“Llegamos con una carpa y una pala; igual que ahora”
Así recuerda esta dirigente vecinal del devastado campamento Manuel Bustos cómo llegó a la toma en octubre de 2001. Un mes antes se habían instalado otras familias, “colonizando” un terreno que era del Serviu, lo que permitía soñar con la regularización de los sitios que años más tarde llegó. Aquí nacieron dos de sus tres hijos, sacó un título técnico en prevención de riesgos y encabezó una caravana que logró escapar del fuego, salvar sus vidas y liderar la reconstrucción.
Por Ximena Torres Cautivo
10 Febrero 2024 a las 21:29
La resiliencia de la dirigente vecinal Angélica Hidalgo (46) es más fuerte que el fuego, que un aluvión o un terremoto, los tres elementos contra los que aprendió a prepararse como técnica en prevención de riesgos. Esa es la carrera técnica que sacó “en el CFT de Valparaíso”, impulsada por su amiga, mentora y colega, María Tapia, presidenta del Comité Villa La Pradera, un sector del devastado Campamento Manuel Bustos en los cerros de Viña del Mar.
Martina, la menor de sus tres hijos, entonces tenía apenas seis meses. Angélica no contaba con la plata para pagar la matrícula, pero sí con las ganas de terminar la educación media y hacer una carrera. “Es un título técnico no más”, dice, modesta, y agradece a la presidente del comité, María Tapia, del que hoy ella es secretaria, haberle pasado el dinero para la matrícula. Porque ésta –y al parecer la mayoría de los comités que integran el campamento más grande de Chile– es una sociedad de socorros mutuos femenina.
Angélica, María, Carolina, madres, hijas, nietas hoy trabajan sin tregua, acopiando la ayuda para quienes lo perdieron todo a causa del megaincendio en este enorme asentamiento que nació precario, pero que en sus cerca de 23 años de vida había ido afirmándose. Consolidándose.
Ellas son afortunadas: ninguna vio quemarse su casa, aunque las llamas las pasaron rosando, y la sede del comité está intacta. En ella se acopian las ayudas: pañales, agua, alimentos, juguetes, artículos de aseo. Tienen copado el segundo piso, el patio y casi todos los rincones de esta casa, donde funciona el Programa de Atención Domiciliaria para el Adulto Mayor del Hogar de Cristo. Ocho de sus participantes están entre los damnificados: son personas mayores que perdieron sus viviendas, muchos de los cuales están preocupantemente deprimidos. Por eso, quizás es que ninguna llora, ninguna dramatiza, todas aportan con soluciones y trabajo solidario.
–Muchos comités se quedaron sin sedes; se las quemó el incendio. Así es que ahora trabajamos para todos: Las Estrellas, Luna Eterna, Las Américas, el Escala Huillman –explica Angélica y se ríe cuando le preguntamos dónde están los hombres, sorprendidas con tanta presencia, energía y trabajo femeninos. “Hay un puro dirigente acá en el comité: tenemos a don Luis, el bendito entre todas las mujeres”.
La secretaria del comité es una bala para recitar nombres y lugares dentro de este extenso y hoy calcinado territorio, el que llegó a colonizar hace 23 años. Cuenta:
–Yo ya estaba casada con Carlos y teníamos a Mailin, nuestra primera hija; era guagüita. Vivíamos de allegados donde mis papás y había muchas discrepancias sobre cómo educar a la niña. Un día subimos para acá a encumbrar volantines y vimos que había gente levantando sus casitas. Ahí conocí a la abuela Hada Vargas. Realmente fue un hada para nosotros. Aunque me dijo que ya tenían todos los terrenos de la toma asignados, me llamarían si alguien se echaba para atrás. La señora María Tapia, que siempre está informada, sabía que estos eran terrenos del SERVIU y que, por lo tanto, sería mucho más fácil que después nos regularizaran”.
Y sus hadas la llamaron. “Yo había postulado muchas veces al subsidio sin resultados, incluso cuando era soltera. Hice todo por la vía regular, pero la situación de allegados no daba para más y se daba la oportunidad de instalarnos en la toma. Nos vinimos al tiro, en cuanto me llamaron. Trajimos una carpa de camping que yo había comprado y una pala. Es igual que ahora”.
