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Leticia Sepúlveda:

“El Hogar de Cristo me dio una familia y una razón para seguir adelante"

"A los 7 años, la fundación me rescató de la calle y me dio una familia. Hoy no sería quien soy sin ellos", afirma. Con 51 años, su historia es una de tantas que destacan el impacto de los 80 años que cumple este octubre el Hogar de Cristo, una obra social que sigue transformando vidas en Concepción y en todo Chile.

Por Matías Concha P.

9 Octubre 2024 a las 18:27

Leticia es un testimonio vivo del poder transformador del Hogar de Cristo en la región del Biobío. Su acción empezó en 1963, cuando el jesuita belga Josse Van der Rest vio la urgente necesidad de iniciar un espacio que recibiera a personas en situación de calle y, junto a las hermanas Ursulinas de Chiguayante, levantó la primera hospedería de hombres en Concepción, que se ubicó originalmente en la calle Rengo.

En 1969, con el apoyo del Arzobispado, se mudaron a Manuel Rodríguez 50, junto a la capilla El Carmen. Fue entonces cuando la hermana ursulina Juanita de Boeck asumió la dirección. Con su incansable trabajo, no solo consolidó la hospedería de Hogar de Cristo, sino que también abrió un centro asistencial para enfermos terminales y fundó hogares para niños y niñas en la región del Biobío.

Leticia, sosteniendo un juguete, durante un paseo con las niñas y niños del Hogar de Cristo

Leticia, sosteniendo un juguete, durante un paseo con las niñas del Hogar de Cristo

-¿Tú fuiste una de esas niñas?

-Sí, llegué al Hogar de Niñas a los 7 años, cuando aún se llamaba Villamávida. Estuve ahí hasta los 18, estudié y me formaron. ¿Y sabes qué? Doy gracias a Dios por el Hogar de Cristo, porque, aunque para muchos suene escandaloso, fue en ese hogar de menores donde encontré una verdadera familia.

-¿Por qué llegaste al Hogar de Cristo?

-Mi mamá es una mujer discapacitada, sorda y analfabeta, que estaba obligada a trabajar de sol a sol como asesora del hogar, sin descanso. Por eso, mi tía se hizo cargo de mí y me internó en el Hogar de Cristo. Al principio no lo entendí, pensé que era un abandono. Pero hay que entender que en aquellos tiempos la pobreza era absoluta; no teníamos ni para comer ni para vestirnos, no teníamos nada. Recuerdo que repetí tercero básico porque no me mandaban al colegio. O, si iba, volvía y no había nadie en casa, así es que me pasaba el día en la calle.

Leticia, su hermana y su madre

Su hermana, Leticia y su madre

Leticia revive esos momentos con una mezcla de gratitud y nostalgia. Para miles como ella, el Hogar de Protección de Niñas del Hogar de Cristo, ubicado en un sector rural de la comuna de Florida, a 33 kilómetros de Concepción, fue más que una institución. Fue una puerta hacia una vida digna y segura. “Nos daban educación, cuidados y, sobre todo, la convicción de que nosotros merecíamos ser queridos”, agrega. Este espacio, rodeado de naturaleza, se convirtió en el refugio para muchas niñas que, como Leticia, encontraron en ese lugar la estabilidad que tanto necesitaban.

-¿Cómo era la vida en el Hogar de Niñas?

-Al principio me costó entender por qué el resto de mis primos no estaban internados, pero con el tiempo aprendí que fue lo más lindo que me podría haber pasado en la vida. Hasta octavo básico estábamos en el campo. La monjita que dirigía el Hogar de Cristo, la hermana Juanita de Boeck, que en ese tiempo lideraba el Hogar de Cristo y fue como una segunda mamá para mí, me recibió diciendo: “Bienvenida a su casa, hija”.

Hermana Juanita de Boeck

Hermana Juanita de Boeck

EL LEGADO DE LAS URSULINAS

La hermana Juanita de Boeck de las Ursulinas de Chiguayante fue clave en cimentar el Hogar de Cristo en la región del Biobío. A partir del primero de marzo de 1969, asumió el cargo de directora del Hogar de Cristo en Concepción y con aportes financieros traídos desde Bélgica, además de la ayuda de los socios y de la comunidad penquista, logró promover e instalar la causa en Concepción. Así, de forma paulatina, se crearon cinco hogares de menores. La hermana contaba que al llegar a Chile, en 1969, fue conociendo y valorando la figura y el tremendo aporte social del padre Hurtado. “Leí su vida y traté de conocer todo sobre él y desde entonces trato de seguir su ejemplo”, escribió antes de su muerte, en 2019.

