Voluntaria africana en Colchane
La migración tiene todas las caras y colores, todas las etnias y lenguas, todas las causas y dolores. Bien lo sabe esta hermana de la orden franciscana, nacida en un país de mayoría musulmana, Senegal, que se hizo católica inspirada por la figura de Jesús y por la Navidad. Hoy hace voluntariado en Colchane, acogiendo a mujeres embarazadas y con niños pequeños que migran como lo hicieron José y María en su tiempo, en su momento.
Por Ximena Torres Cautivo
30 Diciembre 2021 a las 21:57
La monja franciscana senegalesa Isabel Dioqf (42) conocía los desiertos de arena, “no los de tierra dura y con montañas”, como este de la región de Tarapacá, donde está destinada para hacer labores humanitarias voluntarias dentro de una rotativa de solidaridad con los migrantes que este año han desbordado el paso fronterizo de Colchane.
La pillamos durmiendo a la hora de la siesta en la modesta casa vecina a la parroquia del pueblo, que se cayó con el terremoto de 2005 y fue reconstruida. Dentro de la refrescante iglesia, el Arzobispado de Iquique habilitó un albergue para mujeres migrantes embarazadas y con niños pequeños, y organizó una rotativa de monjas voluntarias de diferentes congregaciones. Hay filas de colchones a uno y otro lado del salón, rumas de pañales desechables y un rincón con ropa y zapatos de niño y mujer, producto de donaciones de empresas y personas. Allí llegan unas 50 personas para pasar la noche, recibir alimentación, asistencia y orientación dentro de su inhumana travesía. La hermana Isabel y su compañera, que es de India, no duermen de noche, velando la convivencia de las agotadas y desorientadas migrantes, las que deben abandonar el refugio por la mañana. Por eso, cuando el sol está en lo alto y golpea duro, las dos franciscanas recuperan sueño a la hora de la siesta.
Finalmente logramos conversar con Isabel. Habla un español fluido, pero además lo hace en francés –que es la lengua oficial es su país, Senegal– y varias lenguas africanas, como wolof y serer, dentro de las 23 que se utilizan en sus país. Conversamos en la víspera del Día Mundial del Voluntariado –5 de diciembre– y se explaya contando qué significa para ella, para su congregación y para el mundo, la solidaridad. El hacer algo desinteresadamente por otro que está sufriendo o “ha perdido su dignidad”, como es el caso de los migrantes, mayoritariamente venezolanos que han copado esta otrora apacible localidad. “Ellos lo hacen no por gusto, sino por desesperación. Nadie elige migrar. Hay muchos tipos de migración: económica, política, por guerras o por catástrofes ambientales, fruto del cambio climático. En este caso, en el de los venezolanos, hay una mezcla de lo económico y lo político”, afirma, sin meterse en honduras. Es una mujer discreta que no quiere hablar de temas conflictivos.
Isabel es católica pese a provenir de un país y de una familia mayoritariamente musulmanes. “Somos seis hermanos: tres mujeres y tres hombres, y yo soy la única cristiana, lo que fue aceptado por mi familia, porque nosotros creemos mucho en la fraternidad, pero no fue nada sencillo. Yo a los 6 años empecé con el estudio del Corán, pero lo que me atrajo profundamente de la Iglesia Católica fue la celebración de la Navidad, del nacimiento de Jesús y de su profundo sentido de la misericordia. A los 12 años, entré en contacto con un sacerdote católico, pero me tomó un año atreverme a hablar con mi papá, que era muy estricto en estos temas. Él, finalmente, aceptó mi conversión al cristianismo y me dio su bendición antes de morir”.
Ghana, Camerún, Mali, España, Francia, fueron los países por los que ha “misionado” esta mujer alta y buenamoza, que se viste con vestidos hechos con típicas telas africana –los lleva en faldas, blusas y en el infaltable pañuelo con que se cubre la cabeza– . “Lo mío siempre ha sido el trabajo pastoral, la educación de la juventud, el apoyo a mujeres y niños. Acá ninguna de las que mujeres que acogemos optó por lo que está viviendo. Son víctimas de la situación difícil por la que pasan sus países”, sostiene Isabel, quien asiente cuando le comentamos lo raro que le debe resultar a ella este desierto tan diferente al africano.
MIGRAR HASTA CON LA GATA
El mismo día en que pusimos un pie en el pueblo, nos enteramos: una mujer sin identificación fue encontrada muerta en Pisiga Carpa Viejo, sector Cerrito Prieto, a un costado del Complejo Fronterizo de Colchane, región de Tarapacá. “Es la muerte número 19 del año”, nos dice Rodrigo Ramírez, periodista de la Municipalidad, mostrándonos unas fotos que no quisiéramos ver. Una hora después, será peor; buscando acceder a la zona de los bofedales, que es por donde se produce el masivo ingreso irregular de migrantes, nos topamos in situ con el levantamiento del cadáver.
Una camioneta de la PDI está trasladando el cuerpo moreno y sin vida, que lleva horas bajo el sol. Está en un peladero polvoriento, a pasos de la frontera, en medio de casas de adobe derruidas. El médico del consultorio ha dicho que se trata de una mujer sin documentación. Que tendría unos 55 años, que probablemente cayó de rodillas a causa de la hipotermia en la madrugada, cuando la temperatura baja a cero grados. La gente habla de la desconocida que murió en “posición de plegaria”, pero al día siguiente nadie se acordará de ella.
