Por Paulo Egenau, director social del Hogar de Cristo.
7 Febrero 2020 a las
09:21
Seis son las regiones bajo emergencia agrícola y escasez hídrica entre el norte y el centro del país. Valparaíso es la más afectada por la falta de agua y está declarada zona de catástrofe. Por el sur, 4 comunas de la región de Biobío -Curanilahue, Santa Juana, Hualqui y Chiguayante- han visto quemarse casi 1.300 hectáreas de bosque y peligrar viviendas, sobre todo esta última, donde los vecinos han evacuado de manera preventiva y voluntaria sus casas. Por el norte, en Atacama, en el pequeño poblado de El Tránsito, a las cinco de la tarde del lunes pasado, se sintió el rugido de un aluvión a causa de las intensas lluvias que provocaron crecidas de ríos y deslizamiento de tierras, provocando la muerte de un adulto mayor que se resguardaba en un hogar de ancianos y no ha sido la única víctima.
Sequías devastadoras, incendios imparables y aguaceros torrenciales son manifestaciones de lo mismo: el cambio climático, que, como suele suceder con todo, afecta con mayor dureza a las personas en situación de pobreza y exclusión social.
A estas alturas, ya es sabido que los desequilibrios medioambientales, como la contaminación o los desastres naturales, empujan a los hogares vulnerables a la pobreza y mantienen a los pobres en ella. Por esto es fundamental considerar el contexto territorial al momento de diseñar políticas de protección comunitaria, así como considerar la equidad y la justicia medioambiental en las que buscan reducir las causas y los efectos del cambio climático. No es menor que mientras la fría Noruega prospera, la caliente Nigeria se empobrece cada vez más. La mayor parte de los países más pobres del mundo se encuentran en zonas ecuatoriales con temperaturas elevadas, por lo que un leve aumento puede tener graves efectos. Sin embargo, los países más ricos son los que producen más gases de efecto invernadero que afectan al cambio climático. Dos grados centígrados de aumento de la temperatura mundial generarían un sufrimiento mucho mayor en El Congo que en países del norte de Europa, por dar un ejemplo.
Un concepto relevante para abordar estas “nuevas pobrezas” que surgen del calentamiento global y otros “asesinatos” ecológicos es el de la resiliencia, que es la capacidad de las personas, las familias y las comunidades para afrontar situaciones adversas, como los desastres naturales o la contaminación. Chile completo ha puesto a prueba su resiliencia cuando de, tanto en tanto, “el caballo iracundo patea el planeta y escoge la patria delgada”, para descargar su furia telúrica, en palabras de Neruda. Con regularidad, cataclismos, incendios, sequías nos golpean, lo que se ha ido acentuando con la acción humana y generando las lamentables “áreas de sacrificio”.
Pero atención a esta resiliencia tan chilena, porque si bien puede servir para reducir la vulnerabilidad de las personas en situación de pobreza, también puede ser a costa de su propio bienestar en el largo plazo.
En el Hogar de Cristo y en nuestros más de 330 programas de Arica a Punta Arenas velamos porque el concepto de resiliencia inspire medidas adecuadas a la equidad y a la justicia social, para que las personas no renuncien al cumplimiento de sus derechos fundamentales como forma de “adaptarse” de mejor modo a la contaminación o a los desastres naturales. Estas nuevas soluciones a las nuevas pobrezas fruto del cambio climático, son imprescindibles de tener en cuenta en este momento de crisis y reconstrucción social que enfrentamos.