“Mi misión es enseñarles a cocinar en su casa y en el Boragó”
La tallerista de gastronomía de la escuela de reingreso Betania, de Fundación Súmate, en La Granja, destaca por sus tatuajes, sus piercings y su peinado a lo mohicano. “A mi curso llegan todos los desordenados”, cuenta, riendo, ya que se sienten atraídos por su look. Muy pronto se dan cuenta de que sus clases son la oportunidad laboral que estaban buscando y que la disciplina es clave.
Por María Teresa Villafrade
29 Noviembre 2024 a las 18:49
Tres años lleva ya en el colegio Betania a cargo del taller de Gastronomía, la tallerista Javiera Figueroa.
“Yo soy cocinera y durante mucho tiempo trabajé en emprendimiento propio, en restaurantes. De vieja, a los 30 años, me puse a estudiar gastronomía. Me fui a hacer la práctica por tres meses a Tenerife (España), en el restaurante Nub, de Fernanda Fuentes, a quien todos conocen por su rol como jurado en el programa Master Chef de canal 13”, cuenta.
Sin embargo, al volver al país, dice que se preguntó si con su edad, su matrimonio y sus tres hijos, quería trabajar de por vida unas 15 horas diarias.
“Claramente no, entonces empecé a hacer talleres y el primer y único colegio al que postulé fue al Betania y me aceptaron altiro”, resume.
Con ella se han graduado ya tres generaciones y le parece lejano ese 2022 en que partió.
“Ha sido todo un descubrimiento, porque puede sonar loco pero este era el colegio y los niños para mí, y yo era la profe para este colegio. Con los niños nos queremos, nos potenciamos”, dice.
Pese a que le habían explicado muy bien lo que significaba trabajar en una escuela de reingreso, cuyos alumnos han estado fuera del sistema escolar por distintas razones. “Los primeros dos meses fueron de alto impacto”, agrega, recordando la imagen que tenía de ellos.
“En la televisión se habla de ellos, estigmatizándolos, y esa era un poco mi mirada. Pero lo cierto es que son niños y jóvenes vulnerados, profundamente solos y que encuentran su familia en la calle. Pasé un par de meses con la sensación de corazón apretado, pero la verdad es que con el tiempo fui aprendiendo a conocerlos y a entenderlos”.
Para ella, que algunos deban vivir en la calle o que consuman drogas es solo una arista de una vida marcada por la vulnerabilidad y la negligencia de los adultos:
“No ha sido una decisión de ellos. En cambio, que vuelvan a estudiar, a ponerle empeño, a entregarte los trabajos, limpiar el mesón, lavar la loza, terminar el proceso…Todas esas actividades que realizan en mi taller responden a decisiones de ellos. Este es un espacio donde ellos deciden todos los días, ser un poco mejores”.
En su clase, asegura, hay dos tipos de estudiantes: los que quieren genuinamente aprender a cocinar y los que enganchan con ella por su look un poco disruptivo.
“Tengo un mohicano, estoy bien tatuada y así les hago clases. Por eso digo que a mi curso llegan todos los desordenados, porque me ven y dicen con esta señora me voy a quedar. Ellos se ríen porque yo vivo en Maipú y les digo que yo también soy de la periferia. De alguna manera, lo extraños que somos para esta sociedad, nos hace encontrarnos, nos entendemos harto”.
También tiene estudiantes súper tranquilos “como el Inti, Gaspar y Benjamín, todos conviven en esta dinámica con los otros. Yo soy ama y señora de mi taller aunque yo no creo que la cocina tenga algo que ver con eso muestran en las películas donde la gente se grita y se trata mal. Yo al contrario, los trato con mucho cariño y amor. Yo corro por toda la sala a cada rato, respondiendo preguntas”.
Se conmueve recordando las razones por las cuales algunos entran a su taller como la de un niño que estaba obsesionado con aprender a hacer alfajores argentinos porque eran los preferidos de su mamá.
“Entró a gastronomía solo para aprender eso y cuando, finalmente, los hicimos se los llevó a su mamá todo orgulloso y me dijo: Le encantaron, tía”.
De todos los egresados, su gran orgullo es Millaray, porque ella es la que más ha avanzado en el mundo de la cocina.
“Millaray egresó del Betania con el oficio de ayudante de cocina y acto seguido se fue a trabajar donde una amiga mía que estaba sacando adelante una trattoría. Alli trabajó todo el verano para juntar dinero y así poder entrar a estudiar Administración Gastronómica en el INACAP de Chesterton, en Apoquindo. Trabajó con Aramark hace ya dos años, la última pega en la que estuvo fue en el casino de la Clínica Alemana y ahora se cambió a Sodexo, en el Hospital Militar”, revela.
La recuerda como una chica “chúcara” que no le gustaba mucho la gastronomía y se enojaba cuando Javiera le llamaba la atención. “Pero súper determinada, ya lleva 3 años y ahora tuvo que congelar porque tuvo que apoyar a su mamá cuidando a sus hermanas. El próximo año retoma sus estudios, porque tiene muchas ganas de avanzar. Es una seca, trabaja y estudia y además se hace cargo de sus hermanitas”.
Javiera Figueroa tiene también otros egresados muy talentosos que, por ejemplo, venden frutillas bañadas con chocolates, panes e incluso uno abrió una panadería con su papá.
“Cuando yo empecé a trabajar aquí me impuse la misión de que mis alumnos aprendan a cocinar ya sea para hacerlo en su casa o en el restaurante Boragó (el quinto mejor de Latinoamérica, según todos los rankings). Y todo lo que existe entremedio. Tienen que tener las posibilidades de pararse a trabajar en cualquier lugar. Lo que yo hago, más que enseñarles a preparar una receta tras otra, es tratar de ocupar las recetas que trabajamos (tenemos poquitas ahora) como formación técnica. Les insisto mucho en el vocabulario técnico, en la manera en que se hacen las cosas, sus nombres. Al final, da un poco de risa escucharles hablar así, en lugar de échale la sal, incorpórale la sal”.
–Sientes que se les eleva mucho la autoestima, ¿cierto?
–Muchísimo. Me pasa bastante que los viernes mi whatsapp empieza a llenarse con solicitudes de recetas. Que va la abuela a tomar once o los amigos y quieren hacer hamburguesas. Me piden la ficha técnica, que es lo que nosotros usamos. Y va un pie de limón para allá, la hamburguesa para acá. Me acuerdo un domingo a las 10 de la mañana, un estudiante me pide que le comparta la ficha técnica del ceviche, y yo me imaginaba la situación: este se quiere lucir con un ceviche. Así ellos se validan, porque él quiere hacer su propio ceviche, no quiere comprarlo.
Javiera tiene el apoyo pleno de su marido que también es profesor y de sus tres hijos.
“Siempre llego a casa con una historia nueva. Tengo a mi hijo menor de 8 años con problemas bronquiales desde que nació. Hay días en que él no puede ir al colegio y lo traigo para la escuela, aquí lo adoran, le compran cosas, se lo llevan a sus salas. Nosotros sabemos que hay chiquillos aquí con mucha socialización callejera, varios con actitudes delincuenciales pero aquí en el patio son niños todo el rato”.
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