Al cabo de una semana no hay noticias respecto de su identidad.
Se sabe que es la migrante número 19 fallecida en Colchane, la mayoría por hipotermia o por el esfuerzo del cruce de la frontera a pie, de noche y con temperaturas de cero grados. Hay otros dos migrantes fallecidos en el pueblo de Huara. “Ambos atropellados. Acá, en Colchane, sólo uno de los 19 murió por esa causa; el resto ha sido por frío”, dice el periodista del municipio, que se ha hecho experto en cifras, a diferencia de las autoridades de gobierno, según acusa.
Rodrigo Ramírez es muy crítico. Sostiene: “Los datos que está entregando el gobierno sobre los migrantes que ingresan por Colchane ya ni siquiera consideran a los adultos. Se están centrando sólo en los niños. O sea, cuando hablamos de trescientos diarios, estamos hablando únicamente de menores de edad. La gran herencia del subsecretario Juan Francisco Galli en relación a este tema será la manipulación de las cifras que se ha hecho”, sostiene sin arrugarse de su afirmación.
Luego nos comparte fotos de los famosos bofedales, que son humedales de altura, ricos ecosistemas, fundamentales en los ciclos de la vida silvestre y en la calidad de las aguas. Aves migratorias y mamíferos beben o bebían de estas otrora inmaculadas aguas. Hoy el bofedal de Colchane está pisoteado, plagado de botellas, maletas, bolsas de plástico, fecas humanas, ropas, restos de mochilas y maletas. Transitado y pisoteado, día y noche, por centenares de personas desesperadas, se está muriendo de a poco. “Mis animalitos ya no quieren beber de esta agua”, nos dice una joven boliviana que pastorea llamas de allá para acá. Por pertenecer a un pueblo originario, ella tiene libre tránsito y no sabe de fronteras.
COLCHANE YA NO QUIERE MÁS
El alcalde de Colchane, Javier García Choque, de origen aymara, igual que la pastora boliviana, sí sabe y quiere cerrar el paso fronterizo con candado a los migrantes. Por eso, dice, votará por Kast. “Ha sido el único de los candidatos que ha estado tres veces acá arriba. Que entiende lo que pasa aquí”, dice, convencido.
Colchane ha vivido un desborde migratorio crítico. En lo peor de la crisis, a los 300 residentes del pueblo fronterizo, en un día se sumaron mil extranjeros, en su mayoría venezolanos. El pueblo se desabasteció, los migrantes vieron que muchas casas estaban vacías y se metieron dentro, tomaron lo que encontraron.
La amable población local está resentida. Aseguran en la alcaldía que el 98 por ciento de las viviendas han padecido robos. Por eso, los colchaninos ya no miran a los migrantes; los ignoran. Los adultos mayores les temen. Muchos han abandonado el pueblo.
En toda la comuna habitan unas 1.700 personas, mil son hombres. El 78,1 por ciento se reconoce aymara. Casi el 61% no tiene acceso a red pública de agua, el 21,7% no cuenta con suministro eléctrico y el 99,9% vive sin conexión fija a internet. El 21,7% de la población es analfabeta, la escolaridad promedio es de 8 años y medio y el 63,5% padece pobreza multidimensional. El 25 de octubre de 2020, en Colchane ganó el Rechazo y en la primera vuelta presidencial el candidato Parisi obtuvo 433 votos y Kast 419; Boric sacó 7 votos. Doce, dicen los optimistas.
Colchane existe como comuna desde 1979. “Y el pueblo aymara eso se lo agradece y siente que se lo debe a Pinochet, a los militares, a la derecha. La gente local entonces, por primera vez, se sintió reconocida por la autoridad chilena y en nuestra cultura la reciprocidad es un valor central; ese sentimiento se mantiene hasta hoy”, explica una trabajadora social de esa etnia que no votó por Kast, pero tiene la historia clara. Y suma a su análisis el desmadre migratorio. “El pueblo de Colchane inicialmente fue muy solidario con los migrantes, pero ya no quiere más”.
Mientras, en el Complejo Fronterizo, unas 50 personas apiñadas –mayoritariamente mujeres y niños, muchos enfermos y mal nutridos tras travesías lamentables– improvisan toldos. Así capean el sol inclemente, esperando que les hagan el PCR para luego autodenunciarse e iniciar su proceso de legalización. Una venezolana que ya hizo esos trámites, intenta otra gestión. Espera a un funcionario del Servicio Agrícola Ganadero. ¿Qué necesita? “Que me dejen pasarla”, dice. Y abre la mochila que tiene bien agarrada sobre la falda y nos muestra ¡una gata!, la mascota de la familia. “Sin ella, me muero”, declara, agregando surrealismo al alterado Colchane, que tiene claro su voto del 19 de diciembre, tanto como su desgracia.
Eso, en tanto la monja franciscana, Isabel Dioqf, en la iglesia de Colchane, acomoda los colchones para como cada tarde ejercer su voluntariado en favor de “mujeres y sobre todo niños inocentes, que como Jesús son pobres y migrantes”.
Si te importan los niños en situación vulnerable, involúcrate