“Lo que más me duele no es que me rechacen en trabajos por no tener cuarto medio; lo que me quiebra es no poder ayudar a mis hijas con sus tareas”. Así de claro lo tiene esta madre que, como tantas otras mujeres en Chile, dejó la escuela siendo apenas una niña. No fue por elección, sino por las circunstancias: la pobreza, la
Por Matías Concha P.
A diferencia de sus hijas, Marita creció en El Carmen, una pequeña localidad rural cerca de Chillán, en el sur de Chile. Fue la menor de siete hermanos, y las dificultades económicas de su familia la apartaron de la escuela cuando apenas había aprendido a dividir. “Tenía que caminar mucho para ir a la escuela, salir temprano, andar sola por el campo”, recuerda. Abandonó sus estudios en sexto básico y, según cuenta, a nadie le importó.
-¿Nadie te dijo nada?
-No, mis papás necesitaban generar ingresos y no podían tenernos a todos estudiando, así que lueguito una tía me trajo del sur a trabajar en la ciudad y, desde entonces, he cuidado a ancianos y hijas de otras familias. Así pasaron los años y con el tiempo apenas aprendí lo básico. Sé juntar algunas letras, pero no leo de corrido. Tampoco sé escribir bien. Cuando hago trámites, a veces no entiendo lo que me piden y eso me avergüenza.
Marita Balboa (51) es madre de Sarely, de 28, y de Jackie, de 17. Su vida no ha sido fácil. Tras emparejarse con el padre de Sarely, convivieron durante ocho años en una relación marcada por la pobreza, la violencia y la descalificación constante. “Me quitaba lo que ganaba cuando empecé a trabajar. Era un hombre alcohólico y violento”, recuerda. Esta situación la llevó a tomar una decisión drástica: dejar esa relación y mudarse a Santiago, trayendo a sus dos hijas con ella.
-Comencé a trabajar como asesora del hogar, puertas adentro –recuerda Marita–. Era el único trabajo que no exigía, al menos en esos tiempos, tener cuarto medio. Imagine lo difícil que fue vivir sin entender lo que se lee. En la vida está todo escrito: las redes sociales, los mensajes, el internet, las cuentas, las direcciones. Por ejemplo, cuando tengo que hacer algún trámite o me mandan un mensaje por WhatsApp, mis hijas me ayudan. Responden por mí o me dicen lo que está escrito, para que no me equivoque.
Marita forma parte del 50% de los chilenos que, según la Fundación Letra Libre, sufren de analfabetismo funcional. Un fenómeno que va más allá de no saber leer o escribir: se refiere a la incapacidad de aplicar esas habilidades en contextos cotidianos, como realizar un trámite o comprender un documento. A pesar de ello, lo que más le duele es no haber podido ayudar con las tareas a ninguna de sus hijas. “Como le decía, yo junto las letras, pero no leo de corrido y, a veces, no entendía lo que ellas me pedían. Ahí me quedaba trabada y no sabía cómo seguir. Eso me dolía, mucho más que cuando me rechazan en una pega por no tener cuarto medio”.
-¿Cómo sacaste adelante a tus hijas?
-Trabajando y buscando ayuda, sin excusas. Mi hija menor, Jackie, enfrentó bullying en la escuela por su timidez y sufrió crisis de pánico, así que busqué apoyo en el Colegio Betania de la Fundación Súmate, donde la acogieron. Antes vivíamos en Macul, que era un lugar más tranquilo. Pero una oportunidad de vivienda nos llevó a La Pintana, donde la violencia es más palpable y a menudo se escuchan balazos. Eso afectó a mi hija, pero gracias al apoyo de Súmate, ahora habla más, está más contenta y sueña con ser veterinaria. ¿Quién lo diría?
En Chile, más de 500 mil personas aún no saben leer ni escribir, una realidad que afecta directamente a madres como Marita. Hoy, a pesar de las dificultades, ha encontrado en los logros de sus hijas el orgullo lo que siempre soñó alcanzar.
-¿Te gustaría retomar tus estudios?
-Como todo en mi vida, no me da el tiempo. Si le soy franca, el avance de mis hijas en sus estudios es todo el orgullo que podría esperar. Siempre lo he dicho: la educación es lo más valioso que los papás podemos dejarles a nuestros hijos.