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Evaldo Valdebenito:

El salvaje cazador de baguales

Es como un personaje de Francisco Coloane, un hombre de mar y de estepa. Nacido en una tribu gitana, sabe bucear, pero no nadar, y durante un tiempo se ganó la vida persiguiendo baguales en escenarios tan amplios y desolados como Bahía Inútil. Desde la provincia de Última Esperanza, en Puerto Natales, la historia de “El Gitano” es alentadora para las personas en situación de calle.

Por Ximena Torres Cautivo

6 Abril 2023 a las 20:02

“Siempre anduve como encomienda de pobre; para allá y para acá. Fui un niño nómade”, dice Evaldo Valdebenito Riquelme (70), conocido en Puerto Natales como “Sandro, El Gitano”.

No resulta casual el apodo: suele vestirse enteramente de negro, anda con cadenas gruesas de oro al cuello y en las muñecas y a la menor provocación canta “Una muchacha y una guitarra”. Es, además, nieto del jefe de una tribu gitana que se movía en la zona de Curacautín, en La Araucanía, pero eso era hace muchos, muchos años atrás.

-Yo nací en Traiguén, pero me inscribieron en Osorno. Éramos ocho hermanos. Yo, el menor, el más incordioso del lote. Cuando murió mi mamá, mi papá nos trajo a todos para acá. Se vino con mi abuelo, que se murió al poco tiempo en Punta Arenas. Mi padre era tractorista, un hombre acostumbrado al trabajo de campo. A andar en arreos y tropas. A estirar una lona y armarse un techo en la estepa. Por eso, digo que yo era como encomienda de pobre: me dejaban acá, me llevaban para allá. Un tiempo largo estuve en el puesto La Vega, en Cerro Castillo. Yo hablaba puro inglés de chico, porque me criaron unos gringos: la finada Dolly, la finada Betty, ellas fueron mis nannies. Se peleaban por mí; decían que yo era su hijo. Ahí estuve hasta la entrada al colegio, cuando me vine a Natales a la pensión Ricks.

Evaldo reconoce que el abuelo, el padre y él mismo “siempre fuimos buenos para el copete”. Esa tendencia fue lo que condujo a vivir muchos años en situación de calle, en Puerto Natales. En la provincia de Última Esperanza, nombre desolador, muy ad hoc al rigor de la geografía que ha sido siempre el escenario de sus andanzas. “Estudié un tiempo en la Escuela Las Mercedes, en Porvenir, rodeando la Bahía Inútil”, dice este hombre menudo, delgado y muy preocupado de su presentación personal, que se maneja con la misma destreza en la estepa magallánica que en el mar austral.

En Bahía Inútil, nombrada así en 1827 por el capitán Phillip Parker King, quien declaró que el sitio no ofrecía posibilidad “ni de anclaje ni de refugio ni cualquier otra ventaja para el navegante”, Evaldo aprendió a bagualear, oficio desafiante, arriesgado, que consiste en cazar baguales. Es decir, ganado equino o vacuno que se ha vuelto salvaje. La mayor parte son caballos, prácticamente indomables. “Es un trabajo peligroso, nosotros cazamos muchos en las Isla Ratón, con Juan Alarcón, un compañero que aún está vivo. No se ganaba ni tanto ni tan bien, pero era lo que hacíamos”, cuenta con naturalidad, pero a nosotros nos impresiona con su conocimiento geográfico, con los nombres tristísimos de los parajes por donde ha pasado y por la cantidad de fracturas que acumula en el cuerpo.

–Después trabajé en la Hacienda San Miguel, a la orilla del mar. Dormíamos en las lanchas, resguardados en orillas abrigadas, para capear los temporales. Apenas sabía remar entonces. Yo soy buzo, pero no sé nadar. La mayoría de los buzos no saben nadar, pero lo que es miedo, nunca le he tenido al mar.

Menos miedo entonces le tuvo a la ferocidad de la vida en calle aquí, en la provincia de Última Esperanza, situación en la que vivió durante una década, con alto consumo de alcohol.

SANTA ROMINITA

–Vivíamos entre 20 a 25 personas en unas carpas que nos donó el Ejército. Todos éramos dados al alcohol. Todos le poníamos con empeño entre pera y bigote. Obvio, a veces nevaba, estamos en Puerto Natales, pero el alcohol mata el frío. Y en la Cruz Roja nos pasaban ropa de abrigo. Yo era tomador intensivo de ron y de vino tinto con las comidas –precisa.

En alguna época, confiesa, estuvo casado. Y tuvo un hijo. “O sea, yo no, mi mujer… Fue en los años 80. Ahora debe tener unos 32 años y ya sus hijos están grandes. Después que él nació, mi mujer me pidió el divorcio y se casó con otro. Ahora veo a mi hijo a veces. Sandy, así se llama, ha sido bien paciencioso conmigo”.

