Los últimos meses de Antonia Lobos
En julio de 2023, la alumna de octavo básico del Colegio Gerónimo Rendic, de La Serena, se suicidó, después de sufrir años de acoso escolar, discriminación y ciber bullying. Este reportaje, elaborado a partir de testimonios de compañeros de clase, amigos y apoderados —quienes revelan por primera vez los detalles de esta tragedia—, describe el calvario que enfrentó Antonia en sus últimos meses de vida.
Por Matías Concha P.
19 Abril 2024 a las 16:08
Dos meses antes del final, en mayo de 2023, cuando el reloj marcaba las 8:30, Antonia Lobos Rivera (13), alumna de octavo C del Colegio Gerónimo Rendic de La Serena, en Coquimbo, maniobró su silla de ruedas para entrar a su sala de clases. Ya habían pasado dos años desde el accidente que la confinó a la silla, pero las burlas de algunos compañeros de curso aún resonaban con la misma crueldad de todos los días: “Mira, llegó la coja”.
–Le dije que cerráramos el año, que ya era suficiente y que no tenía por qué exponerse –revela la mamá de Antonia, Marcela Rivera (52), con la voz temblorosa–. Y agrega: –Pero ella me respondía: “No, mamá, yo quiero ir, quiero hacer la diferencia. Aquí en el colegio, nadie anda en silla de ruedas ni usa muletas. Los que tienen alguna discapacidad prefieren quedarse en la casa, pero yo no me voy a esconder. ¿Por qué me tendría que ir del colegio si aquí están todos mis amigos?”
Hace dos años, cuando Antonia estaba en sexto básico, se fracturó la rodilla jugando a la pelota en el colegio y necesitó muletas durante varios meses. Hasta ese momento, había llevado una vida muy activa: mantenía nota promedio siete en educación física y disfrutaba jugando fútbol con la camiseta de Colo-Colo, practicando básquetbol o montando a Revuelco, el caballo de su papá.
—Ya no podía correr y, poco a poco, se fue quedando fuera de todos los juegos; ya no la invitaban a ningún parte porque tenía que andar con muletas –recuerda, Marcela-. Ella me decía: “Mamá, lo único que quiero es jugar a la pelota”. Yo le aseguraba que íbamos a salir adelante, que apenas estuviera lista la inscribiría en el equipo que ella quisiera. Pero las cosas no salieron como esperábamos.
A medida que pasaban los meses, la condición de Antonia se deterioraba y las lesiones se volvían más recurrentes. Sus profesores le decían: “¿Otra vez, Antonia? ¿Otra lesión? Ya, córtala, ¿hasta cuándo con lo mismo?”. Cansada, Antonia llegaba a casa y le reclamaba a su mamá: “¿Por qué los profesores se burlan de mí? Estoy chata de esto”.
Tres veces a la semana, Antonia asistía al kinesiólogo, pero el dolor no la dejaba dormir en la noche. En un esfuerzo por disminuir el dolor, los médicos decidieron aplicar infiltraciones en ambas rodillas. Luego, tras un periodo de tratamientos e incertidumbre, en marzo de 2021, los especialistas le diagnosticaron Hoffitis, una inflamación severa del tendón de la rótula que terminó paulatinamente dejándola en silla de ruedas.
—Yo estaba allí cuando la molestaban. Le dije: “Anto, no tienes que pescar…”, pero ella se hacía la fuerte, hasta se reía de su propia situación con los que la molestaban para hacer parecer que no le importaba, así que era difícil defenderla. Incluso, algunas de sus amigas la grabaron andando en silla de ruedas, riéndose.
La historia la cuenta C., de 14 años, un alumno del curso de Antonia. A pedido de su madre, en este artículo no se identificará su nombre ni su género. Es la primera vez que habla del tema, luego de varios meses de terapia, en que le diagnosticaron depresión y trastorno de ansiedad generalizada.
–No, solo a veces sus amigas. Es que ella tampoco era ninguna santa; tenía mucho carácter. Al principio, los del curso le decían “la coja”. Luego, los mayores, desde primero medio en adelante, la llamaban “la niña Sename”, porque siempre estaba lesionada, ya fuera con muletas, yeso o en silla de ruedas.