“La hermana Juanita no solo nos daba techo y comida, también nos enseñaba a ser autosuficientes. Recuerdo que los fines de semana nos traía frutas y cosas ricas, y esos días eran todo un evento. A veces llegaba con dentistas, médicos o profesores, e incluso con maestros de música, tejido, artesanía, guitarra o cerámica. La idea era que siempre estuviéramos aprendiendo algo nuevo, porque a ella le importaba mucho que fuéramos autosuficientes. Por ejemplo, cada una de nosotras tenía un árbol y un almacigo que debíamos cuidar, regar y desmalezar. También subíamos el cerro para buscar y alimentar a los animales. Fue una infancia feliz”, relata Leticia.

Leiticia, jugando en el Hogar de Niñas de Hogar de Cristo

Leiticia, jugando en el Hogar de Niñas de Hogar de Cristo

-¿Hasta qué edad viviste en el Hogar de Cristo?

-Estuve hasta los 18 años, porque sentí que ya era momento de darles la oportunidad a otras niñas y cortar el cordón umbilical. Como había estudiado en el liceo técnico y me formé como técnica en servicio social, me ofrecieron la oportunidad de trabajar con las asistentes sociales del Hogar de Cristo, para seguir apoyando en los hogares de adultos mayores y de niños. Eso fue lo más importante para mí, porque mucha gente creyó en mí, fueron tantas las personas que me dieron oportunidades.

ESTUDIO DE NOCHE, TRABAJO DE DÍA

Leticia trabajó durante 12 años en el mismo Hogar de Cristo que la vio crecer, entregando apoyo a niños vulnerados en sus derechos y a adultos mayores abandonados en zonas rurales y periféricas de Concepción. Más adelante, asumió la responsabilidad de encargada social de Hogar de Cristo en Villa Giacaman, Hualpén, un centro que acogía a 33 hombres y 23 mujeres, la mayoría de ellos postrados o con dificultades cognitivas. “Fue entonces cuando decidí estudiar Trabajo Social y obtener mi título. Estudiaba de noche y trabajaba de día, en una época donde no había becas ni subsidios. No fue fácil, arrendaba una pieza en un departamento y aprovechaba el poco tiempo que me quedaba para estudiar”, recuerda Leticia.

-¿Retomaste el contacto con tu mamá?

-Por supuesto. Soy su principal cuidadora; me encargo de todo, desde sus remedios hasta su limpieza. Aunque no pudo criarme, me dio la vida y estoy agradecida por eso. No la juzgo, me pongo en su lugar. Era una mujer sola, con una discapacidad que le impedía comunicarse o escuchar. Hoy, yo también soy mamá, y sé que no es fácil estar sola. Por eso, intento inculcarle a mi hija lo mismo que aprendí en el Hogar de Cristo: ponerse en el lugar del otro.

Leticia y su hija, Josefa

Leticia y su hija, Josefa

Hoy, además de ser mamá de Josefa, de 12 años, Leticia ha recorrido un largo camino, uno que empezó en el Hogar de Cristo, donde encontró una segunda familia y aprendió a ver la vida desde el esfuerzo y la empatía. Con su formación en Administración de Programas Sociales de la Universidad Católica y su título de Trabajadora Social de la Universidad San Sebastián, lleva 12 años trabajando como funcionaria pública en el Servicio Nacional de Capacitación y Empleo (SENCE). Para ella, cada paso dado es un homenaje a quienes creyeron en su capacidad, y hoy busca transmitir esos mismos valores de perseverancia y humanidad a su hija.

Juanita junto a la Madre Juanita durante un paseo con las niñas y niños del Hogar de Cristo

Madre Juanita durante un paseo con las niñas y niños del Hogar de Cristo

-¿Josefa sabe todo lo que has vivido?

-No sé si ella lo dimensiona, pero eso no importa. Lo que realmente vale son los valores que intento inculcarle, los mismos que aprendí en el Hogar de Cristo: la constancia, la solidaridad y el esfuerzo. Ella es jugadora de hándbol y fue seleccionada regional en su categoría por el colegio, así de talentosa es.

Josefa, hija de Leiticia

Josefa, hija de Leiticia

La historia de Leticia refleja el impacto que el Hogar de Cristo ha tenido en la región del Biobío. Como ella, miles de personas han encontrado apoyo, cuidado y oportunidades a través de los programas de la organización fundada por Alberto Hurtado en 1945. En 2023, la fundación atendió a cerca de 1.600 personas al mes en la región, con el apoyo de 245 voluntarios, 445 estudiantes en práctica y más de 10 mil personas involucradas en proyectos, seminarios y charlas.

“Hoy, la pobreza ha cambiado: el abandono de los mayores, las catástrofes medioambientales y los jóvenes atrapados por el narcotráfico son los grandes problemas sociales”, comenta Leticia. “Yo abogo por esos niños que no van a la escuela, que están solos. Sin el Hogar de Cristo, ¿quién luchará por ellos?”, concluye.

 

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