Con el corazón apretado por el temor de que no vuelvan, pasamos las vacaciones los que convivimos y trabajamos con jóvenes en situación de vulnerabilidad. Esa alerta se intensifica en tiempo de verano: las salidas con amigos, los trabajos precarios y los riesgos de calles y barrios tomados por el narco y la delincuencia, aumentan nuestra incertidumbre.
Si bien es importante el merecido descanso de los profesores y el relajo de los tres millones de estudiantes que sí descansarán, hay unos 200 mil niños, niñas y jóvenes excluidos del sistema escolar que no retomarán su trayectoria educativa en marzo y probablemente muchos más se sumarán a esa ausencia. Ese desperdicio de talento y de oportunidades de desarrollo es grave y requiere respuestas urgentes.
Las razones que fundamentan esta situación son multidimensionales. Por un lado, no tenemos políticas integrales que protejan a nuestra juventud y sus trayectorias educativas, y que favorezcan el reingreso al sistema escolar.
Aunque ahora estén matriculados para el año escolar 2022, corremos el riesgo de que no regresen y deberemos volver a tratar de convencerlos en marzo.
Otro porcentaje se queda en sus casas y, ante la falta de infraestructura pública deportiva, cultural y recreativa, se exponen a probar suerte en las redes de narco y de la delincuencia, a las que inocentemente ven como una oportunidad de “recrearse” o salir adelante. Otras, sobre todo mujeres adolescentes, seguirán en sus tareas de cuidado de adultos mayores o de sus hermanos menores, y un gran número se irá armando la vida. Una vida de postergación difícil de recuperar.
Ese presupuesto, sin duda, permitiría iniciar el camino de la inclusión de todos los niños, niñas y jóvenes de entre 12 y 21 años que, habiendo estado matriculados previamente en el sistema escolar chileno, han sido marginados de él. Pero seguimos a la espera.
Es clave que ese enorme grupo de estudiantes excluidos vuelva este marzo a clases y no se vea obligado a inmolarse por mantener a los suyos, cerrándose la puerta a la oportunidad de un mejor futuro.
¿A quién le importa este tema? A nosotros, aunque debería ser una inquietud país: un joven que interrumpe su trayectoria educativa será lo más probablemente un adulto pobre y vulnerable. Y a nadie le conviene que eso suceda.