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Jaime Astudillo:

Vivió 29 años en situación de calle

Es beneficiario de la iniciativa Vivienda Primero, financiada por el Ministerio de Desarrollo Social y operada por Hogar de Cristo, que no pone condiciones a las personas mayores de 50 años con larga experiencia de vida en calle para financiarles una casa digna. Vive con su hijo Fabián y su perro Hashiko en una moderna torre en La Florida. Antes de la pandemia nos hizo su análisis político y social del país. Hoy se mantiene como feliz usuario de un programa social que debe mantenerse y ampliarse a más.

Por Ximena Torres Cautivo

24 Junio 2023 a las 12:28

-Viví 29 años en la calle. Eso fue mejor que cualquier universidad. Ahí estudié a la gente, a la sociedad, a los políticos, a los presidentes, todos alejados de la gente pobre, sin conocimiento de la vulnerabilidad. Yo donde puse el ojo, puse la bala, así supe que las personas que nos gobernarían en democracia iban a ser todos unos ineficientes: Aylwin, Frei hijo, Lagos, Bachelet, Piñera, vuelta Bachelet y vuelta Piñera.

Jaime Astudillo (57) cursó sólo hasta tercero básico, pero es versado como el que más en política. Sorprende su capacidad de análisis, su nivel de información y su interés en materias como seguridad. Sus padres emigraron desde Talca a Santiago en los años 50 y se instalaron a la orilla del Mapocho, en “la Matucana vieja”, buscando mejores oportunidades que nunca llegaron. Su padre trabajó en una bomba de bencina y su mamá “lavaba ropa ajena”. Jaime fue el menor de los 12 hijos a los que sus papás terminaron de criar en una población de La Granja. Seis de sus hermanos fueron militantes de partidos de izquierda y con el golpe militar “se empezó a desgranar el choclo familiar”, dice, yendo a su dormitorio a buscar una gran foto enmarcada.

Jaime nos muestra la foto de sus hijos biológicos, mientras a su lado está Fabián, al que “adoptó” en la calle hace 11 años

Jaime vive con Fabián Cossio (27), su “hijo adoptivo”, al que conoció en la calle, en el piso 12 de una moderna torre en un departamento en La Florida de esos que se conocen como modelo “mariposa”, porque cuentan con un espacio central de living-comedor y cocina integrada, y dos dormitorios con su respectivos baños, “en suite”, como le dicen en la jerga inmobiliaria. El departamento luce limpio y despojado de adornos. Es un espacio masculino y funcional, donde llegaron en noviembre pasado, cuando fueron seleccionados para ser parte del programa Vivienda Primero.

Impulsado por el Ministerio de Desarrollo Social y ejecutado por el Hogar de Cristo en la Región Metropolitana, Vivienda Primero partió en abril de 2019, beneficiando a 18 personas en Santiago, mientras fundación Catim hizo lo propio en la Región del Biobío con 12 personas. En el primer año, fueron 14 viviendas las que se arrendaron para el programa en ambas regiones. Hogar de Cristo gestionó y administró 2 casas y 6 departamentos en la capital. Este 2020, el programa se ampliará a nuevas regiones, como Valparaíso, y serán muchas más las personas beneficiadas, así como más las fundaciones involucradas en su operación (Lee aquí cómo ha ampliado su acción a 4 años de funcionamiento).

La iniciativa, conocida como Houssing First en Estados Unidos, Canadá y algunos países de Europa, donde se aplica con éxito, es revolucionaria en Chile ya que pone como punto de partida contar primero con una casa, sin exigencias previas, para avanzar en un real proceso de recuperación e inclusión de las personan que viven en calle. Para ello, además de la vivienda, los beneficiados cuentan con un plan de apoyo personalizado que desarrollan un coordinador general, un terapeuta ocupacional y un psicólogo o trabajador social. El objetivo es ayudarlos a realizar las actividades de la vida diaria con autonomía. Luego, se apunta a que se integren a la comunidad y que accedan a los servicios especializados de la red pública y privada en materias de salud, capacitación y empleo.

FUI PEM, FUI POJH

Jaime vuelve con la foto enmarcada de su familia. Los padres están al centro y las caras de los 12 hijos los rodean. Nos muestra a los 6 que eran militantes de izquierda, dando cuenta detallada del destino de cada uno: exilio, retorno, trabajos y muerte, en el caso del mayor. Fue precisamente la muerte de su padre, la que favoreció el descalabro de Jaime. En los años 80, tiempos de protestas contra la dictadura, ingresó a la JJ.CC.

