Llegó a los 16 años a este establecimiento de la comuna de Maipú, sin saber leer ni escribir para cursar tercero y cuarto básico. Gracias a la ayuda académica, económica y emocional que recibió, salió adelante. Fue uno de los casi 200 mil menores y jóvenes que están fuera del sistema escolar en Chile; hoy está por egresar de la carrera de técnico en enfermería, gracias a fundación Súmate del Hogar de Cristo.
Por María Teresa Villafrade
Hasta el 2020, en Chile existían más de 186 mil menores y jóvenes de entre 5 y 21 años que abandonaron el sistema escolar, y las cifras entregadas por el Ministerio de Educación en 2021 sumaron a otros 39.498 niños y niñas que no se matricularon en ningún establecimiento ese año.
Para el 2022 aún no se han entregado cifras, pero lo preocupante es que los niños, niñas, adolescentes y jóvenes marginados del sistema lo son mayoritariamente por su pobreza, porque padecen graves problemas familiares y/o de aprendizaje, y no se ajustan al sistema. No son visibles y no exigen. La exclusión escolar está directamente vinculada a la población con mayor vulneración social.
Una forma de abordar este problema son las escuelas de reingreso. Son espacios educativos con un enfoque pedagógico personalizado y métodos didácticos interactivos, orientados a la restitución del derecho a la educación de niños, niñas y jóvenes que, por distintas razones, tienen trayectorias educativas discontinuas o truncas.
La Fundación Súmate de Hogar de Cristo tiene cuatro escuelas de reingreso. Una de ellas es el Colegio Padre Álvaro Lavín, con modalidad diurna de 2 años en 1, con educación básica y media y talleres de oficio de gastronomía y estética. Tiene capacidad para 215 estudiantes y un equipo multidisciplinario de profesionales y apoyo PIE (Programa de Integración Escolar).
Mauricio Ruz (23) fue alumno de esa escuela. Llegó con 16 años derivado de un hogar de rehabilitación de alcohol y drogas, para cursar tercero y cuarto básico, sin saber leer ni escribir. Su profesora, Cristina Díaz, recuerda: “Él quería terminar sus estudios pero tenía muchas dificultades. Vivía solo porque su mamá lo había echado de la casa, arrendaba una pieza y tenía que trabajar para sostenerse”.
Contra todo pronóstico y gracias a la ayuda que recibió del colegio, logró la meta tal como relata él mismo:
“Me costó mucho adaptarme a la rutina escolar, porque tenía manías de haber vivido en la calle. No tuve una infancia muy bonita, por falta de padre, falta de madre, ¿me entiendes? No podía leer ni escribir porque tenía dislexia y nunca nadie se había preocupado verdaderamente de enseñarme”, dice.
Agradece mucho el apoyo de su profesora Cristina Díaz, porque “poco a poco me fui incorporando y volví a ser yo. En mi vida estaré siempre muy agradecido de Súmate porque fue una casa para mí, fundamental, pasé de estar en la calle y de andar haciendo cosas malas a estudiar a un colegio súper acogedor, con profesores cordiales y dedicados que me ayudaron a cambiar. Siempre me aconsejaban, me ayudaron económica y emocionalmente. Para mí fue una experiencia súper linda”.
“HAY HISTORIAS PEORES QUE LA MÍA”
En el colegio Padre Álvaro Lavín, Mauricio Ruz logró finalizar sus estudios hasta segundo medio. Posteriormente ingresó al servicio militar donde completó su enseñanza media.
“Estuve en el regimiento de Arica, tengo un hermano que es cabo segundo. En todo ese tiempo siempre mantuve la comunicación con Súmate, igual iba a verlos cuando podía, es complicado porque la mayoría no tuvo la misma suerte que yo. Hay historias peores que la mía, niños que lo han pasado muy mal. Cuesta, pero se puede”.
Después de su paso por el Ejército, entró a estudiar técnico en enfermería en el instituto IPLACEX y hasta hoy sigue consultándole a su ex profesora sobre matemáticas y lenguaje:
“Yo no tengo ahora mucho apoyo en ese sentido, entonces a pesar de que ya no voy al colegio, sigo buscando su ayuda. Cristina es un ángel no solo para mí sino para muchos otros alumnos. Voy en segundo año de carrera, me falta poquito. Tengo igual un trabajo estable, soy jefe de seguridad en Walmart. Es decir, estudio y trabajo, es muy sacrificado porque además, los fines de semana me gusta dedicarme a sacar fotos en el parque, es otro emprendimiento que tengo”, revela.
Actualmente recompuso los lazos familiares y vive en Renca con su madre. Su padre falleció, pero para Mauricio uno de los momentos más dolorosos que vivió estando en el colegio fue el suicidio de su hermano.
“Fue horrible, no teníamos dinero y el colegio me apoyó, eso tampoco se me olvida y se los agradezco eternamente. Gracias a ellos puedo ser la persona que soy ahora. Me formaron en principios y a pesar de que yo era bien mañoso, cabro chico, los profesores nunca me dieron vuelta la espalda. Podrían haberme expulsado porque era desordenado, traía costumbres que tenía de la calle, pero nunca me abandonaron. Por el contrario, fueron súper amables y me enseñaron y me inculcaron valores que no tuve en mi familia. Siempre lo voy a agradecer. Fue una etapa muy bonita, si me preguntan si la volvería a repetir, digo que sí al ciento por ciento”.
Su jornada laboral diaria es de siete de la mañana a cinco de la tarde. Luego va al instituto hasta las 10 de la noche. Los fines de semana no descansa, se va a trabajar como fotógrafo a Quinta Normal, dependiendo de los turnos laborales de 5×2 o 6×1. “Yo soy encargado de seguridad, entonces es complicado porque debo administrar mis horarios con los de los demás”.
Gracias a eso, puede pagar su carrera que le cuesta 130 mil pesos mensuales y aportar al arriendo y los gastos de su casa.
-¿De dónde sacas tanta fuerza y positividad?
-No lo sé, no podría decirlo, creo que son las ganas de salir adelante. Quiero ser paramédico, salvar vidas, ayudar a las personas, ser un aporte a la sociedad. Esos son mis sueños.