La encargada de las 35 salas cuna y jardines infantiles que Hogar de Cristo tiene a lo largo de Chile, estratégicamente en los territorios más vulnerables, analiza aquí por qué post pandemia los padres no están llevando a sus niños y niñas a estos establecimientos. Un tema país que preocupa, porque la primera es clave para emparejar la cancha de las oportunidades.
Por Claudia Fasani
31 Enero 2024 a las
17:03
Claudia Fasani es la responsable de los jardines infantiles y salas cuna del Hogar de Cristo. Etapa que para muchos es “la verdadera educación superior”.
Acompañamos el egreso de dos años, nieto de Gloria, hijo de Juan Carlos y Constanza. La pareja vive de allegada en casa de Gloria, quien ha sido apoderada histórica de la sala cuna Monseñor Santiago Tapia de La Pintana. Asistieron allí sus dos hijos menores y han pasado por ella la mayoría de sus 14 nietos.
La suya es pobreza dura, tanto en términos de ingresos como multidimensional, aunque hay una de esas dimensiones que ella no transa: la educación. Es de las que todavía cree que el estudio es una vía de promoción y movilidad sociales.
Ella y esta convicción parecen cada vez más excepcionales, a la luz de las cifras post pandemia. Hoy, menos de la mitad de los niños menores de seis años en Chile asiste a un establecimiento educacional. Las matrículas en educación parvularia han bajado ostensiblemente. Lo más grave es que, según la CASEN, el 61% de los niños de entre dos y cuatro años que no asiste a educación parvularia, pertenece al primer o segundo quintil más vulnerable.
¿Por qué esta inasistencia es tan preocupante?
QUÉ DICE LA NEUROCIENCIA
La connotada neurosiquiatra infantil, Amanda Céspedes, ha sido elocuente al explicar que “el niño nace con tres veces más células en su cerebro que las que tendrá a los 15 años. Esas células son las neuronas, que están al servicio de la inteligencia social, intelectual, espiritual, emocional”. Y se explaya así: “Pero para que esas células cerebrales brillen después que el niño ha nacido tienen que hacer redes entre ellas. Hay que conseguir que, por así decirlo, las neuronas se tomen de las manos y empiecen a funcionar coordinada y espléndidamente bien. Hay que aprovechar que los niños y niñas pequeñas, sin distinción de raza, nivel socioeconómico, género, tienen tres veces más neuronas que el resto de los seres humanos. Eso significa que es en ese momento cuando cuentan con tres veces más oportunidades de desarrollar lo mejor de sí mismos”.
Finalmente, concluye; “Efectivamente, la educación en esta etapa es educación para la vida, porque es cuando el ser humano tiene su máximo potencial para desarrollar”.
Lamentablemente, la encuesta CASEN 2022, señala que el 79% de los niños que deben ir al jardín no asiste debido a que “no es necesario, porque lo(a) cuidan en la casa” o porque consideran que “no es necesario que asista a esta edad”. Es evidente que es necesario comunicar mejor las conclusiones de la neurociencia, que tan bien expresa Amanda Céspedes: “Se ha comprobado científicamente que hay una diferencia enorme entre el niño que llega a la escuela básica habiendo tenido sala cuna y jardín infantil con el que no lo tuvo. El primero lleva la delantera, tiene unos dos mil días de adelanto en su desarrollo respecto del otro. Y es rezago va a ser una marca a fuego a lo largo de toda su vida”.
Es responsabilidad de todos –académicos, científicos, profesionales, técnicos, autoridades– conseguir que la baja asistencia a salas cuna y jardines infantiles se revierta. ¿Cómo hacerlo? ¿Flexibilizando los horarios, dando mayor espacio de participación a las familias, fortaleciendo la vida comunitaria, que estuvo a la base de la creación de la sala cuna monseñor Santiago Tapia, a fines de los años 80, y que tanta ha servido a Gloria, sus hijos y sus nietos?