“A las Juventudes Comunistas, pese a que mi mamá no quería y se enojó mucho conmigo después de haber visto cómo sufrieron mis hermanos políticos antes del golpe, pero lo hice igual. Un poco por mono y otro poco porque yo ya no quería saber más de Pinocho. Cómo uno va a querer a alguien que cuando le dicen que encontraron dos cadáveres de personas desaparecidas en una tumba, él responde que esa es una economía muy buena. Eso se me grabó para siempre, me pareció y me sigue pareciendo atroz”.

La vulnerabilidad y la pobreza marcan la historia de Jaime. También la violencia en dictadura.

Cuenta que tenía 18 años, cuando fue detenido por la CNI en una protesta, que lo llevaron al cuartel de General Mackenna y lo torturaron durante 10 días. “Me pusieron electricidad en la cabeza, el pecho, las tetillas, los oídos, los genitales. Amenazaban con matarme. En las heridas de bala que tenía en las piernas me untaban ají picante. Fue tortura física y sicológica. Fui vejado, humillado, inmovilizado, torturado”.

Se levanta y nos muestra la inutilidad de su brazo izquierdo. Es como si se lo hubieran puesto al revés, lo tiene completamente torcido.

Su paso por ese cuartel de la CNI lo dejó traumado, sobre todo porque los cinco hombres con los que compartió tormento desaparecieron todos. Hoy afirma: “Nunca más salí a armar una barricada, a encender una fogata. Ahora veo la inutilidad de todo eso. Y la violencia que hemos visto ahora es peor que la de entonces, se lo digo yo, que las he vivido todas”.

Después de ese brutal episodio, Jaime se retiró “de la Jota” y entró a trabajar en los programas de empleo de emergencia de la dictadura, se casó con la madre de sus hijos, Jaime y Katherine, quienes lo han hecho abuelo y quienes lo visitan. “Mi mujer hacía aseo en casas particulares y yo, veredas para el PEM y después para el POJH. Vivíamos en un campamento, el Raúl Silva Henríquez. Pero mi esposa partió, le dio esa enfermedad pésima, que se llama cáncer, y murió. Mi suegra me crió a los niños. Se hizo cargo. Yo traté de estar presente, porque ahí se prueba la paternidad”.

-¿Cómo terminaste viviendo en la calle?

-Influyó la muerte de mi papá, de mi mujer y, sobre todo, de mi mamá. El desgrane del choclo familiar, como le dije antes. Yo nunca he tenido nada: una libreta de banco, un ahorro, previsión. Con mi tercera mujer, la Antonieta, una conviviente que tuve, vivíamos en la calle. En el último tiempo, nos ubicábamos frente a la Posta Central, en una carpa.

Fue en ese sector que se encontraron con Fabián Cossio, su “hijo adoptivo”. El joven tenía 18 años y aún no desarrollaba el trastorno psiquiátrico que hoy lo aqueja. “Con la Antonieta lo acogimos, le ofrecimos que recogiera cachureos en el triciclo con nosotros. A él, su mamá lo abandonó de niño, lo cuidó una tía, pero fue muy maltratado. Ahora tiene 27″.

Afirma que con ellos, “intentó terminar la enseñanza media en un liceo nocturno de Recoleta, pero se juntó con gente que no era trigo limpio. Ahí un desgraciado de mierda, le dio pasta base con marihuana. Eso fue una bomba: le destruyó la psique. Veía hasta a los marcianos. Nosotros estábamos ayudándolo y criándolo con valores, él hacía su vida con nosotros, pero pasó esa tragedia y ahora tiene que medicarse, anda todo el día medio dormido, nunca ha vuelto a ser el mismo. Ha tenido crisis terribles. Su problema no es el consumo; es el trastorno mental que se le declaró con la droga lo que lo tiene así”.

Fabián asiente. Está ilusionado, porque dice que el Centro de Salud Mental le van a cambiar el médico. “Estoy en manos de un adictólogo y yo no soy adicto a nada. No es el especialista que me sirve, yo necesito un buen psiquiatra, que me ajuste los medicamentos, porque ahora ando con sueño todo el día”.

LA OS7, LA OS9 Y LA PDI

Antonieta no siguió con ellos, y hoy Jaime y Fabián se consideran familia. Son ellos dos más Hachiko, un perro con el que comparten el departamento mariposa de Vivienda Primero.

Ellos tres son una singular y respetable familia: Jaime, Fabián y Hachiko

Dice Jaime: “Hoy siento que está llegando la hora de la igualdad, esa que nos permitirá vivir en una dignidad justa y pareja para todos. Siento que los ricos hoy se están sensibilizando en serio, por justicia, no por caridad. Hay gente más amable, hasta bondadosa con uno. Como los dueños de esta inmobiliaria, don Ignacio y don Juanito, que arriendan a nombre del Hogar de Cristo el departamento que ocupamos y que nos han venido a ayudar. Nos trajeron esa minipimer de regalo y ese microondas y esa plantita”.