Mientras conversamos C. muestra su celular. En él, ha visto mensajes de gente anónima culpándolo de la muerte de su compañera. Varios alumnos del colegio han recibido ese tipo de comentarios, por Instagram, por Facebook y hasta por WhatsApp.
—Cuando supimos que se murió la Antonia, todos culpaban a todos. Pero en el fondo sabíamos quiénes eran los que le hacían bullying. En realidad, todos lo sabíamos: los papás, los profes, todos.
Antonia lo habló con sus padres y le pidieron ayuda al director del colegio, Claudio Rodríguez, pero la directiva exigía nombres específicos para poder actuar, y Antonia no estaba dispuesta a revelar quiénes la acosaban, afirmando: “No soy ninguna sapa”. Como resultado, no se tomó ninguna medida concreta. Este hecho llevó a un cambio dramático en Antonia, según sus amigos: comenzó a fumar marihuana, evitaba salir del aula y expresaba su deseo de “irse de este mundo”.”
–Sé que algunos profesores se acercaron a ella cuando la Anto no daba para más –continúa C. –, pero ella no quiso decir los nombres de quienes la molestaban. Así que continuaron molestándola: no la incluían en los juegos y comía sola en el almuerzo. Una vez la vi llorando en el pasillo, pero no me detuve para ver qué le pasaba. Yo creo que a todos nos daba miedo ayudarla, porque la podían agarrar con uno. Eso me da culpa.
Solo un mes antes de la muerte de Antonia, el jueves 15 de junio, su mamá, Marcela, se acercó a la directiva del curso a cargo del profesor jefe, Daniel Sepúlveda. En esa reunión, les imploró que se tomaran medidas urgentes para terminar con el acoso a su hija.
—Mi hija no era la única que estaba sufriendo bullying —explica Marcela—. Había más niños que también estaban pasándolo pésimo.
El acta de esa reunión determinó que “se iba a comenzar a trabajar con la temática de bullying, estableciendo e identificando actores, casos y/o situaciones en torno a ello para concientizar a los niños/as. Se informó además, que se encuentran activos tres casos de convivencia que afectan a niños/as del curso, llevándose a cabo el respectivo protocolo de acción, lo que conlleva; citaciones, toma de declaraciones, investigación y en efecto, resolución con medidas de apoyo, sanciones u otros según corresponda. Respecto del colegio, en caso de presentarse situaciones reiterativas y de carácter grave hacia algún alumno/a, el colegio considerará recurrir a instancias externas, derivando o denuncia a las instituciones que corresponda por maltrato escolar inclusive”.
Una de las mamás del curso, que pertenecía al consejo de apoderados del octavo C del colegio, aún lamenta la falta de acción que tuvieron al momento de enfrentar el acoso que se sufría en el curso, especialmente en el caso de Antonia.
–La Marcela estaba desesperada, no daba más. Nos llegó pidiendo apoyo para Antonia, pero poco y nada se hizo, esa es la verdad. Me consta que jamás se contactó a nadie ni se llevó a cabo ninguna intervención, investigación o charla previa a la muerte de Antonia.
Poco antes de la muerte de Antonia, durante una clase, los alumnos del octavo C discutían cómo y cuándo querían morir. Ella se lo tomó en serio y dijo: “Yo me quiero morir joven”. Todos los del curso se quedaron callados al principio, pero después se rieron de ella.
–Hoy me arrepiento, es que mí también me habían hecho bullying y no quería que volvieran a molestarme.
L., de 13 años, conocía a Antonia desde tercero básico y desde la muerte de ella, también comenzó a ir al psicólogo para poder aceptar todo. “A mi desde chico me hicieron bullying, pero la Anto me defendía, ella era así, me decía: “Nunca hay que andar de víctima”. Al final, después de su muerte, me dio crisis de ansiedad y mi mamá me cambió de colegio”.
—Tengo vergüenza.
