Durante la madrugada del domingo pasado, vecinos del sector de Gran Avenida alertaron a carabineros que una persona en situación de calle, de aproximadamente 60 años, había muerto de frío en la vía pública. Con este trágico deceso, y aunque los termómetros aún están lejos de marcar temperaturas bajo cero en la Región Metropolitana, según el registro que lleva el Hogar de Cristo en lo que va del año son trece los fallecidos en la calle, varios de ellos con identidad desconocida. Como ha ocurrido en años anteriores, es muy probable que esta cifra se duplique con las bajas temperaturas del invierno.
Y es que además de que el número de personas que viven en situación de calle ha aumentado significativamente en los últimos años, cada invierno vemos cómo una noticia tan indignante como ésta se replica decenas de veces a lo largo de todo Chile, dejando al descubierto una problemática que no sólo nos afecta de norte a sur, sino que además desenmascara nuestra falta de empatía y preocupación por quienes experimentan una de las formas más brutales de la pobreza.
¿Es posible que en un país que se precia de desarrollado todavía muera gente literalmente “tirada en la calle”? ¿Qué tenemos que hacer como sociedad para que esta situación indignante no siga ocurriendo? Parte de la solución radica en la mejora de los programas sociales del Estado y de las organizaciones de la sociedad civil, como es el caso del mismo Hogar de Cristo, que estamos lejos de cubrir las necesidades de apoyo e inclusión de las miles de personas que viven esta vergonzosa situación.
Por lo mismo, porque las necesidades son muchas y los recursos insuficientes, es que cualquier solución necesariamente requiere de la participación de cada uno de nosotros, chilenas y chilenos, quienes somos testigos a diario de una de las formas más brutales de la pobreza. No hay una sola comuna de nuestro país en que no viva uno de nuestros 15 mil vecinos en situación de calle, ante cuya realidad nadie debiese quedar impávido.
No lo están pasando bien. Acercarse a ellos y ofrecerles algo caliente para comer, ropa de cambio, frazadas, o incentivarlos a cubrirse de la intemperie, son simples acciones a través de las cuales podemos aliviar en parte su dramática situación. ¿Qué más podríamos hacer? La vulneración de los derechos de cualquier habitante de este país debiese ser energía movilizadora para transformar la indignación que nos producen la injusticia y la desigualdad en soluciones que nos involucren en la construcción de un país más digno y justo. Porque la rabia no siempre es mala, a veces puede ser lo que nos hace falta para hacer lo correcto.