“Si no es por él, aquí, en Arica, no viviría nadie”
Antes de la Guerra del Pacífico, Arica era el puerto de Tacna, donde ni siquiera vivían los propios peruanos debido a los estragos que ocasionaba la malaria. Gracias al doctor Juan Noé, Chile fue uno de los primeros países en erradicarla. Por eso, su nombre lo llevan un hospital, un monumento, una avenida, una población y un liceo en la ciudad de la eterna primavera.
Por María Teresa Villafrade
5 Abril 2023 a las 19:55
En la avenida 18 de septiembre #1080 se ubica la sede de Hogar de Cristo en Arica, hasta donde diariamente concurren a recibir alimentación y cuidados, adultos mayores vulnerables y personas en situación de calle. Funcionan también allí, en el segundo piso, las oficinas administrativas. Justo al lado, queda el Hospital Regional Doctor Juan Noé.
También hay un monumento, una avenida, una población y un liceo bautizados así en la ciudad. Quisimos averiguar quién fue el ilustre personaje, vecino del Hogar de Cristo, que tantos homenajes concita en Arica la ciudad de la eterna primavera.
Cada 2 de junio, para el aniversario patrio de Italia, la colonia residente en Arica rinde tributo a compatriotas que dejaron huella. Lógicamente, Giovanni Noé Cravani, nacido en Pavia, en la región lombarda en 1877, es uno de ellos. Quizás el más importante.
Cuentan que después de hacer sus primeros estudios en su ciudad natal, los culminó en Roma al titularse como doctor en Medicina en 1902. Pero su afán científico lo lleva a trabajar al Instituto de Anatomía, Embriología y Fisiología Comparada de la Universidad de Roma, donde llega a ser jefe de laboratorio.
En 1907, obtiene la libre docencia y se convierte en uno de los más apreciados discípulos del profesor Giovanni Battista Grassi, especialista en Citología y Parasitología, quien lo orienta hacia el estudio de la malaria y las distintas especies de zancudos.
“Pudiendo haber sido el sucesor de su maestro el profesor Grassi y convertirse en un científico de renombre en Europa, su espíritu aventurero lo hace aceptar en 1912 un contrato ofrecido por el gobierno de Chile, a través del profesor Octavio Maira, para elevar el nivel de los estudios biológicos en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile y asesorar a la Dirección General de Sanidad”, señalaron en el discurso homenaje de la colonia.
En Santiago, empieza a hacerse conocido como “el doctor Juan Noé”, y muy pronto se da cuenta de la crítica situación que se vivía en el norte de Chile: “Ya en 1913, diagnostica como muy seria la situación de esta zona, entre el río Sama y la quebrada de Camarones.
En 1925, la situación se agudiza y se piden recursos para eliminar los zancudos portadores de la enfermedad, pero pasan diez años de burocracia, hasta que, en 1935 durante el gobierno de Arturo Alessandri Palma, se inicia la campaña liderada por el propio doctor Noé”, agregan.
Puede decirse que Juan Noé fue uno de los precursores de la medicina social en nuestro país ya que la lucha contra esta mortal enfermedad abarcó muchas áreas, además de la propiamente sanitaria.
La campaña antimalárica que encabezó consta de dos etapas: la primera, de 7 años, desde julio de 1937 hasta julio de 1944; y la segunda, de 9 años desde ésta última fecha hasta 1953.
La descripción acabada de esta titánica tarea que finalmente convirtió a Chile en uno de los primeros países occidentales en erradicar definitivamente esa endemia se puede apreciar en un histórico video de la cineteca nacional de Chile.
¿En qué consistió? Por un lado, se aislaba y se trataba a los enfermos, y se buscaba a personas que si bien aún no manifestaran la enfermedad, la llevaran en estado potencial. Esta ardua labor la cumplía la estación antimalárica, supervisada y dirigida por el departamento de parasitología de la Dirección General de Sanidad.
Simultáneamente se inició la lucha contra el zancudo anopheles que se reproduce por huevos que coloca en agua en grandes cantidades. Poco tiempo después nacen las larvas que continúan viviendo en el agua y, luego, se transforman en ninfas.
Con sus 100 mil habitantes, los 55 mil kilómetros cuadrados de superficie de la provincia de Tarapacá no contaban con brazos suficientes para extraer la riqueza de la zona. Con oasis tan ricos como Pica, sus residentes veían en el agua una bendición y una maldición al mismo tiempo ya que, si bien permitía los cultivos, en ella se desarrollaba el zancudo anopheles, portador de los parásitos de la malaria o paludismo.
