Carolina Sepúlveda y su experiencia con los alumnos: “Comprobé la capacidad que tiene el arte de combatir la exclusión”

Publicado el 10/11/2017

De las seis jóvenes y destacadas fotógrafas que participaron del proyecto artístico Santiago Poniente, ella es la que más se comprometió con una de las líneas de trabajo del Hogar de Cristo: las escuelas de reingreso para adolescentes excluidos del sistema escolar. Aquí, su testimonio.

Por Ximena Torres Cautivo

“Me encantaron varios símbolos de dignidad que practica el rector del colegio de reingreso Padre Lavín con los chicos, como llevarlos a pasear al Mall de La Dehesa desde Maipú, para darles a entender que ellos tienen el mismo derecho que cualquiera a pasear por un lugar bonito, lujoso, incluso. O cambiar las bandejas plásticas del casino por platos de cerámica blancos, pese a que le advertían que los cabros los podían quebrar y usarlos como armas para pelear. Puro prejuicio”.

Carolina Sepúlveda es matea. Artista, pero matea. Seria, responsable y apasionada. Cuando, como fotógrafa joven pero reconocida, le propusieron participar de “Santiago Poniente”, un proyecto artístico cultural del Hogar de Cristo, que busca relevar el Chile de los que no vemos, de los más vulnerables del país, se entusiasmó de inmediato. Ahí pidió conocer cuáles eran las líneas de trabajo del Hogar y de sus fundaciones. Además de sorprenderse con la diversidad de áreas de la causa del padre Hurtado, se fascinó con el trabajo de Fundación Súmate: las escuelas de reingreso para jóvenes que han sido excluidos del sistema escolar. El libro “Valientes”, que recoge las historias de chicos y chicos que por sus historias de precariedad económica, familiar y social han dejado de estudiar y luego, con un enorme esfuerzo han vuelto a hacerlo, la convenció de qué eso era lo que quería fotografiar.

Así conoció el taller de música del Colegio Padre Lavín, dirigido por el profesor Nicolás Espinoza, y las bandas que han formado sus alumnos.

“Así empecé a ir al colegio, donde comprobé que todo lo que había leído en el libro ‘Valientes’ era real. Vi manos en el hombro, cariños en la cabezas, profesores tremendamente comprometidos y con una dedicación admirable. El colegio es un lugar acogedor, rico, un oasis en medio de la población. Hay en él y su equipo una evidente apuesta por la calidad y la dignidad de los chicos. Por eso, los alumnos no quieren irse de ahí. Durante el verano, cuando se produce un punto de inflexión y se corre el riesgo de que no regresen, se hacen talleres, que están llenos y evitan que pateen piedras en la esquina”.

Carolina empezó a ir y a hacerles fotos, con mucho respeto, ganándose de a poco su confianza. “Como artista, corroboré la capacidad que tiene el arte de cambiar la visión de los niños, de los jóvenes, que han crecido con profundas desventajas sociales, familiares, económicas. Tengo una hermana, que es artista circense que hizo un taller en una localidad del norte, muy dominada por el narco. En 10 días de talleres, el impacto en la población fue tal, que la policía comprobó una baja en la actividad delictual y de tráfico, pero mantener esa suerte de alto al fuego es muy difícil, porque los narcos no quieren soltar los territorios donde reinan, pero se puede, aunque las barreras sean muchas y estén por todas partes. La discriminación y el prejuicio son las que más me impresionan”.

-¿Cómo te recibieron los alumno del Colegio Padre Lavín?

-Súper bien. Yo traté de no ser muy invasiva, porque mi técnica fotográfica utiliza un gran aparataje, además del equipo de luces. Al comienzo, miraban lo que yo hacía, pero me hablaban poco. Después se fueron acercando y yo les contaba de mi trabajo, les mostraba mis fotos en el celular. Los chicos son artistas y saben que el que la sigue la consigue. Yo les hablaba de mi experiencia, de que estudié con becas, que no fue fácil. Que es necesario insistir, esforzarse, porque si quieres, puedes”.

-Hablaste en la inauguración de Santiago Poniente en el GAM y dijiste que te habría encantado haber estado en un colegio como el padre Lavín. ¿Por qué?

