Felipe Rapimán y Angelo Gutiérrez comparten edad y vocación; son profesores del mismo colegio y tienen un compromiso real por sus alumnos. Se dice que hay una crisis por la baja de las vocaciones docentes y se anuncia un déficit en Chile de 25 mil profesores para el 2025. Pero reconfortan los testimonios de quienes se la están jugando por los más excluidos del sistema escolar.
Por María Teresa Villafrade
En la escuela de reingreso Padre Hurtado de Renca hay 120 alumnos desde cuarto básico hasta cuarto medio y todos se rigen por la modalidad 2×1. Es decir, estudian dos años en uno. Claudia Pérez, su directora, define en una frase el perfil mayoritario de los pupilos: “Los estudiantes que son desechados de otras escuelas, se vienen para acá”.
No sólo llegan sino que se quedan, porque en esa escuela se sienten acogidos y queridos por primera vez. En muchos casos ni siquiera hay una familia detrás. Por ello han sido parte de los 227 mil excluidos del sistema escolar, tienen rezago en su trayectoria y una serie de problemas que superar día a día.
Ser profesor en esta escuela requiere de máxima entrega y dedicación. Mientras leemos sobre preocupantes bajas en las matrículas para las carreras docentes en nuestro país y se anuncia con alarma un déficit de 25 mil profesores para el 2025 de no haber cambios, es reconfortante escuchar los testimonios de Felipe Rapimán y Angelo Gutiérrez. Ambos tiene 36 años y son profesores de la escuela Padre Hurtado.
A SACARSE EL DELANTAL BLANCO
Para Felipe este es su quinto año como profesor en la Fundación Súmate de Hogar de Cristo. Empezó en un programa socioeducativo y después pasó a la escuela San Francisco de La Pintana. Desde hace tres años trabaja como profesor de inglés para todos los niveles en la escuela Padre Hurtado de Renca y es profesor jefe de cuarto básico.
Antes de llegar a Súmate, trabajó en un colegio en Quilicura, de alta exigencia académica y para un sector acomodado. Por ejemplo, desde pre-kinder los alumnos tenían clases de inglés y él daba clases en segundo, tercero y cuarto medio.
“El perfil era bien distinto, trabajábamos por semestre y en las vacaciones de invierno, los chicos se iban de vacaciones a otros países. Estaba normalizado que si la familia viajaba a Cancún, uno tenía que acomodarse a tomar las pruebas después”, explica para señalar el contraste.
Además, está el tema del vínculo. “En un colegio regular es mal visto el vínculo entre profesor y alumno, saludar de abrazo a los alumnos es imposible, siempre se mantiene la distancia y la jerarquía. Acá en Súmate todo es muy distinto, se trabaja mucho el vínculo socioemocional. La primera semana me chocó mucho, pero ahora personalmente me agrada, me siento más cómodo en este contexto”, explica.
Es más, después de la pandemia, se está tomando más peso sobre la importancia de generar vínculos en las aulas. “Para nuestros chiquillos que vienen de una historia donde se les ha marginado, que han pasado por tres, cuatro y hasta cinco colegios, donde los profesores han sido siempre una figura de autoridad que los reta, que los castiga, llegar a Súmate es un cambio sideral. Acá es a la inversa: se promueve el buen trato. Yo nunca reacciono mal ante una mala conducta y como ellos ven que no logran nada así, se dan cuenta que es mejor cambiar porque no tiene sentido. Nosotros logramos trabajar de mejor manera aunque no digo que esto sea una taza de leche”, agrega Felipe Rapimán.
Sacarlos de un ambiente punitivo, donde predomina un lenguaje asociado a la violencia, es una tarea primordial en Súmate. “Yo estudié en colegio regular y en otra década y era impensado que un profesor te preguntara cómo estás o quedarse un rato después de clases hablando con sus alumnos, no tengo memoria de eso”.
Cuenta un detalle que lo marcó: recién llegado a la Escuela San Francisco en La Pintana, llevó su delantal blanco que acostumbraba usar en su trabajo como docente. “Fui el primer día con el delantal y noté que los chiquillos me miraban raro, como enojados. Mis colegas me aconsejaron sacármelo porque esa vestimenta la asocian con experiencias pasadas frustrantes”. Nunca más volvió a usarlo.
FAMILIAS QUE NO EXISTEN
Angelo Gutiérrez (36) es profesor de educación general básica. Lleva ocho años en la Fundación Súmate aunque en la escuela de Renca está desde hace tres años. Actualmente es profesor jefe de octavo básico e imparte las asignaturas de Lenguaje y Matemáticas.
Antes de llegar a Súmate trabajó cuatro años en la población La Victoria, en un colegio de una congregación religiosa.
– ¿Cómo fue para ti ese cambio?
-Fue gratificante por los desafíos que implica, porque la estructura y la forma de enseñar que uno trae de base contrasta fuerte con la realidad que existe y todas las condiciones adversas que están presentes tanto dentro como fuera del aula. Se presentan no solo problemas de consumo, sino de situación de calle, con chicos inmersos en circuitos sociodelictuales que son bastante complejos, familias que prácticamente no existen.
Dice que más allá de entregar contenidos, pudo revalorizar su rol como educador ya que él siente que puede marcar la diferencia, tanto en la formación como en la trayectoria educativa de los alumnos.
“Eso me cautivó de trabajar en Súmate. A partir de los mismos vaivenes que existían por distintas circunstancias, la escuela San Francisco tuvo que cerrar y de ahí fue una prueba de rigor saber qué iba a deparar el destino. Si continuaba o daba un paso al costado. Yo tenía la convicción de querer continuar en la Fundación y de todos mis compañeros fui el único que llegó a la escuela Padre Hurtado de Renca”, recuerda.
Para él, una de las situaciones más difíciles que vive en su trabajo es el hecho de que no puede dar respuesta a todos los problemas que viven sus alumnos. “No en relación a las necesidades académicas sino a otras que los estudiantes presentan y que escapan a la capacidad de lo que uno puede hacer. Eso me genera mayor dolor, cómo materializar lo que hago a través de otras asistencias y ayudas, y aún así no puedo hacer más”.
Pero, en general, lo más gratificante es que todos los días los disfruta enseñando.
“Conversamos, nos reímos y recuerdo con ellos mi pasado como alumno también. Mis orígenes son similares a los de ellos, provengo de una población con compañeros que hoy están presos o que fallecieron. Me doy cuenta que históricamente la desigualdad ha estado presente, por lo tanto, poder conversar con ellos y sentir cosas en común, les ayuda a ver de qué otra forma pueden construir su futuro. Que el lugar donde vives no determina el éxito o fracaso de sus vidas, en qué medida se pueden dar condiciones para hacer algo distinto”.
Angelo reconoce que se reencanta cada día con su tarea. “No es solo entrar a una sala de clases sino incidir para que se construyan nuevas realidades”.
Oriundo de Lo Espejo, donde todavía vive su padre, está casado y es padre de dos hijas, de 2 y 4 años.