José Fco. Yuraszeck K., S.J. , capellán general del Hogar de Cristo.
26 Diciembre 2018 a las
10:44
Hay mucho de tocar el fracaso en esta tarea. Si bien tenemos muchas historias de éxito, como el caso de un hombre con consumo problemático de alcohol, que, pasito a pasito, avanza hacia la abstinencia y, con ella, a la recuperación de su familia; o el de los chicos que se graduaron de octavo básico, después de haber estado años fuera del sistema escolar y ahora están decididos a completar su enseñanza media en un colegio Súmate; o la desafiante tarea de conservar el trabajo obtenido gracias a fundación Emplea y su innovador método de activación laboral para los más marginados; o de tantas otras pequeñas y grandes historias de logros, lo que más me emociona, conmueve y exige es el fracaso.
Cumpliré siete meses como capellán del Hogar de Cristo ahora, para Navidad, y esta coincidencia me lleva a reflexionar sobre esta responsabilidad de continuar la causa que hace ya casi 75 años fundó el Padre Hurtado, el Hogar de Cristo. Conservar el espíritu de la obra, que atiende a casi 36 mil personas cada año, pasa por aquilatar cada emocionante avance que logramos en la tarea concreta de combatir la pobreza, la desigualdad y la exclusión de los más vulnerables en Chile.
Este año me tocó despedir a Ricardo Álvarez Seymour, a quien en la Casa de Acogida Josse van der Rest apodaban el “Gringo”. Algunos suponen que por su apellido materno; otros, por su renuencia a usar calzoncillos. Al “Gringo” no le gustaba ir al doctor, bañarse ni usar ropa interior. Recurría al médico cuando los dolores se le hacían insoportables. Una de sus monitoras le tenía una rutina de baño: lunes, miércoles y viernes. Hubo días en que se escondía, pero ahí iba ella tras él para que se diera una ducha. “Pero no había caso que se pusiera slips . Tal vez por eso le decían el ‘Gringo'”, nos contó ella misma.
El “Gringo” murió de cáncer. Tenía 64 años, la mitad de los cuales los vivió en la calle. Era culto, inquieto, inteligente. Nunca supe qué rompió tan profundamente sus lazos familiares, qué amor contrariado o desventura terrible lo dejó varado en la calle, sin nada ni nadie, pero hablamos mucho de otros temas. De Chile y sus problemas, porque -ya lo dije- era informado e interesado en el mundo.
Aunque fue poco el tiempo que nos conocimos, me honró con su amistad y lo lloré y despedí como tal y también como cura en su funeral, conmovido al descubrir cómo el Hogar de Cristo se hace familia de las personas que por las más diversas razones llegan a estar en completo abandono.
En el funeral del “Gringo” también escuché los testimonios de sus compañeros de calle, y de su madre y padrastro, que reaparecieron y, en la hora de la despedida, también hablaron.
Oírlos a todos me confirmó que la pobreza, así como la ciudad, sus calles, puentes y rincones oscuros se han complejizado. El Padre Hurtado, de quien me siento especialmente cercano por su capacidad para ver anticipadamente los problemas sociales de las urbes en expansión, se decidió a formar un hogar para los pobres al toparse con un hombre afiebrado, tiritando, en mangas de camisa, que no tenía dónde guarecerse. Eso fue en 1944. Hoy, en la Navidad de 2018, ese hombre arrastra nuevas carencias, dificultades y taras. Más duras, feroces y contradictorias. Y nosotros, como seguidores del Padre Hurtado, tenemos la obligación de descubrirlas, tratarlas y resolverlas, con apego a sus derechos humanos, a protocolos y evidencia profesional y, sobre todo, al amor al prójimo, más aún cuando es vulnerable.
En esta Navidad, los invito a regalarse esa inquietud, la de empatizar con el que no vemos, en una ciudad cada vez más compleja y excluyente. Feliz Navidad para todos.