Esta enfermedad ataca la sangre destruyendo los glóbulos rojos y causando anemia severa hasta la muerte. La Quebrada de Camarones, uno de los valles más grandes de producción agrícola, era una de las regiones más afectadas. Más al norte, el problema se agudizaba, incluyendo el Valle de Yuta
Arica, con apenas 15 mil habitantes, era uno de los centros urbanos más afectados por el temible mal. En el año 1937, cuando se inició la campaña, el destacamento Rancagua, era un ejemplo elocuente de la violencia malárica: más del 60 por ciento de los conscriptos eran atacados por ella.
El microscopio del doctor Noé mostraba cómo los parásitos del paludismo penetraban en los glóbulos rojos de la sangre humana y los destruían, provocando anemia severa en los enfermos y alta fiebre que consumía sus energías.
Se crearon brigadas antimaláricas con Carabineros. El teniente Armando Bascuñán, que cumplía labores de defensa de la salud y formaba parte de la brigada antimalárica, murió víctima de este mal. Incluso cambiaron su uniforme de la época por ropas más adecuadas para las funciones que debían cumplir, consistentes en examinar palmo a palmo periódicamente los terrenos controlando cada matorral y cada fuente de agua, para determinar la disminución o el aumento de los zancudos.
Personal de las Fuerzas Armadas limpiaba con palas, picotas y escobillones todas las acequias y lugares donde hubiera agua detenida o corriente, para exterminar las larvas de los zancudos.
La labor culminaba arrojando petróleo al agua ya que aún no existían los pesticidas. Éstos llegarían después, en 1944, es decir, toda la primera etapa de la campaña se hizo sin insecticida.
También, se diseminaron por charcos y aguas corrientes grandes cantidades de lambusias, que son peces que se alimentan preferentemente de las larvas de este zancudo.
Diariamente se organizaban expediciones de estudio y control. Olvidándose de los festivos y domingos, médicos y técnicos se desplazaban a caballo por toda la región; se levantaron postas sanitarias y casas de socorro, que proveían de medicina.
Al doctor Noé se le ocurrió otro original método que consistió en primero limpiar cuidadosamente todas las acequias y posteriormente, cubrirlas con plantas locales para impedir que el zancudo depositara en las aguas sus huevos.
Todas las casas eran visitadas periódicamente por las estaciones de sanidad para someterlas a tratamientos con insecticidas. Las fumigaciones incluían establos y animales. Además, todo vehículo proveniente del extranjero era cuidadosamente desinfectado, hasta los aviones.
Así, del 60 por ciento de personas con paludismo en la región, la campaña redujo la cifra a cero.
Juan Noé llegó a nuestro país junto a su esposa la italiana Clelia Pizzo, doctorada en biología y anatomía comparada, y tres hijos: Ada, Mario y Nerina. Aquí nacería la cuarta hija: Adriana, apodada “La Chilenita”.
El médico murió el 22 de enero de 1947, en Santiago y su cortejo fúnebre fue encabezado por el Orfeón de Carabineros de Chile.
Además de ser despedido por las más altas autoridades de la Universidad de Chile, por el gobierno con el ministro de Salud de la época, numerosas personalidades de diferentes organizaciones sociales, científicas, filosóficas, masónicas y deportivas.
El gobierno de Chile, agradecido por su importante acción en bien de la nación, le otorgó en forma póstuma la nacionalidad chilena.
“Desde 1913 hasta su muerte el professore e dottore Giovanni Noé Crevani, siempre tuvo a Arica en un lugar preferente de sus desvelos; por eso los habitantes de esta ciudad, en reconocimiento y gratitud a su benefactora labor y por haberle devuelto la vida, al antiguo Hospital de San Juan de Dios, lo designó con su nombre”, señalan los integrantes de la Casa de Italia, de Arica.
Y enumeran. “Lo propio se hizo con la avenida La Paz que pasó a llamarse Doctor Juan Noé; como también una población; un liceo artístico; una cooperativa agrícola; una Plazoleta en Azapa; una logia masónica; y uno de los salones de nuestra institución”,
Un ariqueño descendiente de italianos, Luis Carlos Sopetti, no duda en señalar: “Si no es por él, aquí en Arica no viviría nadie”.