-Yo era una niña con mucha opinión, que tenía problemas con el autoritarismo sin sentido, tan propio de nuestra educación, pero como era aplicada, me iba bien en el colegio. Eso compensaba mis ‘faltas de respeto’. Hice la enseñanza media en el Liceo de Chillán y la básica la viví en Pinto, un pueblo camino a la termas, donde mi papá tenía un taller mecánico. Dije lo del Colegio Padre Lavín, no porque haya tenido las dificultades de sus alumnos, sino porque su método estimula con libertad y sin autoritarismo el aprendizaje. Es muy moderno, muy avanzado.

Así como celebra las iniciativas del rector, el profesor cubano José Luis Casanova, también destaca a Nicolás, el profesor del taller de música. “Es  un gallo súper comprometido, con la camiseta puesta por el rendimiento, el crecimiento de los chicos, por instalarlos. No se limita al trabajo de taller, les pone metas. A mí me dijo: ‘Mi pega es escucharlos’, y eso es lo que hace, más allá de la música”.

-¿Quedaste con ganas de hacer más cosas?

-Quedé muy emocionada con lo que viví. Y con la inquietud de cómo lograr más difusión para las escuelas de reingreso y el trabajo que hacen. Mis fotos son difusas, esa es mi técnica, la que es muy coherente con la idea de mostrar la pobreza, que también es difusa e invisible para el sistema, tal como estos proyectos que la gente desconoce. ¿Por qué no hay mayor conocimiento de todo lo que hace el Hogar de Cristo? ¿Por qué la gente se queda sólo con la idea de que tiene hospederías para viejitos? Eso me tienen metida. También me da vueltas el qué pasa con estos niños en su vida adulta, porque hay mucho daño y trauma en ellos. No la tienen fácil, aunque algunos logran superar todas sus desventajas y salen adelante. Y eso pasa porque un niño, por dañado que esté, al encontrar una oportunidad de calidad, es como cualquier otro niño.

-¿Efectivamente, los consideras valientes, como se llama el libro con sus historias?

-Sí, y por eso me impresiona ese rasgo tan nefasto de los chilenos, que es la discriminación. Juzgarlos por cómo se visten, por cómo usan el pelo, acusarlos de flojos, porque han tenido la desgracia de nacer y crecer en la pobreza. He visto esos juicios y prejuicios publicados en redes sociales y me indignan.

Las fotos de Carolina están en la muestra “Santiago Poniente”, que tendrá una reinauguración en Matucana 100 este 22 de noviembre y estará abierta de manera gratuita hasta el primero de diciembre. Eso, mientras trabaja en llevar a regiones su trabajo “Luz común”, que “es una mirada íntima al experiencia del habitar contemporáneo en comunidades de edificios residenciales”.

La obra de Carolina presentada en “Santiago Poniente” lleva por título “Emergentes”, y así lo explica: “Es un nombre doble sentido. Por un lado, es la denominación típica con que se llama a los artistas que están empezando, y por otro, alude a que estos jóvenes están cruzando esa barrera de exclusión a través de la educación y el arte. Están apareciendo, de a poco, difusos aún, pero en camino de ser vistos”.

La artista se explaya y agrega: “La idea que quise desarrollar al tomar este proyecto, antes de mis visitas al colegio, fue el concepto de ‘barrera’ de exclusión y cómo este linde puede ser cruzado de la mano de la educación y del arte como un arma estratégica capaz de estimular la expresión y la reflexión, mostrandole a los jóvenes que otros mundos son posibles. Esto está representado en la fotografía de la guitarra apoyada contra la pared. Aquí la línea diagonal que separa el piso beige de la pared azul simboliza la barrera de exclusión, y el instrumento musical representa el puente para cruzar aquel linde. Es la imagen más poética de la serie”.

La exposición “Santiago Poniente” integra el trabajo de otras 5  jóvenes pero reconocidas fotógrafas invitadas a capturar la invisibilidad de la pobreza y el conjunto será parte de una atractiva caja de postales que Hogar de Cristo regalará esta Navidad a sus amigos y colaboradores.

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