4 Enero 2016 a las 19:48
Nano anda con la guitarra por la vida y su arma es la música. Pero también es un chef hogareño y el salmón su especialidad. Un hombre que disfruta a sus amigos, sus vecinos y de la vida. Músico que hoy llena escenarios, desde facultades a la Quinta Vergara. Un talento que pasó por la universidad pero que tiene su base en la calle. No precisamente en las veredas de Santiago, esas que hoy recorre con preocupación. Sí en el frío invierno germano y en las calles de Amsterdam. Su nombre es Fernando, pero todos le dicen Nano. Stern su apellido y ésta es su visión de Chile.
¿Qué ves en las calles de Santiago?
Veo mucha desconfianza. Esa es la tónica del Chile de hoy, y así lo siento en mí. Un desgano, un desencanto y un marcado individualismo. Como que todos quieren cagarte. Siempre con mi música intento ir en la dirección contraria, intentando hacer comunidad y confiar en los que me rodean. Quizá por eso vivo en un cité donde uno experimenta lo hermoso de confiar en el otro. Desafortunadamente hoy existe una clase disociada donde sólo buscan rascarse con sus propias uñas y no tienen noción de lo que pasa más allá. Y Santiago ayuda mucho a eso, hay un ritmo y una hostilidad que ayuda mucho a que seamos seres grises, estresados y apurados. La ciudad es muy
deshumanizante.
Y en esa ciudad sin alma, ¿hay espacio para la solidaridad?
Está en peligro de extinción, pero está. Tiene que estar porque somos seres humanos.
Tenemos esa semilla de bondad y comunidad. El Padre Hurtado por ejemplo era una sincronía entre la acción de la sociedad, el nivel político e individual. Hoy falta una conducción clara, ojalá con nuevos líderes jóvenes que entreguen esa visión, un aire renovador.
Estamos en diciembre, salimos recién de la Teletón y viene Navidad. ¿Somos un país solidario?
Yo veo más un país asistencialista que solidario. Un Chile que nos manipula mucho con la pena. Para ser solidarios, deberíamos estar insertos en una sociedad que primero reevalúe la distribución de ingresos, por ahí va la solidaridad real.
No necesitamos caridad, sí una sociedad que se haga cargo todo el año, no sólo al momento de hacer un cheque o entregar un aporte con todo el país viéndolos por televisión. Y el primer paso para eso es que podamos garantizar el derecho a una vida digna.
Dejar de lado el sistema en el que hoy estamos inmersos, y volver
a la esencial. Como la minga por ejemplo, donde unos ayudan a otro a salir adelante.
Desde niño viviste rodeado de música, entraste a la universidad para estudiar y en poco tiempo dejaste todo de lado y te fuiste a Europa. ¿Qué te llevó a dejar todo acá en Chile?
Era Era sólo la necesidad de virarme, ir a explorar el mundo y ver a otra gente. A los 18 quería rascarme con mis propias uñas, así que dije ¡me voy! Estudiaba en la Universidad Católica, pero de un momento a otro la música se me puso gris. Así que pensé voy a hacer mi vida en el mundo. Se nota que vengo de una familia de migrantes.
Una cosa es apostar, lo otro es vivirlo. ¿Fueron duros esos años en Europa?
Fueron duros, pero muy determinantes en mi madurez. Sobreviví tocando en la calle y viviendo en una casa okupa en Colonia. Estuve en Alemania, luego en Holanda, y las veredas fueron la mejor escuela para mí. La valoro igual o más que los tres años de armonía que tuve en la universidad.
Tenía que vivir de la música, con ella paraba la olla en mi aventura. Hoy lo veo como un ejercicio necesario de
humildad, hice grandes amigos y desde la calle salió gran parte de mi primer disco.
¿Amplió tu visión esa experiencia?
Fui viendo la injusticia, por ejemplo había en la calle músicos rusos notables, eran buenísimos.
Venían escapando de los problemas en su país. Pero también había gente que estaba ahí por otros motivos, no por pobreza. Sino que simplemente eran la cara oculta de un sistema que los aparta, los excluye.
Ha pasado el tiempo, hoy estoy súper metido en el sistema. Pero vivo con esa sensación que en cualquier momento
mandaré todo a la cresta y volveré a partir en busca de esa esencia.
¿Qué valor le das hoy a la música?
La música te permite ir de lo contingente a lo banal, ocupar el sarcasmo y luego hablar de amor. Todo por un
lenguaje que llega a tus entrañas y que para bien o mal hará efecto en ti. Tú puedes cerrar los ojos, pero no tapar
tus oídos. Hoy me incomodaría no aprovechar los escenarios que tengo para entregar un mensaje especial, ese que no está constantemente en los medios. Así siento que voy contribuyendo desde mi trinchera.
Y pasó. En el festival de Viña, en plena gala, difundiste en la palma de tu mano un mensaje apoyando al Liceo Experimental Artístico.
Sí. Era raro, yo sabía que muchos me iban a criticar por aceptar ir al Festival. Un ambiente completamente extraño
para mí. Pero yo dije, ¿cómo puedo yo aprovechar esa ventana que me están dando ante todo el mundo? Y lo hice. Sé que quizá esperaban que fuera el chico rebelde, pero no les di ese gusto. Además, los otros mensajes que quería dar los hice con mi música y en prosa. Esa es mi arma.
Un mensaje que puede tener distintas respuestas. Pero la música siempre sorprende.
Sí. Cuando alguien te escribe algo que le pasó con una canción tuya es genial, es algo hermoso. No escribo para los demás, pero hay algunas canciones donde la gente me ha escrito que se iba a suicidar y que tras escuchar la letra no lo hizo. No lo hago con esa intención, no quiero ser gurú de nadie, pero es hermoso ver cómo esa semilla que arrojaste germinó de esa manera.
¿Cómo es el Nano sin guitarra?
No existe. Siempre soy de guitarra, en casa cada vez menos eso sí. Pero mi desahogo también está en mis amigos, soy de cocinarles y atenderlos. El salmón es mi especialidad. Soy de compartir los espacios cotidianos y siempre aprender. Al final todo se resume en amor, amor por la vida y los tuyos. Son esas muestras de bondad las que nos llevan a ser mejores y disfrutar la vida.
Pablo Gómez
periodista Canal 13