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Vejez, pobreza y soledad en Calama

En las afueras de Calama, Segundo y Daniel Aguilera comparten su lucha contra el cáncer y la pobreza en una casa desprovista de servicios básicos. Junto a ellos, Leopoldina Mora enfrenta sus propios retos, viviendo bajo condiciones similares de abandono y aislamiento. Este reportaje revela la cruda realidad de quienes viven al margen de la próspera industria minera de la ciudad, en un entorno donde la escasez de recursos, el peligro y la falta de asistencia marcan sus días.

Por Matías Concha P.

17 Junio 2024 a las 20:20

Oculta a la vista de todos, en medio del desierto, hay una choza repleta de perros, polvo y basura. Ahí viven Segundo Aguilera, un adulto mayor, y su hijo Daniel Aguilera; ambos enfermos de cáncer. En ese páramo olvidado, en las afueras de Calama, llevan una existencia plagada de infortunios: no hay luz ni agua, y las paredes apenas resisten los fuertes vientos y las temperaturas que descienden a menos de 0°C en invierno.

— ¿Por qué viven aquí?

—Llegamos hace ocho años, después de que desahuciaron a mi hijo Daniel de cáncer en Antofagasta. Nos dijeron que solo le quedaban tres meses de vida y lo perdimos todo. A mí también me habían diagnosticado cáncer y mi hijo era mi cuidador. Estábamos sobreviviendo en una pieza con lo que él ganaba como mecánico, pero después de que él enfermó quedamos en la calle. Antes vivíamos en la Población Gladys Marín, en Calama. Pero, ¿qué se le va a hacer? La vida aquí es dura, tan dura que ni al peor de mis enemigos se la desearía.

Calama tiene dos rostros, como el Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Durante el día, es una ciudad próspera, alimentada por las riquezas de las minas de cobre. Pero en sus márgenes, la realidad cambia drásticamente. Alejados del bullicio minero, la noche cae pesada, y con ella, emerge la otra cara de Calama en el desierto.

—Acá el modo de vida es violento —explica Segundo, de 78 años—. Por ejemplo, no hay agua, tampoco luz, ni micros o colectivos; no llega nadie. Los vecinos, que están en la misma que nosotros, se pegan la caminata de horas para llegar a machetear a la ciudad. A veces, pillamos un auto que nos lleva o hacemos dedo. Pero si no tenemos esa suerte, hay que cruzar el desierto a pata. Y a veces, en la noche, cuando eso pasa, hay que tener mucho cuidado; el desierto está lleno de narcotraficantes y hoyos donde podrían tirarte. Como le decía, acá la vida no vale nada.

Vejez, pobreza y soledad en Calama

Segundo Aguilera espera cada día con ansias la llegada de su hijo desde la ciudad.

Segundo mira hacia la distancia y, al divisar a su hijo Daniel en el horizonte, su rostro se ilumina. Tras caminar tres horas por el desierto, Daniel regresa sin éxito de buscar trabajo en la ciudad. Su figura, casi desvanecida, revela un profundo cansancio. Aunque tiene 53 años, parece considerablemente mayor; la vida en este páramo y el cáncer de páncreas le han arrebatado más años de los que realmente ha vivido.

—El desierto y los perros fueron los únicos que nos recibieron; el sistema nos comió toda la plata que yo tenía y nos dejó de lado. Pero aquí tenemos nuevos amigos, y cada mes vienen los doctores a hacerme tratamientos paliativos. A veces, incluso, aquí mismo me hacen las bombas de mantenimiento para el cáncer y me dan medicamentos, como insulina. Y bueno, aprovechan de ayudar a mi papá. ¿Lo vio? Él también tiene cáncer y anda con una sonda que cuelga de un balde.

NADIE ESCOGE ESTA VIDA

Daniel y su padre, Segundo, forman parte de las más de 900 personas en situación de calle en la región de Antofagasta. De ellas, 300 se encuentran en la ciudad de Calama, deambulando sin destino por la ciudad, encontrando refugio en el sector poniente de Calama o, decididamente, en el desierto.

