Sergio podrá salir a pasear
Ha vivido recluido parte importante de sus 64 años en un sillón del primer piso de la casa de su hermana Patricia Montaña Oyarzún. Ella lo cuida a él y a su hija menor, de 24 años, quien padece las secuelas de un ACV. Hasta hace muy poco, cuidó también a su madre anciana y postrada, en su limpísima y mínima vivienda, en un sector alto de Angelmó. “O comíamos o comprábamos pañales”, era su disyuntiva entonces.
Por Ximena Torres Cautivo / Fotografías: Mauricio Hofmann
29 Noviembre 2024 a las 15:49
Parálisis cerebral. Síndrome de cola de caballo. Hipoacusia severa.
Algunos de los males que aquejan a Sergio Montaña Oyarzún (64) son enfermedades neurológicas graves, que se han ido acumulando y acrecentando con los años. Es fácil imaginar cómo en su etapa infantil, en una modesta población del sur de Chile, huérfano de padre y a cargo de una mamá luchadora, no contó con tratamiento especializado. “A los 15 años empezó a arrastrase de potito. Siempre ha sido como un niño. No sabe nada de la vida”, dice Patricia (67), su hermana y actual cuidadora.
Fue el sentido común y el esfuerzo de su familia el que consiguió que no se arrastrara y permaneciera sentado y limpio. Pero, ¿Sergio entendía? ¿Podía hablar? ¿Cómo se comunicaba?
El empecinamiento materno lo condujo a Santiago. A la Teletón, que entonces estaba en sus inicios.
“Ahí lo lograron parar. Fue un trabajo de años hasta que finalmente consiguieron que se pusiera de pie. Mi mamá nos dejó solos a mí y a mi otro hermano y se desvivió en Santiago porque en la Teletón lograran que se parara. Y se logró. Eso yo se lo cuento al que me quiera oír. Así volvió a la casa. Caminaba con dificultad, medio chueco, pero podía moverse”.
Patricia, que es de lágrima fácil, se quiebra cuando comenta que muchas personas al verlo caminar pensaban que estaba borracho y lo trataban mal. “Pero él se movía. Se afeitaba solo, se alimentaba. Igualmente, su columna estaba débil. Como acá en el sur el terreno es disparejo, se pasaba cayendo. Caía duro sobre las piedras. Vivía en el suelo”.
Un día, tras una violenta caída, no consiguió levantarse. Nunca más. Perdió la movilidad. Los médicos diagnosticaron “síndrome de cola de caballo”.
Esta es una condición médica grave que se produce cuando se comprime o daña el haz de nervios que se extiende desde la parte inferior de la médula espinal. Puede alterar las vías motoras y sensitivas que se dirigen a los miembros inferiores y la vejiga.
En ese estado de dependencia completa, fue su madre la que asumió su cuidado. Vivían juntos “arriba, para allá, en Alerce”, cuenta Patricia. Está sentada en la entrada de su casa de tejuelas color verde pistacho en una población de Puerto Montt.
Ahora es la única cuidadora de Sergio. Asumió la posta, cuando su mamá se quebró la cadera. “Ahí me los traje para acá. Dejé a mi mamá en el Hospital de Puerto Montt. A mi mamita la intervinieron ahí, pero los pernos que le pusieron no soldaron. Tenía osteoporosis. Hubo que sacárselos un par de meses después. Así fue como quedé a cargo de ellos dos en mi casa”.
Tuvo que dejar su trabajo de limpieza en un local de Unimarc. Y abocarse en cuerpo y alma al cuidado de tres personas dependientes: su mamá anciana, su hermano “inválido”, como dice ella, y su hija menor, quien sobrevivió a un cáncer cerebral a los 9 años y sufrió un accidente cardiovascular hace dos, lo que la inhabilita para muchas tareas cotidianas.
–La señora Patricia es afable, acogedora, vital, trabajadora. Razonablemente, tiene muchos de los problemas asociados a las cuidadoras, donde estrés y depresión son lo que domina. Se emociona y llora con facilidad, pero no hay que asustarse con esas manifestaciones. Tiende a la verborrea, pero su discurso es claro, estructurado y directo. Es una persona buenísima y muy simpática. Alegre, pese a todo lo que carga.
Por su aspecto, Rodrigo Chiguay (22) parece más un alumno de enseñanza media que un estudiante de Psicología de la Universidad de Los Lagos a punto de egresar. Pero por su seriedad y sensibilidad, al rato de observarlo, uno aprecia que ya es un profesional avezado en los dolores del alma. Desde marzo ha estado completamente entregado a su práctica profesional la que desarrolla en el Programa de Atención Domiciliario de Adultos Mayores (PADAM) del Hogar de Cristo en la región de los Lagos. Son 60 adultos mayores en total los que asiste la fundación y están distribuidos en las sedes de Puerto Varas y Puerto Montt.
Los Montaña Oyarzún viven en Puerto Montt, en una población nacida a partir de una toma en el sector alto de Angelmó. Están en el PADAM desde hace un año y Rodrigo está comprometido y compenetrado con ellos y con sus duras historias de vida. En estos meses, el joven oriundo de Quellón, en la Isla Grande de Chiloé, de origen huilliche (“Mi familia es de las islas al sur de Quellón”), ha averiguado y profundizado en los males que aquejan a Sergio.
–Me he dado cuenta de que él comprende mucho más de lo que se cree. Que puede comunicarse. La sordera que tiene dificulta ese aspecto, pero estamos trabajando mucho con él –dice el futuro psicólogo.