Como súper pacienciosa ha sido con él la joven terapeuta ocupacional, Romina Navarro (26). Ella está desde hace dos años como profesional de apoyo sicosocial y sociolaboral del Programa Calle del Ministerio Desarrollo Social y Familia, que ejecuta el Hogar de Cristo en Puerto Natales, en el marco de Acogida Especializada a personas en situación de calle. Y en ese tiempo, ya exhibe grandes logros. Como el exitoso proceso de Evaldo Valdebenito Riquelme, que él resume así:

–Yo siempre estuve en la calle. “Casa tienen los locos”, repetía yo, usando un dicho que uno aprende en el campo y en el mar. Ahorita, vivo en una estupenda casa tutelada del SENAMA, ya no consumo alcohol desde hace ocho meses y, prácticamente, no hice ni un trámite para estar en esta positiva situación. Le debo mucho a la Rominita; ella es una pieza clave en mi cambio. Me ha ayudado en todo sentido. Le agradezco sobre todo la fortaleza de carácter que ha tenido para soportarme y creer en mí. También les doy las gracias a la Yasnita y la Karen, y a la doctora del Hospital.

Fue un cuarto infarto, que casi lo mata, lo que lo llevó “a dejar el asunto copete”. Había tenido tres accidentes cardiovasculares previos, además de múltiples fracturas, algunas a consecuencia de su trabajo con los caballos y otras “de puro curado”.

Explica: “Me partí una pierna jineteando; el caballo me cayó encima. Yo ni lo sentí. Eso fue trabajando. Otra vez, estaba tan cocido, que me tropecé con mis botas vaqueras y rodé por una escalera. Me quebré tres costillas y una, al quebrarse, me perforó el pulmón. Pero fue el cuarto infarto el que me pasó la cuenta y me hizo darme cuenta que tenía que cambiar. Lo he hecho por mi fuerza de voluntad y por la promesa que le hice a la Rominita y a las demás profesionales que me han ayudado”.

COIRONES PATAGÓNICOS

No exageramos: el Condominio de Viviendas Tuteladas (CVT) que el Servicio Nacional del Adulto Mayor (SENAMA) tiene en Puerto Natales es de nivel nórdico, de país súper desarrollado.

Son veinte casas pareadas de siding, de un piso y cuarenta metros cuadrados cada una, ubicadas en torno a un patio central, con calefacción central con gas de cañería, ventanas con termopanel, puertas anchas por donde cabe una silla de ruedas, dormitorio espacioso, baño sin tina, habilitado con ducha amplia y pasamanos, tanto en ella como en el WC.

Son viviendas concebidas para adultos mayores en situación de vulnerabilidad y que son autovalentes, para justamente fomentar su independencia y que puedan tener un lugar apto y digno donde vivir. Propiedad de la Municipalidad de Puerto Natales y administrada por la fundación Por Más, cuenta con un espacio común de convivencia de casi 200 metros cuadrados, con cocina y lavandería, donde se organizan reuniones, cumpleaños y se dictan talleres de todo tipo.

Hay dos de ellas, donde viven cómodamente un par de matrimonios de adultos mayores. El Centro de Salud Familiar (CESFAM) está a la vuelta de la esquina y tienen locomoción a la puerta. Es más, hay un residente que tiene un pequeño vehículo de reparto y se mueve por la ciudad con autonomía. El grupo, al que ahora pertenece Evaldo, está organizado y hasta tiene nombre. La comunidad decidió bautizarse como “Coirones Patagónicos”.

Sandro, El Gitano, es uno de los residentes más populares en el barrio, porque sale, se mueve, se ocupa de visitar a sus amigos de calle, porque dice que él no olvida lo vivido. Y da algunos consejos:

–Por más botado que uno esté, siempre hay alguien que te quiere, que sufre al verte viviendo en la calle. A muchos hijos les da vergüenza decir: “Ese es mi padre”, pero siempre en el fondo del corazón hay cariño, preocupación y sufrimiento. Hay algunos, como yo, que logran comprender eso y, con ayuda y fuerza de voluntad propia, pueden salir de la situación de calle. Yo partí por la Hospedería que maneja el Hogar de Cristo. Ahí me reencontré con cuestiones tan simples como asearse a diario, ponerse ropa limpia, comer bien, tener desayuno caliente, almuerzo, once y cena. Ese orden diario es un tremendo cambio. Estar limpio y bien comido lo transforma todo.

–El éxito del caso de Evaldo se explica sobre todo en su propia decisión de cambiar, de dejar el alcohol. De darse cuenta del riesgo que corría. Ahora tengo que estar encima, porque igual hay fragilidad en él. No son personalidades fáciles las de quienes han vivido en la calle. Él se pone mañoso. Tengo que convencerlo de que no deje de tomar el medicamento coagulante que es de por vida, pero que él a veces quiere abandonar. Tengo que estar siempre encima, conteniéndolo –dice Romina con un compromiso que conmueve.

Y eso que tiene a su cargo a otras diez personas en la ciudad, que son parte del Programa Calle de Puerto Natales. “A ellos los acompañamos en siete dimensiones, que van desde restablecer sus redes con la comunidad hasta ir con ellos a sus consultas médicas. Cada una de esas dimensiones tiene muchas gestiones asociadas. Antes ninguno de ellos, por ejemplo, iba al CESFAM, no los veía un médico desde hace años. Yo voy con ellos. Y me preocupo del caso de cada uno, por eso ¡cómo no voy a estar feliz con los logros de Evaldo! El Gitano es un éxito para mí, para su hijo, para todos, pero sobre todo para él mismo”.

 

 

 

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