En marzo de 2022 las pesadillas, los dolores de estómago y de cabeza de Antonia empezaron a ser cada vez más frecuentes. Sentía que no había espacio para ella en su colegio; para llegar a su sala, ubicada en el segundo piso, debían subirla en un montacargas, en el que se quedó atrapada más de cinco veces y que terminó desplomándose mientras ella estaba encima. Cuando dejó de funcionar definitivamente, algunas compañeras tenían la tarea de cargarla escalera arriba.
–Más que ayudarla, todos se rieron– recuerda uno de los amigos más cercanos de Antonia, J., de 13 años–. Desde entonces, empezó a correr el rumor de que iban a suspender a los que la molestaban y de que ella había dado los nombres de los que le hacían bullying… Eso fue lo que produjo el resto.
Pronto, Antonia comenzó a recibir amenazas de alumnos por WhatsApp. A inicios de 2023, el grupo anónimo de Instagram llamado “Confesiones”, gestionado por estudiantes del colegio, empezó a publicar descripciones de situaciones sexuales, acusaciones, funas contra compañeros, rumores sobre los alumnos y, ocasionalmente, amenazas.
El perfil de Instagram permaneció activo después de la muerte de Antonia y fue cerrado hace pocos meses tras repetirse nuevos casos de ciberacoso. La dinámica, similar en otros grupos de colegios del país, consiste en que los alumnos envían sus confesiones a la página, y los moderadores del grupo se encargan de publicarlas de forma anónima.
–Una de las últimas cosas que vio en su vida fueron las “confesiones” sobre ella –revela la mamá de Antonia, Marcela.
Marcela Rivera regresaba de Santiago ese día, tras un viaje relámpago para recoger unas biopsias de su esposo Juan (70), diagnosticado con cáncer linfático. Al llegar a casa, encontró a Antonia recortando flores de papel en su pieza. “Mamita, voy a salir”, le dijo Antonia a Marcela, mientras dejaba su cama cubierta de flores.
–Salió y no entró nunca más– recuerda Marcela.
Antonia se quitó la vida después de darle de comer a sus mascotas en la parcela de la familia. Su madre, Marcela, la encontró sin vida al lado de Revuelco, el caballo de su papá. Hasta ese último día, el sueño de Antonia había sido llegar a ser corralera y competir en una media luna junto a su padre.
–No dejó ninguna nota, nada– continua, Marcela–. Solo dejó su cama cubierta de flores.
Desde la muerte de Antonia, se ha mezclado el duelo con la desesperación por entender. Muchos apoderados del colegio Gerónimo Rendic se contactaron con fundaciones de todo tipo, entre ellas la organización Katy Summer, liderada por Emanuel Pacheco y Evanyely Zamorano. Ellos también enfrentaron la trágica pérdida de su hija, Katherine Winter (16), quien se suicidó tras meses de acoso y ciberbullying en el colegio Nido de Águilas, en Santiago.
–Entender sirve para amortiguar el dolor que sientes; es como un analgésico– explica Evanyely Zamorano, fundadora de Fundación Katy, dedicada a combatir el ciberacoso y ayudar a las víctimas de bullying–. Los papás no podían ir al colegio para entender por qué tanta crueldad, me decían: “¿Es normal que el colegio no quiera decir nada? ¿En normal que a tantos apoderados les dé lo mismo?”
La organización de Evanyely, entre otras cosas, ofrece capacitaciones, talleres y charlas a lo largo del país para jóvenes y adultos, centradas en la prevención de la ciberviolencia, la alfabetización en primeros auxilios emocionales, intervención en acoso, y estrategias legales para apoyar a víctimas de bullying.
–No, lamentablemente, el colegio nunca quiso o no pudo acercarse a nosotros. Esto suele pasar; en situaciones así, los sobrevivientes como Marcela pierden todo tipo de rutina, la familia queda aislada y el círculo social de tu hijo se desentiende. Los que eran amigos te cuestionan y ahora te critican: “Algo habrás tenido que hacer para que tu hijo se quitara la vida”.