Patricia agradece las visitas de Rodrigo, al que llama “mi hijito adoptivo”, abrazándolo. Y lo regalonea con pan amasado con chicharrones en sus visitas, porque quizás lo que más y mejor la define es su afán por atender a todos y tener “la casa soplada”.
La casa, que fue levantada a partir de una caseta sanitaria de las que entregaba el régimen militar, hoy tiene dos pisos. En el primero, se distribuyen living, baño, cocina-comedor. Y arriba están los tres dormitorios en el segundo piso.
–Mi finao esposo hizo muchos avances. Él era carpintero. Y yo he trabajado por mejorarla. Me encanta pintar y cuando quiero un cambio, pinto las paredes de colores alegres. Por fuera era de lata, pero yo me conseguí con un antiguo patrón las tejuelas que usted vio. Y las pinté de verde. Todo lo que hay aquí es fruto de mi esfuerzo. Y nada es gratis.
Nada es gratis y en los años en que estaba viva su mamá, su mayor dificultad era conseguir los pañales de adultos para ella y su hermano. El costo era una sangría para el escaso presupuesto familiar. “O comemos o los mudamos, era muchas veces el problema. O compro pañales o compro comida. Los pañales son carísimos. No hay presupuesto que aguante”. Hoy su mamá ya no está con ellos. Y el PADAM le trae mensualmente los pañales para su hermano. “Esa es una tremenda ayuda”, dice, emocionada, secándose las lágrimas, igual que cuando recibe la silla de ruedas neurológica para su hermano.
Roxana Barrientos, la trabajadora social a cargo de los PADAM de Los Lagos, pondera las virtudes del joven estudiante en práctica Rodrigo Chiguay, tanto como lo hace Patricia Montaña.
–Desde marzo de este año contamos con Rodrigo. Ha tenido un desempeño sobresaliente. Está absolutamente comprometido con las personas en situación de calle y su manejo técnico y humano de los adultos mayores desde la psicogerontología es notable. Nos ha ayudado a hacer evaluaciones psicológicas de los participantes; acompañamiento en procesos de duelo, lo que es muy común en nuestro programa; a manejar la sobrecarga de las cuidadoras, como con la señora Patricia. Estamos muy felices con su desempeño.
Nosotros conocemos a los Montaña Oyarzún, porque en el contexto de la iniciativa Match Solidario del Hogar de Cristo, un donante anónimo entregó una silla de ruedas neurológica prácticamente sin uso al Programa de Atención Domiciliaria de Puerto Varas. Allí, el equipo, incluido Rodrigo, analizaron los casos posibles y consideraron que a quién más le podía ser útil era a Sergio.
–Yo lo tuve sentado en un sillón del primer piso de mi casa durante años. Conseguí un futón para acomodarlo en la noche, pero estaba ahí, todo el día, sentado y quieto. Ahora lo podremos sacar para que respire aire puro y podamos sacarlo a dar unas vueltas por el barrio. Esto realmente es una bendición de Dios –agradece Patricia, siempre con su lágrima fácil y el espíritu positivo que la recompone pronto.
Eso, mientras Sergio ahora está acostado, entretenido, viendo una comedia de Will Ferrell, e interesado por estas visitas desconocida que ocupan su pequeña habitación en el segundo piso. “Mi yerno lo subió en brazos hace unos meses, para que no estuviera siempre sentado. Yo no me atrevo a cargarlo, por la escalera”.
La silla neurológica que sujeta su cabeza y tiene ruedas es pesada y voluminosa. Y deberá quedar abajo, en el primer piso, para que Patricia pueda sacar a pasear a Sergio, lo que ella considera “una bendición”. Pero hay que cargarlo en brazos y organizar la logística que implica moverlo de la cama a la silla. Por suerte, estamos ad portas del verano y el clima es benigno.
Rodrigo hará el seguimiento del tema. Cómo resuelven darle el mejor uso al regalo que, como dice Patricia, les “cayó del cielo”.
De regreso, acercamos a Rodrigo a su casa. Cuenta que dejó remojando unas lentejas para hacerse almuerzo. Que les pondrá una longaniza y papas, infaltables en un plato chilote. Que hay que consumir proteínas. Impacta la madurez de este joven de 22 años, casi profesional.
Habla con intensidad de su vocación por ayudar a los mayores. Sabe que Chile envejece y que los nacimientos están en su tasa más baja. Y se entusiasma contándonos sobre su trabajo de tesis. “Trata sobre los cuidados paliativos y el manejo del dolor. Trabajé con una persona mayor que tenía tres tumores cancerosos. Que recibía morfina, opioides, incluso fentanilo para aplacar sus tremendos dolores. Lo aliviaban por minutos y luego volvía el dolor con mayor intensidad. Yo lo ayudé registrando su vida, construyendo juntos su biografía. Ese trabajo notablemente lo aliviaba más que los fármacos. Ahí vi la potencia que tiene la atención y la escucha. La consideración del ser humano. Lamentablemente, él ya no está con nosotros”.
Es distinto a lo que pasa con Sergio, porque él no sufre dolor, pero sí una suerte de invisibilidad y aislamiento, que Rodrigo intuye como tratar. Y ahora poder salir del encierro, aunque sea a dar una vuelta a la manzana en su silla de ruedas, será un cambio sustantivo en su calidad de vida.