Comenta que lo convence el ministro Sichell. Dice: “Me esperanza que haya autoridades más cercanas, como el ministro Sichell, que sabe lo que es la vulnerabilidad y no lo oculta. Su mamá fue   jipienta, andaba en calle en Horcón, hasta durmió en el Hogar de Cristo. Hay gente que se acuerda cuando andaba sola por la costa, viviendo a salto de mata, con un niño chico rubio, el ministro Sichell”.

-¿Lo conoces? ¿Cómo sabes tanto de su vida?

-Lo he leído, él lo ha contado hasta en la tele. Una vez no más lo vi, pero él reconoce lo que pasó siendo niño. O sea, cacha lo que es la vulnerabilidad; no es como esos otros que no tienen idea de nada.

Jaime dice que con los años se ha vuelto más prudente. Que ahora piensa en el futuro. En su salud. “De tanto pedalear en el triciclo, me salió un hernia inguinal”, confidencia. “Para mí es esencial tener una libreta de ahorro, porque este programa Vivienda primero dura dos años y dos meses, y después qué pasará. Vivir como ahora, con dignidad, con baño, con el apoyo del Hogar de Cristo, con mercadería equivalente a 40 mil pesos por mes, es un salto enorme, y Fabián y yo no podemos volver atrás, a la calle. Tenemos que prepararnos para el futuro”.

Padre e hijo tienen una Biblia sobre sus veladores; son evangélicos. Hachiko, su mascota, los alegra, salen a cachurear en el triciclo, cobran sus pensiones básicas, comen sandía de la que les regalan sus amigos en la feria, suben a la piscina del condominio. Lucen perfectamente aseados, bien vestidos, impecables, lo mismo que su espacio de decoración minimalista, limpio y ventilado. Al verlos hoy, nadie diría que hasta mediados del año pasado vivían en la calle.

Que haya arrendadores dispuestos a que personas con esa experiencia de vida ocupen sus propiedades es todo un tema para el programa Vivienda Primero. Si bien Hogar de Cristo es el arrendatario formal, se debe informar a los propietarios quiénes serán los habitantes de la vivienda, lo que puede convertirse en una dificultad, tanto para ellos como para la comunidad.

-¿Saben tus vecinos de su pasado? ¿Has percibido algún tipo de discriminación en el edificio?

Jaime muestra su celular: un modelo antediluviano. “Con este aparato es imposible estar en ningún grupo de Whatsapp del vecindario, lo que nos mantiene a salvo de cualquier pelambre. Sé que es allí donde hoy la gente cahuinea: que tu perro ladra y molesta, que la vecina casada le coquetea al del piso 2, que nosotros éramos torrantes; así nos libramos de eso. Nosotros nos saludamos amablemente con todos, cuando nos cruzamos en el ascensor o en los pasillos. Tenemos nuestro triciclo en el estacionamiento. No molestamos a nadie y nadie nos molesta”.

-¿Sientes que vivir aquí les ha cambiado la vida?

-Sí, por supuesto. Yo hablo bien de la calle, porque en ella aprendí todo lo que sé, porque me permitió estudiar a las personas, porque uno en la calle no es visto y puede mirar a su gusto. Pero es triste no existir, ser un indigente, alguien con quien te cruzas lo mismo que con un papel al que se lleva el viento. Y está la violencia, porque la calle es la calle y se ha vuelto cada vez más peligrosa. Hace tiempo ya que las personas perdieron el amor al prójimo, que no hay solidaridad, ni compasión. Hoy da más miedo que antes la calle, pasan vehículos con gente disparando, todo el mundo anda agarrándose a balazos. En la noche, es una selva.

-¿Alcanzaste a vivir el toque de queda post estallido en la calle?

-Sí, y fue muy violento. En los tiempos de la dictadura a mí nunca me apaleó carabineros, ahora ellos sí apalean. Y eso pasa porque hay una crisis muy grande de inteligencia en este país y para solucionar eso se necesita reorganizar a las instituciones maleadas y profesionalizarlas. En Carabineros, en cuanto a profesionalismo, las únicas unidades que se salvan son el OS7 y el OS9. Y está buena también la PDI. Me gusta sobre todo la brigada antisecuestros.

-¿Y, tú, de dónde sabes tanto?

-De la calle, esa fue mi escuela.

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