—Nadie escoge esta vida, amigo –Continúa, Daniel—. Como no tenemos electricidad se echan a perder mis remedios porque no mantenemos la cadena de frío y termino hospitalizado. Es la rutina.

Como ellos, cerca de cinco mil familias viven en las tomas del sector poniente en Calama. El agua escasea en este territorio y viven sin electricidad o desagüe. El agua se compra en baldes o llega en camiones aljibes: 4 baldes por diez mil pesos. El baño es un hueco en la tierra, sin posibilidad de echar agua. Lo llaman “pozo ciego”.

—Bueno, mi papá está más complicado que yo por el tema de la sonda. A pesar de todo, sigo siendo su cuidador: le pongo sus pañales, me consigo sus remedios, lo acuesto a dormir al lado mío, me preocupo de que despierte. Ese es mi mayor miedo, morir antes que él. Es un tema que los dos tenemos claro; sabemos que ninguno sobrevive si el otro muere. Y nos falta poco para eso.

Vejez, pobreza y soledad en Calama

Daniel y su padre, Segundo Aguilera, viven en una toma en las afueras de Calama.

Como buen desierto, pocas veces llueve, pero el cambio climático está haciendo que esto no sea tan raro. Una realidad desastrosa para la mayoría de las familias, ya que llueve sobre casas con techos de plástico llenos de agujeros.

—En febrero, debido a las lluvias, Domingo y Daniel podrían haber muerto —explica Paola Gatica, jefa del Programa de Atención Domiciliaria de Hogar de Cristo en Calama—. Cuando llegamos, los dos estaban con fiebre, acostados en una cama completamente empapada y rodeados de perros. No sé cómo lo logramos, pero sin asistencia inmediata, hoy ellos no estarían contando su historia.

— ¿Qué ayuda les entregaron?

Llegamos con ropa, medicamentos, aislantes para el techo, lo inmediato. Y no solo para ellos, también para otras personas, en su mayoría adultos mayores. La gente no lo sabe pero hay un nuevo fenómeno que no se ha identificado, me refiero a que cada vez hay más personas mayores que están sufriendo en las periferias de Calama, me refiero al aislamiento, la pobreza y la soledad.

Hace pocas semanas, Hogar de Cristo instaló la primera piedra de la nueva hospedería en Calama. El nuevo edificio, que cuenta con una importante inversión 2 mil 980 millones de pesos del gobierno regional para su construcción, tendrá capacidad para recibir a 55 personas en situación de calle y a 30 adultos mayores vulnerables de Calama.

—Esto permitirá que los acogidos reciban el apoyo que merecen y en las condiciones adecuadas —opina el alcalde de Calama, Eliecer Chamorro—. Y eso tiene que ver con una mirada de desarrollo. Es decir, nosotros somos capaces de atender mejor a quienes más lo necesitan, significa que estamos brindando una mejor ciudad.

Según informaron las autoridades, en un par de semanas comenzarían los trabajos que tendrían una duración de 18 meses.

Primera piedra de la nueva Hospedería de Hogar de Cristo en Talca

La colocación de la primera piedra para la hospedería en Calama es una señal de esperanza para las personas en situación de calle y los adultos mayores más vulnerables.

LA SOLEDAD DEL DESIERTO

Mientras tanto, en Calama, las personas mayores en zonas periféricas mantienen niveles de pobreza significativamente mayores a los urbanos, con el 33,1% viviendo en pobreza multidimensional, en comparación con el 16,5% en zonas urbanas.

—Por eso este proyecto surge en un momento crucial —afirma Juan Cristóbal Romero, director ejecutivo de Hogar de Cristo—. Lo único peor que vivir en la calle es morir en ella, un destino trágico para muchas personas y por sobre todo, para adultos mayores. Factores como rupturas afectivas, problemas económicos y conflictos familiares a menudo los llevan a esta situación, que acelera el envejecimiento y aumenta drásticamente el riesgo de muerte.

