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Madres migrantes:

Un Granito de Arena en el desierto

Deysi es peruana, Jetzibel, venezolana. Ambas cruzaron la frontera con un hijo en brazos. Acá armaron familia, tuvieron más niños y se convirtieron en apoderadas del Jardín Infantil Granito de Arena, que queda junto al Agro, el mercado de Arica, donde la migración es parte del paisaje. Un tercio de los 68 asistentes al establecimiento son hijos de extranjeros, mujeres solas muchas. Ahora que se inician las clases, ellas nos contaron sus vidas y lo que sueñan para sus niños.

Por Ximena Torres Cautivo

28 Febrero 2023 a las 12:55

–Emir sabe los medios de transporte,  aprendió inglés y a cantar en aymara. A mí me sorprende lo mucho que sabe y eso es gracias a las tías del jardín infantil y sala cuna Granito de Arena, donde fue desde los 9 meses. Él ya egresó y ahora parte en pre kínder del Colegio Alemán. Ahora es mi hija Cataleya Mamani, de 7 meses, la que está yendo al Granito de Arena. Primero fue contra la idea de su papá, quien decía: “Mi princesa no sale de acá. A ella se le cuida en casa; para eso tiene mamá”. Pero yo la llevé no más y luego le mostré videos de lo bien tratada que estaba. Y él se emocionó mucho.

La que habla es la encantadora Deysi Escobar (34), peruana cuzqueña, avecindada en Arica desde hace ocho años. Llegó a la ciudad fronteriza, escapando de una pésima relación matrimonial, junto a su hijo Brayan, entonces de 5 años, hoy de 13. “Mi marido era borracho, por eso lo dejé. Ahora yo no puedo volver a Perú porque saqué al niño sin su permiso. Nos arrancamos juntos”.

Deysi ahora tiene a Emir (4) y a la pequeña Cataleya, con Eloy Mamani, su nueva pareja, un obrero de la construcción peruano al que conoció en Arica. “Con él convivo desde hace años y no toma como el papá de Brayan, aunque ahora último está cambiando”, confiesa.

Deysi, Brayan, Emir y Cataleya viven con Eloy, el padre de los dos niños menores, de allegados en la sede del Club de Rayuela Nueva Esperanza. La precaria construcción queda pegada al río Lluta, en la población que da su nombre al club, fundado en 1990, a las espaldas del famoso mercado El Agro de Arica.

Para muchos turistas, El Agro es un lugar incluso más atractivo que el famoso Morro o las playas. Acá se encuentra de todo: los mangos, maracuyás, guayabas, papayas, higos, sandías, más fragantes, coloridos y jugosos del Valle de Azapa, junto con las conocidas aceitunas, tomates y toda suerte de hierbas aromáticas para dar una sazón distinta a las comidas si vienes del sur.

Y aquí el sur es todo Chile, desde Iquique a Punta Arenas.

Deysi lo hace ver así cuando afirma:

–Los dueños del Club de Rayuela son sureños, de Copiapó y de Ovalle. Yo no tenía ni idea lo que era la rayuela, pero acá he aprendido –dice, muerta de la risa, mostrando los tejos y dándonos instrucciones básicas.

La cancha es la parte central del sitio, que está techado en un costado, donde hay mesas para los asistentes. También hay marcadores. En el resto del terreno se disponen varias habitaciones de un piso, baño, una cocina, que es donde vive la familia de manera gratuita, a cambio de proteger el lugar, mantenerlo limpio y atender los fines de semana a unos 14 socios que llegan a jugar.

Deysi les prepara comida “más bien peruana, lomo saltado y chairo”, y sirve los tragos. Afirma que se van temprano, como a las 11 de la noche, pero reconoce que esa convivencia festiva, complicando su vida de pareja.

EL JARDÍN EN NUEVA ESPERANZA

La población Nueva Esperanza es un sector de alta vulnerabilidad, con toda la agitada vida propia de los alrededores de un mercado tan activo como el Agro. Es probablemente el sector más bullente de la capital fronteriza.  Y ahí mismo, por detrás, a una cuadra del club de rayuela, está el jardín infantil y sala cuna Granito de Arena del Hogar de Cristo. Tiene capacidad para recibir 68 lactantes y párvulos, de los cuales un tercio son hijos de migrantes. Muchos de los padres trabajan como cargadores, vendedores ambulantes, conductores de camiones, comerciantes, limpiadores de autos.

“Probablemente donde más claramente se aprecia el fenómeno de la masiva migración es en nuestros jardines infantiles, sobre todo en los del Norte Grande, aquí, en Iquique, en Antofagasta. Los niños hijos de extranjeros han ido aumentando de manera notoria los últimos años en nuestros programas. Sus padres son migrantes con trabajos precarios, en ocasiones ilegales, que viven en condiciones muy duras. Muchas son mujeres solas”, hace notar el trabajador social Patricio Moyano, director de operación social en Arica y Parinacota.