Chile lidera el ranking de suicidios por habitante en el continente y el suicidio es la segunda causa de mortalidad adolescente en el país. Por cada joven que se suicida, otros 20 lo han intentado y 50 más lo están considerando. Aún más alarmante es que uno de cada tres niños o niñas entre 10 y 14 años en Chile desea acabar con su vida o hacerse daño.
–Los adultos no estamos preparados para acompañar a estos niños– opina Pamela Cajales, psicóloga y magíster en Ciencias de la Familia, experta en prevención del suicidio y acompañamiento a supervivientes. “La muerte, y más aún, el suicidio, es un tema tabú. No se entiende que el suicidio es multicausal; no es una sola situación la que lleva a un niño al suicidio, ni existe un solo factor o una sola circunstancia”, explica. “Lo importante aquí es no generalizar y estar alerta a todos los aspectos de la vida de los niños: desde cómo les va en el colegio, la relación que tiene con sus amigos y profesores, la salud, su autoestima, sus gustos, las rutinas que lleva”.
–La desolación y el sentirse abandonados, sin salida. Hoy los jóvenes buscan respuestas en una pantalla que no es afectiva, sino agresiva, irreal e inalcanzable. Los papás no están tanto mejor, muchos padres que han vivido la pérdida de un hijo o el intento de suicidio de un hijo, llegan en estado de shock, se reprochan entre ellos, se culpan mutuamente, incluso, algunos llegan con una sensación de vergüenza: “¿Cómo nos pasó esto a nosotros? ¿Cómo no fuimos capaces?”.
Después del suicidio de Antonia, la directiva del colegio inició charlas para hablar sobre cómo el curso estaba enfrentando la muerte de Antonia. A los amigos más cercanos se les permitió salir de clases para hablar con la psicóloga del colegio y se les permitió faltar durante una semana. Al final del salón de clases, levantaron un altar en su memoria.
—El golpe fue muy fuerte para todos —explica Claudio Rodríguez, el director del colegio—. Por eso contratamos una empresa externa, para hacer una completa reevaluación de nuestros protocolos y reglamentos.
En septiembre de 2023, dos meses después del fallecimiento de Antonia, el Colegio Gerónimo Rendic contrató los servicios de Deso, una consultora especializada en convivencia escolar, metodologías de inclusión y trato inclusivo. Hasta la fecha, se han realizado ocho sesiones que han involucrado a profesores, alumnos y apoderados.
—El problema fue que a las semanas se olvidó todo y volvió el bullying, como si Antonia nunca hubiera muerto por culpa de eso —recuerda afligido M., de 14 años—. A mí también me dieron ganas de morirme, me siguieron haciendo bullying y mi mamá me sacó del colegio. Terminé sin nada.
Es una de las razones más frecuentes que explican el abandono escolar. De acuerdo al sondeo del Instituto Nacional de la Juventud, titulado “Bullying en Establecimientos Educacionales”, el 61% de los jóvenes entre 15 y 29 años encuestados, declaró haber sido intimidado o maltratado verbalmente con insultos, burlas o amenazas. El 41% ha vivido situaciones de exclusión, y el 33% dijo haber sido intimidado físicamente.
–Luchar contra la inasistencia, la desescolarización, la exclusión social y el abandono escolar es igual de importante que luchar contra el bullying en la sala de clases –opina Paula Montes, directora ejecutiva de Súmate de Hogar de Cristo, que trabaja por la reinserción educativa de niños, jóvenes y adolescentes–. Más aún cuando la tentación de lograr reconocimiento por el miedo, de convertirse en “bacán” a punta de pistola, está a la vuelta de la esquina. Esto no es estigmatizar. Es constatar una realidad, que la CASEN 2022 nos confirma: 227 mil niños, niñas y adolescentes han sido excluidos y están privados de su derecho a la educación, muchos producto del bullying.
Han pasado 9 meses desde la muerte de Antonia Lobos, y Marcela ha hecho de su vida cuidar a su marido del cáncer, que está de a poco mejorando. Ella aún no logra sanar: “Siento que todos le fallamos a mi hija. Ahora, lo único que quiero es que llegue la tarde y dormir. A veces, sueño con la Antonia”.