En la macrozona norte, que incluye Arica y Parinacota, Tarapacá, Antofagasta y Atacama, vivir en zonas periféricas puede ser un verdadero infierno. En ellas, llegar a un hospital puede demorar hasta 484,9 minutos, más tiempo que muchos vuelos internacionales. Los tiempos de acceso a centros de salud primaria varían entre 57 y 224,3 minutos, y a cuarteles de Carabineros entre 44,5 y 176,5 minutos, siendo estos últimos los servicios más próximos.

—A mí lo que me complica son las horas médicas —dice Leopoldina Mora, de 65 años—. Cuando voy al Cesfam, tengo que caminar unas 10 cuadras para tomar locomoción y me demoro más de una hora en llegar al centro de Calama. A las 6 de la tarde me encierro, no salgo porque a esa hora empiezan los ruidos, y como a las 10  empiezan a correr los balazos.

Leopoldina vive desde hace seis años en el campamento indígena Likantatay, ubicado en el sector poniente de Calama, donde residen alrededor de 80 familias con descendencia indígena de la Provincia de El Loa.

— ¿No te sientes segura en tu casa?

—Los Carabineros tienen miedo de entrar acá; se demoran horas o simplemente no llegan. Si no fuera por mi hijo, estaría tirada en el desierto. He tenido dos robos aquí; me robaron la mercadería y mis cilindros de gas, y tuve que empezar de nuevo.

Leopoldina depende de una pensión de invalidez, resultado de un accidente que sufrió hace siete años, en el que perdió la vista del ojo izquierdo y se quebró la clavícula. Ante esta situación, se lamenta: “Cuando empiezan los balazos, no puedo escapar”.

Además del constante miedo a la inseguridad, Leopoldina enfrenta otros desafíos igual de difíciles: el frío, la lluvia y la soledad. Su hogar tiene un pozo, pero no cuenta con alcantarillado o agua potable. “Vivo en el siglo pasado”, dice, explicando cómo debe calentar agua en un tarro, jabonarse y tirarse agua para iniciar el día.

Vejez, pobreza y soledad en Calama

Imagen del campamento indígena Likantatay, ubicado en el sector poniente de Calama, donde residen alrededor de 80 familias con descendencia indígena de la Provincia de El Loa.

—Es la vida de los viejos más pobres —declara Leontina—. Calama me dio muchas oportunidades cuando era joven, pero desde que me hice mayor, dejó de dármelas. Paso sola, me levanto, tomo desayuno y juego con mi perro, Lobito, que está conmigo siempre. Eso es todo lo que hago.

La realidad de Leopoldina está lejos de ser única. En la región de Antofagasta, el 11.3% de las personas mayores son dependientes, lo que representa a más de 10 mil personas que necesitan ayuda constante. Además, un 11.5% de los adultos mayores de la región viven solas en hogares unipersonales, lo que equivale a cerca de 11.500 personas enfrentando su vejez en completa soledad.

— Esta realidad no es un fenómeno propio de nosotros— revela la jefa de la línea adulto mayor del Hogar de Cristo, Doris García—. Organizaciones como el Servicio de Salud Pública de Estados Unidos y revistas como The Economist han calificado la soledad como una epidemia y han comparado el fenómeno con la lepra del siglo 21.

Los últimos datos de la CASEN 2022 revelan una realidad desgarradora en Chile: casi 680.000 personas mayores viven en situación de pobreza, sin acceso a servicios de salud ni a servicios básicos, expuestos a diversos tipos de violencia y, sobre todo, a la soledad. Para Leopoldina, esta situación se ha vuelto una rutina diaria: “La verdad, ya me he acostumbrado a la soledad… somos muchos los que hemos normalizado vivir así. En ese abandono, al menos, no estoy sola”.

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