Entre 2017 y 2020, la migración se duplicó en Chile llegando a un millón 400 mil personas. Entre enero 2020 y julio 2021, han ingresado por pasos no habilitados más de cuatro mil menores de edad. Y ahora habrá control militar en la frontera. Ahora, que ya han pasado todos. O la gran mayoría.

Julia Corvacho, la directora del jardín infantil Granito de Arena, nos contó hace un tiempo que ella ha sido testigo de hechos tan dolorosos que darían para escribir un libro.

Recordó el de una mamá boliviana que salió del país con su guagua por un paso no habilitado, para buscar a sus otros dos hijos que se encontraban en Bolivia. A ella la llamaron y le dijeron que los niños estaban siendo vulnerados allá. Desesperada, no tuvo más remedio que partir a buscarlos.

Salió escondida en un camión con la guagua, y me contaba después que la criatura nunca hizo ningún ruido. Mi bebé no lloraba, sabía a lo que íbamos, a buscar a sus hermanos, me dijo. Y de regreso a Chile, fue igual. Caminó por el desierto escondida con sus tres hijos para que otro camión la trajera de vuelta a Arica. Son historias fuertes, de madres que llegan acá solas con sus hijos, buscando un mejor pasar. Nosotras tratamos de ayudarlas lo más que se pueda para que no vivan con miedo de ser deportadas”, cuenta la directora.

Para Julia Corvacho lo que están viviendo en Arica es un drama que nadie previó. “A nosotras como educadoras nos preocupan los niños y sus familias. Sabemos lo importante que es para estos párvulos recibir una educación temprana y de calidad. Cada día que pasa sin su jardín infantil es un tiempo valioso que se pierde”.

JETZIBEL EN EL VALLE DE AZAPA

Durante 2021, en Arica las auto-denuncias de extranjeros por ingreso ilegal aumentaron al doble respecto de 2020.

La venezolana Jetzibel Estévez (27) es una de esas migrantes que hizo el trámite de auto-denuncia hace ya casi cuatro años, que es el camino recomendado para regularizarse en el país, pero sigue esperando por sus papeles.

Hasta hoy sigue ilegal en Chile.

La joven madre entró a Chile en 2019, caminando durante 15 días desde Perú, donde vivió un año. Venía con Iván Pacheco, su hijo mayor, hoy de 9, quien nos muestra el amplio y polvoriento sitio donde arriendan piezas. Dos higueras monumentales, cargadas de frutas, conviven con árboles de mango y papayos. Hay también una porqueriza, que a la hora del calor, despide un olor nauseabundo. “La fruta y los animales, los cerdos y las gallinas, son del dueño del sitio. Nosotros arrendamos aquí por cien mil pesos. Mi mamá también vive acá”, explica Jetzibel.

El sitio está en San Miguel de Azapa, una localidad agraria en el valle, que queda muy cerca del museo donde se encuentran las momias más antiguas del mundo, las chinchorro.

“Dentro de lo que cabe, yo me siento mejor acá en Arica que en Caracas”, dice. “Aquí al menos puedes trabajar, comprarte un par de zapatos, comer. Allá en Venezuela, no. Yo trabajaba todo el día, de 8 a 8, y apenas me alcanzaba para comprarme una arepa. Mi mamá, que ya estaba acá, insistió en que me viniera”. Dice que lleva tantos años sin ver la lluvia, que a veces ha pensado en avanzar hacia el sur de Chile. “Me han dicho que es tan verde como mi tierra natal”, comenta con su hablar educado y una cierta tristeza que tiñe todo su discurso.

Jetzibel también es apoderada del jardín infantil Granito de Arena.

Camila Noa, su segunda hija, de un año y dos meses, es una mulata preciosa, que nació de su relación con Raúl Noa (47), un cubano que está legal en Chile y al que conoció en el mercado.

–Yo trabajaba en El Agro, vendía mandarinas y naranjas. Todos los días subía con mi carretilla, mi hijo y Raúl siempre se me quedaba viendo, pero yo no lo conocía. Hasta que un día yo no trabajé y me puse en el puesto donde mi mamá vende zapatillas. Él se acercó a hablarnos, nos hicimos amigos y me invitó a salir. Después él vio mi situación económica, que no me daba mucho el trabajo, que con suerte juntaba 5 mil pesos al día. Entonces me ofreció alquilarme una casa, sin decirme que el arriendo lo incluía a él… Bueno, yo acepté –cuenta con su pequeña en brazos.

