluye a psicólogos, profesores en educación diferencial y trabajadores sociales.
-¿Sigues estudiando?
-Sí, logré mi sueño, salí de cuarto medio y entré a la universidad. Voy a estudiar Ingeniería Eléctrica en el Inacap de Renca. Para no creerlo, ¿cierto? Para mí, es un logro inmenso, yo no sabía lo que era una graduación, mis primos siempre se graduaban y yo nunca, siempre estaba estancado.
-¿Qué marcó la diferencia?
-Mis compañeros en Súmate eran la raja; les pasaba lo mismo que a mí. Algunos, incluso, la tenían más difícil. Y los profes del Súmate, ni hablar, como la profe Carolina, que es la profe diferencial, siempre me decía: “Ánimo, Christopher, tú puedes con todo”. Yo le decía que no cachaba nada, que no me entraba la lectura, pero al final, sí pude. ¿Sabes quién me apoyó caleta? Mi mamá. Ella me enseñó a no rendirme, se levanta a las cinco de la mañana todos los días, porque trabaja haciendo aseo en el mismo Inacap donde yo estoy estudiando ahora.
UN NUEVO COMIENZO EN CHILE
Gregoris Quezada trae consigo el periplo de un viaje desde República Dominicana a Chile. Un cambio que significó no solo adaptarse a un nuevo país, sino también enfrentarse a las barreras de un sistema educativo distinto. «Llegué a Súmate a cursar tercero básico y tenía quince años,» cuenta, subrayando la magnitud de su desafío.
-¿Por qué llegaste Chile?
-Allá vivía con tíos, mi mamá ya vivía en Chile. Como estaba solo no le prestaba atención a las clases y vivía trabajando. Tenía como 12 años y vivía con mi tío en un campo donde cultivábamos productos orgánicos, como café, zapallo, plátanos, en nuestra hacienda. Tenía la posibilidad de ir al colegio pero no tenía a la persona que me dijera: “Anda a estudiar, es tu responsabilidad”.
Hace cinco años, Gregoris ingresó al Colegio Padre Hurtado de Fundación Súmate, situado en el corazón de Renca, con la esperanza de cambiar el rumbo de su vida. Al principio, se encontró navegando en un mar de incertidumbre. Las aulas le eran tan extrañas como los rostros de sus compañeros. Su miedo no era solo el de no saber, sino el temor a ser descubierto en su no saber, lo que le sumía en una vergüenza profunda.
-Llegué a Súmate y no sabía leer, ni sumar, ni escribir, pero en menos de un año, ya estaba leyendo libros y hasta me empezaron a gustar las matemáticas. Todo esto se lo debo a los profes de Súmate, que son secos. Nunca te dejan tirado y siempre están ahí para echarte una mano. Me gustó tanto ir al colegio que, en cinco años, solo falté una semana, y eso porque el frío me pegó fuerte y me costó acostumbrarme.
-¿Saliste del colegio?
-No solo salí del colegio, también entré a la Universidad de las Américas y me dieron una beca para estudiar Kinesiología. En la entrega del diploma de cuarto medio, mi mamá lloró de emoción. Usted tiene que entender, para nosotros es un orgullo todo esto, mis hermanos sacaron la enseñanza media pero no entraron a la universidad, así que soy el primero de mi familia en ser universitario, en que será profesional.
Las historias de Christopher y Gregoris son más que relatos de superación personal; son un llamado a la acción para abordar la exclusión educativa de manera integral. Su éxito subraya la necesidad de escuelas y programas de apoyo como Súmate, que ofrecen no solo educación, sino también dignidad y oportunidades para aquellos 227 mil niños, niñas y jóvenes que se encuentran al margen.