Carlos, el marido de Angélica, hoy se dedica a la construcción, a la gasfitería. Antes, igual que ella, fue guardia de seguridad en Home Center. “Ahí nos conocimos”, cuenta. Pero ahora trabaja en forma independiente, para lo cual con los retiros del 10 por ciento de la AFP se compró un camión. “Es del 2005. Viejito, pero sirve”.
Y la tarde del viernes 2 de febrero demostró con creces su utilidad.
–Estábamos todos en la casa y veíamos humo a lo lejos. Hubo corte de luz y nos quedamos incomunicados, porque se cayó internet. Acá hay hasta fibra óptica, pero el viernes se cortó todo. Igual, pensábamos que el fuego no llegaría acá. De repente veo que mi marido empezó a mojar la casa, las plantitas, porque me dijo que no era sólo humo, que el viento traía brasas encendidas. “Si fuera lejos, sólo llegaría el humo”, dijo. Yo me asomé a la calle y vi a mucha gente a pie, pendiente abajo. Los seguí y me topé con las llamas.
Corrió y sólo atinó a decir arranquemos.
–Pesquen lo que haya, fue mi grito y nos metimos con perros, gatos y algunas cosas al auto. Y partimos en caravana cerro arriba. Yo iba liderando la caravana en el auto y mi marido agarró su camión. Ahí subimos a gente que ni conocíamos. A un señor mayor operado de la rodilla, por ejemplo.
Aguerrida, poderosa, con todos sus hijos a salvo, solo tenía un objetivo: llegar al mar. En medio de la oscuridad, el calor y el espanto, la tranquilizaba que iban todos sus hijos con ella. Las dos mujeres y Carlos, el joven de 19 años que estudia gastronomía y hoy tiene a cargo la olla común que entrega a diario 200 almuerzos. Y sus eternas amigas.
Finalmente, llegaron al mar. A la playa Los Marineros“. Me estacioné y lloré, lloré, lloré. La señora María, siempre con sus ocurrencias, bajó con una carpa. Y la armamos ahí, en la arena, para que durmieran los niños”.
Para darse ánimo, echaban tallas. Nombraron a la carpa “la sede móvil”. “Y cuando alguien mencionaba la palabra casa, nos reíamos y decíamos qué casa, si tú no tenís casa”.
Finalmente, no aguantaron y, antes del amanecer, los adultos subieron. A medida que se encaramaban en el cerro la desolación era total. Zona de guerra, es poco. Pero tanto su casa, como la de la presidenta del comité, su querida amiga María, ahí estaban. Paradas. Intactas.
–Te conté que estudié prevención de riesgos. De los 43 que partimos con la carrera, egresamos diez. Es un estudio técnico, pero muy útil. Yo creo que algo de ese conocimiento nos ayudó a salvar estas casas.
–¿Por qué lo dices?
–Voy a recordar a un excura, Marcelo Catril, hoy a cargo de la fundación Puentes de Amor. Cuando aún era sacerdote hicimos con él un plan de prevención de riesgos aquí en la sede. Revisamos las catástrofes más probables en el campamento donde vivimos: incendios, aluviones y terremotos, y la importancia de tener un plan de evacuación. Saber cómo y para dónde arrancar. Y él nos hizo ver que antes del verano teníamos que desmalezar la quebrada, limpiar las casas, sacar la basura con el sistema mitimito,
Nos explica que se trata de que la municipalidad pone los camiones y los vecinos la mano de obra, acopiando y limpiando los terrenos, separando sobre todo “los cachureos grandes”.
Cuenta que a fines del año pasado se empezaron a mover y con ayuda de Puentes de Amor y el contacto que tiene Marcelo Catril con la Armada, de la cual en sus tiempos de cura fue capellán, lograron que los marinos que están castigados por mala conducta vinieran a limpiar la quebrada. “Trabajaron bien los peladitos. Hasta reconstruyeron una escala hecha con neumáticos, que era de mucha utilidad para los adultos mayores a los que les cuesta mucho moverse por lo empinado que es el terreno. Lástima que el fuego del incendio la derritió. La escala se perdió, pero limpiar la quebrada salvó muchas casas, porque al saber que había venido la Armada, al tiro y detracito llegó la Muni y también limpiaron”.
Angélica no tiene tregua. La hemos retenido mucho rato y todos las requieren. Le dicen que se quite el delantal para tomarse las fotos. “No salgai tan torrante”, le grita su hermana. Y uno no puede dejar de admirar la portentosa resiliencia femenina de la Villa La Pradera y sus dirigentas.