“Ya tenemos tres años juntos. Yo no quiero tener más hijos. Yo estaba bien con uno y me cuidaba, pero salió Camila. Estará de Dios. Yo soy creyente, aunque no de una religión en especial”.

Si bien terminó la secundaria en Caracas y quiso estudiar informática en una Universidad, la situación económica se lo impidió. Ahora, ya no vende en El Agro. Raúl provee.

Cuando le preguntamos en qué trabaja, Raúl nos comenta: “Tengo un emprendimiento en El Agro”. Al indagar en qué consiste nos cuenta que arrienda carritos de supermercado a los compradores en el mercado por 200 pesos o “lo que sea su cariño”, y que cuida y limpia autos en los alrededores. En esa tarea a veces lo ayuda Jetzibel, pero él prefiere que su mujer no trabaje.

Sin desconocer el amor, hay mucho de pragmatismo en estas relaciones. Deysi y Jetzibel son madres jóvenes que necesitan protección. Y que conocen del machismo de sus parejas.

–No es agradable pedir dinero hasta para comprarse un jugo. Yo desearía seguir estudiando. Trabajar, siempre he sido trabajadora. Me gusta tener mis propios ingresos, no tener que pedirle a él, pero Raúl dice: Yo te doy lo que necesitas, pero no es así. Nunca es así.

Jetzibel cuenta que cuando estaba embarazada de siete meses fue a averiguar al Granito de Arena. Luego las propias profesoras las llamaron para que llevara a Camila. “Pero la niña está muy apegada a mí y no suelta la teta. Cuesta que ella se acostumbre, por eso no ha ido nunca en jornada completa. Veremos qué pasa este año”.

 

La joven mamá considera que “las maestras son responsables y el lugar es limpio, pero mi hijo mayor nunca estuvo tan chiquito en el jardín y uno siempre desconfía. Al comienzo, revisaba a la Camila entera, ahora espero que ojalá logre acostumbrarse, porque el jardín es una gran ayuda para que las mamás podamos trabajar”.

Al igual que Eloy, la pareja de la peruana Deysi, Raúl prefiere que su mujer no trabaje, que la niña aprenda en la casa, que esté con su madre. Jetzibel acepta, porque “soy de pocos amigos y casi no salgo”, dice, siempre con algo de tristeza y resignación.

¿HAS PADECIDO RACISMO, XENOFOBIA

¿Qué sueños comparten estas mujeres jóvenes y desarraigadas que luchan por sacar adelante a sus hijos en un país extraño? ¿Sienten el racismo y la xenofobia? ¿Qué las mueve en su día a día?

Deysi responde: “Yo quiero tener una casa propia. Agradezco contar con un techo en el Club de Rayuela, pero quisiera una vivienda que fuera nuestra. Antes arrendábamos una pieza y los niños debían jugar en la calle, la que están muy peligrosa. Ahora estamos mejor. Tienen espacio, porque son inquietos, sobre todo Emir. Yo estaba preocupada porque hablaba poco, ahora ruego que se quede callado. Deseo que los hijos estudien, salgan adelante. Yo terminé la secundaría y habría querido estudiar gastronomía. Me gusta mucho, pero mi mamá es soltera, mamá de cuatro hijos y no tenía recursos”.

Es su madre, quien vive en Cuzco y a veces la visita con sus hermanos, la que insiste en “que en Perú se podría venir una guerra entre hermanos, porque políticos como la Keiko Fujimori quieren matar a los peruanos más pobres. Eso afirma mi mamá”.

Otro sueño de Deysi es que Eloy pueda comprar un auto. “Para salir a pasear y conocer  distintos lugares con los niños. Ellos serían felices”, dice. Y asegura que Perú no entra en sus planes. “Estoy bien en Chile. Mis niños también lo están. El mayor, Brayan, era lo único que me ataba allá y me lo traje”.

Muy diferente es el sentimiento de Jetzibel. “Extraño todo de mi país. Todo. Ojalá algún día se componga la situación y podamos volver. Pero estoy consciente de que debo estar donde están mis hijos y ellos ya son chilenos. Estudian acá, hablan y hablarán como se habla acá. Uno se debe a sus hijos”, afirma, con una conciencia tremenda.

Conmueve cuando afirma que nunca se ha sentido discriminada. “Es más; muchos creen que soy chilena, como soy blanquita… Distinto es lo que pasa con Raúl y con Camila”.

Deysi también asegura sentirse acogida y tener amigas de todas las nacionalidades. Hace eso sí una distinción cuando hablamos de discriminar: “Las personas mayores en Chile son más racistas y excluyentes, pero los demás no. Yo he trabajado con peruanas, chilenas, bolivianas y nunca he sentido que seamos diferentes. A todas nos importan nuestros hijos y hacer lo más y lo mejor que podamos por ellos”.

 

 

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