o La Casa de los Tatas
Las viviendas compartidas o cohousing, modelo donde los adultos mayores viven en sus casas pero comparten espacios y hacen vida de comunidad, aún no se desarrollan en Chile. Las trabas son múltiples. Sin embargo, son una buena opción. Conoce aquí un ejemplo de cómo se vive en comunidad los años dorados en un rincón del Cajón del Maipo.
Por Valentina Miranda G.
17 Octubre 2024 a las 21:51
En La Casa de los Tatas conversan animadamente dos adultos mayores. El fue empresario y ella, la nana de toda la vida en una familia que hoy le financia la estadía en esta vivienda compartida, modelo basado en el cohousing o vivienda colaborativa. En palabras simples, vida en comunidad en el que las personas comparten espacios y servicios básicos, pero tienen sus propias casas.
En este caso, se trata de la casa de una familia que comparte su espacio con adultos mayores autovalentes. La gracia –y diferencia con las tradicionales residencias, mal llamadas hogares de ancianos– es que aquí todos participan de la dinámica familiar.
Beatriz Alvarado es periodista, psicóloga e impulsora de esta iniciativa que se encuentra funcionando desde diciembre de 2023 en el sector de Las Vertientes en el Cajón del Maipo. Partió meses antes con una residencia tradicional, pero eran tantas las exigencias impuestas que el negocio se hacía prácticamente inviable.
Entonces se interiorizó del modelo de cohousing y se dio cuenta de que en Chile era factible bajo la ley de arriendo de inmueble amoblado. Su casa de 2 pisos, 9 habitaciones y 500 metros cuadrados se emplaza en un terreno de mil metros cuadrados. En el primer piso viven cuatro adultos mayores –tiene capacidad para seis– y en el segundo piso habitan Beatriz, su pareja y sus hijos de 21 y 17 años. Todos forman una gran familia.
“Todo ocurre en la cocina del primer piso. Allí compartimos todos. Si mi hijo mayor que estudia Derecho tiene examen, los tatas están pendientes de cómo le fue. O cuando mi otro hijo rugbista tiene partido, en cuanto llega le preguntan por el resultado”, cuenta.
Aunque para ingresar a este senior cohousing no hay requisitos específicos, Beatriz se reúne previamente con la familia para conocer su historia de vida y ciertos aspectos que le permitan pensar que no habrá problemas de convivencia. La mayoría de los tatas, como ella les dice, son profesionales sobre 85 años, de clase media alta.
Es una casa puertas abiertas para las familias, las que generalmente llegan los fines de semana. “Hay un hijo que viene todas las semanas y siempre aparece con algo rico para tomar once con todos. También vienen los nietos. Incluso se pueden quedar a dormir. Yo los acomodo. La idea es que hagan lo mismo que harían si fueran a la casa de su tata”.
Para Beatriz es muy importante no tomar decisiones por ellos y preguntarles siempre qué quieren hacer. No faltan los paseos por el barrio, una visita a la feria de las pulgas, ir a comprar a la feria de frutas y verduras, asistir a misa, cosechar paltas, participar en talleres y charlas. Incluso están pensando en hacer un paseo a la playa cuando se afirme el tiempo.
Este es un punto muy relevante, considerando que los adultos mayores que viven en residencias por lo general no participan en las decisiones, lo que les determina una vida dependiente.
“La Casa de los Tatas” tiene todo lo que ofrece una residencia –cuidadores, técnicos en enfermería, nutricionista, kinesiólogo, personal de aseo y de cocina–, pero en un ambiente familiar. Y en la familia todos opinan y participan.
“En general se sienten como en su casa bastante rápido. Y pueden traer lo que quieran para apropiarse de su espacio. Si bien dejar la casa propia es un duelo y provoca rabia y pena, el estar acompañados y viviendo experiencias similares hace la diferencia”, dice.
La intención de Beatriz es poder acompañar a los tatas en su ciclo completo de vida, incluso cuando requieran cuidados clínicos. Por eso sueña con construir dos cabañas para quienes queden postrados.
En España, donde este modelo de vivienda colaborativa está más desarrollado, existe una red de cohousing que permite ingresar a mayores con requerimientos más complejos a otras viviendas que forman parte de la red.
En estricto rigor, el cohousing considera no sólo reunir a un grupo de personas con intereses y estilos de vida comunes, sino participar también en el diseño de las viviendas y espacios comunes. Este concepto nació en Dinamarca en la década de los 60, popularizándose en los países escandinavos. En los 80 fue extendiéndose por toda Europa, sobre todo en Alemania y Reino Unido. En Estados Unidos también tiene una fuerte presencia, quizá porque el cooperativismo y otras fórmulas de colectivismo son modelos muy consolidados entre la sociedad norteamericana.
“Aquí se valora el apoyo mutuo, lo colectivo. Es todo lo contrario al individualismo que vivimos hoy”, señala Gabriela Rosay, fundadora y directora ejecutiva de la Fundación Cohousing Chile, creada en 2019 con el objetivo de impulsar en nuestro país este modelo. Como empresaria con amplia experiencia en gestión de proyectos, investigó modos de vida para los adultos mayores que fueran diferentes a las tradicionales residencias, considerando que cuando una persona jubila, sus ingresos caen drásticamente, al 17 por ciento como promedio de lo que ganaba antes, según afirma.
“Estudiamos en un primer momento un modelo colaborativo, tipo cooperativa, pero en Chile el cooperativismo está mal visto. Además, la condición básica es que haya un grupo de personas interesadas en vivir juntas, ya que el proyecto nace con las personas y luego viene la vivienda. Otra tarea titánica, pues cada vez es más difícil encontrar un espacio habitable, las casas son caras y las pensiones muy bajas. En definitiva, las iniciativas para hacer posible el cohousing se han enfrentado a diversos problemas”.
Sostiene que no hay una decisión política de impulsar este modelo de vida y tampoco una institucionalidad que apoye a sectores de menores recursos. Señala que lo más parecido son las viviendas tuteladas en cuanto a instalaciones e infraestructura, pero no están dadas las condiciones para que funcionen como comunidad.
Aunque hoy la fundación está en pausa, Gabriela señala que siempre están disponibles para apoyar una iniciativa de este tipo, asesorando en cómo hacerlo y en entregar herramientas de autogestión.
También impulsan la convivencia intergeneracional, muy desarrollada en Gran Bretaña, donde jóvenes pueden optar a departamentos subsidiados por el Estado con el compromiso de ayudar a sus vecinos de mayor edad y construir juntos comunidad.
“Esto es muy importante. Los jóvenes se ven enfrentados a una crisis habitacional muy profunda, hay graves problemas para que puedan acceder a una vivienda y esto es una alternativa. Hay jóvenes que están muy solos y pueden ayudar a las personas mayores. Además, se necesitará que vengan personas de recambio”, concluye.