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La nueva vida de Freddy Monje:

Pequeños cambios cotidianos y grandes sueños

Lleva apenas una semana en su departamento ubicado en Estación Central facilitado por el programa Vivienda Primero del Ministerio de Desarrollo Social. Nadie le puede quitar la sonrisa. El talabartero que pasó durante años viviendo en situación de calle, describe aquí los cambios grandes y pequeños de su nueva existencia. Pasar de de escobillar a diario la misma polera a contar con lavadora y ropa limpia en el closet, da cuenta de lo cotidiano, pero hay mucho más.

Vicente Vásquez Feres

5 Julio 2024 a las 19:52

–¡Hola, pasa! –saluda Freddy Monje (55), sonriente. Visiblemente asumido en una etapa de su vida que acaba de comenzar. Abre la puerta y da la bienvenida a un departamento reluciente. “Un buen lugar, con todas las comodidades”, menciona. El televisor está prendido, con las noticias de fondo. Se acerca la hora de almuerzo. Monje reúne agujas, hilo y cuero en una mesa, fundamentales en su oficio como talabartero. Tal como en una conversación anterior, donde soñaba con superar la calle, lleva a Colo-Colo en el pecho.

Este día cálido, con una sensación térmica impropia del invierno, cumplió una semana en su nueva casa. Es uno de los beneficiarios del programa Vivienda Primero, dependiente del Ministerio de Desarrollo Social y ejecutado por distintas organizaciones de la sociedad civil. En su caso, Hogar de Cristo lo ayudó en la postulación y el seguimiento corre por cuenta de Fundación Nuestra Casa.

El plan estatal se inició en 2019 y ha entregado un hogar y apoyo psicosocial a más de 700 personas mayores de 50 años, quienes vivieron por un periodo prolongado en la calle. Durante los últimos meses, Freddy pernoctaba en la Hospedería Padre Álvaro Lavín. Ahí podía desarrollar su artesanía en cuero en la biblioteca durante un par de horas cada día. “Esta semana empecé una vida diferente, lo he notado en muchas cosas. El otro día fui a visitar la Hospedería, fue súper distinto salir de ahí, tomar la locomoción que me deja aquí afuera, tener un lugar donde llegar”, dice.

El talabartero con sus materiales para fabricar artesanía en cuero.

–¿Qué ha cambiado en concreto?

–Hasta salir y volver me hace sentir cosas diferentes, subirme al ascensor, abrir la puerta y saludar al conserje. Cuando no estuve en la calle, siempre viví en casa.

SIN PEROS 

Recuerda que estaba en la biblioteca cosiendo cuando Alex Valenzuela, jefe de la Hospedería Padre Álvaro Lavín, fue a concertar una entrevista con una estudiante en práctica. “Se devolvió y me dijo: ‘Te tengo una noticia, pasaste todos los filtros, cumples con el perfil y estás dentro de los beneficiarios del programa’. Tenía que estar allí para creerlo. Con 55 años, he pasado por cada cosa, me han prometido tanto y, al final, siempre había un pero”.

Esta vez no lo hubo.

Sólo le contó a su madre, que vive en San Bernardo. Unas semanas después, cuando lo citaron de Fundación Nuestra Casa en una estación del Metro, llegó con media hora de antelación. Todavía no estaba convencido. Al rato, llegaron y conversaron en la caminata al edificio. En esos siete minutos de trecho, su percepción se mantuvo. Incluso, fue con lo puesto, el resto de sus cosas seguían en la Hospedería.

Me pasaron la llave, me mostraron el departamento y conocí a mi compañero. Me acordé de lo que conversé con Alex en la biblioteca y recién creí”, reconoce.

Freddy en su sillón, donde se sienta a coser mientras escucha las noticias de fondo.

Freddy lo tiene claro, logró una gran oportunidad. “Con los tres años que voy a estar, si hay un buen comportamiento pueden ser más. Quiero mostrar que uno está surgiendo, porque si sirve, van a destinar muchos más recursos para este tipo de programas que ayudan a personas mayores en calle”.

EL HORIZONTE

El artesano necesitaba estabilidad para sentirse seguro y emprender con sus productos. Ahora debe costear su alimentación y encontrar una nueva rutina en su barrio. Ya no está la seguridad del desayuno y la cena, como en la Hospedería Padre Álvaro Lavín. De a poco, va descubriendo sus picadas y puede cocinar con gusto su plato favorito: tallarines con salsa.

Ahora tengo dónde recibir a mi madre. Estoy de cumpleaños el 15 de julio, mi hermana la va a acompañar para que venga a tomar once, un vaso de jugo, cualquier cosa”. Anhela un momento grato.

El renacer viene lleno de trabajo. Debe fabricar cien productos para tener un puesto en una feria de emprendedores que recorre Santiago. Su propio plazo termina en agosto, así lograría “pescar el mes de septiembre”. Conforme suben las temperaturas, también lo hacen las ventas. Por ejemplo, el próximo verano puede viajar al litoral a vender, donde no va desde hace ocho años.

Monje en el balcón del departamento, ubicado en la comuna de Estación Central.

Hace unos días, en medio de un seminario en la Universidad Católica sobre el programa Vivienda Primero, un académico le preguntó cuál era su plan a mediano plazo. “Yo le dije que en la Navidad de 2025 quiero tener un local establecido en el centro de Santiago con mi artesanía en cuero y en madera”.

Trabajar tranquilo en su casa le permitirá expandirse a proyectos más grandes, como mochilas y bolsos. Hasta el momento, sólo podía dedicarse a los monederos y billeteras. Hay días que destina 12 horas a la talabartería. “Quiero aprovechar el tiempo que tengo”, asegura. Sin embargo, necesita dinero para seguir comprando material y evalúa la chance de volver a ser maestro panadero hasta fin de año. Entonces, podrá comprar las máquinas que necesita.

Enumera un montón de ventajas de vivir en el departamento, pero hay una que le gana a todas, donde no hay comparación.

Es rico echar mi ropa a una lavadora nueva y tener toda la ropa limpia ordenada en el clóset. Antes lavaba la ropa para el día, escobillando a mano. Es esencial no salir con la misma polera todos los días.

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