8 Junio 2020 a las 18:04
Este jardín infantil, ubicado en Bajos de Mena, en Puente Alto, acoge a párvulos de 136 familias, el 80 por ciento de las cuales está a cargo de una mujer. Esas madres cuentan con el apoyo de 25 trabajadoras, todas mujeres, dirigidas por una educadora de nombre ad hoc, Estrella Alba. Ella y dos apoderadas cuentan cómo se vive ahí la pandemia, en medio de deudas, verdades dolorosas –como la droga y la cesantía– y manteniendo a los niños en clases a través de videos.
Por Ximena Torres Cautivo ++ Fotografías: Alejandro Maltés
-El papá del Ángelo está metido hasta el cogote en la droga. Metido, metido. Y el papá de Francesco no se pone ni con un yogurt para el niño, no me ayuda en nada. Yo he tenido que hacerme cargo; soy la jefa de hogar. Antes era mi hermana, pero enfermó de cáncer al útero y ahora no puede hacer nada. Si se resfría, con esto del coronavirus, no viviría para contarlo, así es que la tenemos bien guardada en la casa. Ya ni siquiera sale a la radioterapia –cuenta Leyla Villalobos Fuentes (36), vendedora de golosinas Fruna y de lo que sea para parar la olla.
Leyla está a cargo de 6 personas: sus hijos Franchesco (3) y Yesmari Francesca (18); su sobrino Ángelo (20), sus dos sobrinos nietos, Martín (7) y Francis (6), y su hermana Jacqueline (42), que está gravemente enferma, y a quien la mamá de los niños se los trajo antes de la pandemia y nunca más volvió a buscarlos. “A mi hermana le queda sólo una bolsa de colostomía. ¿Sabes cuánto cuesta cada bolsa? Tres lucas 600 mil pesos y cada una le dura tres días, porque ella es limpiecita. Hay que gastarse 20 lucas cada vez que vamos a comprar las bolsas de colostomía”, nos cuenta, sin hacer punto aparte.
Es intensa y comunicativa. Clara en su discurso y empeñosa en su quehacer. Vecina del jardín infantil Alto Belén, donde asiste o asistía hasta ahora que todo lo hace virtualmente el pequeño Francesco, su casa está en el mismo pasaje de una población del populoso sector Bajos en Mena, en Puente Alto. Y, en ese sentido, se siente afortunada, muy apoyada por el entorno y, en particular, por el jardín de su hijo:
-Nuestra casa es grande y bonita, no por esfuerzo nuestro, sino porque nos la dejó nuestro papá cuando murió. Él mismo la había ido ampliando y mejorando. No pagamos arriendo y tenemos un buen techo sobre la cabeza, gracias a Dios. Pero con los gastos de luz estamos mal; debemos 200 lucas de luz y casi un millón en agua, que venían de herencia con la casa. Y ahora no se puede trabajar. Yo a veces salgo y voy a Fruna y compro 5 lucas de masticables y golosinas para revender acá entre mis vecinos, así me hago unas monedas. Ahora mismo estoy vendiendo chocolates.
Por eso, Leyla agradece con la misma intensidad que describe su apremiante situación económica la entrega de cajas de #ChileComparte, la campaña que levantaron en marzo Hogar de Cristo, Techo y SJM inicialmente y a la que luego se sumaron más fundaciones, como Red de Alimentos, para financiar canastas de alimentos para ayudar a las familias más vulnerables de los distintos grupos con que trabajan. “Puchas, qué me sirvieron esas cajitas. Incluso me dieron para apoyar en algo a tantos que aquí no tienen nada. Pasarles un par de kilos de fideos, por ejemplo. Ahora mismo yo voy a cocinar garbanzos que venían en la cajita, porque en esta casa los lunes siempre hay legumbres”, nos dice la mañana en que conversamos.
Hogar de Cristo partió la campaña centrándola en los adultos mayores que son parte de sus programas de atención domiciliaria (PADAM), pero luego vio la necesidad de apoyar a las familias de los alumnos de las escuelas de reingreso y a las de los párvulos y lactantes que asisten a sus casi 40 jardines infantiles y salas cuna, enclavados en sectores de alta vulnerabilidad y pobreza en todo Chile.
GARBANZOS Y TRUTROS DE POLLO CONGELADO
La educadora de párvulos y directora del jardín Alto Belén, de Bajos de Mena, Estrella Alba, conoce de cerca las necesidades que están teniendo sus apoderados. Explica: “Acá atendemos a 136 familias. Somos 25 trabajadoras, puras mujeres, y hemos mantenido el contacto con los niños y sus familias a través de actividades en video y guías que les mandamos por WhatsApp. Lo que ha pasado acá ha sido un golpe muy duro, porque a raíz del estallido social las familias que ya eran pobres y vulnerables, se quedaron más desamparadas aún: cesantes, sin supermercados cerca para abastecerse, porque fueron saqueados y cerraron; sin bancos ni cajeros, ni servicios cerca. Y, cuando todo empezaba a recomponerse un poco, aparece la pandemia, el confinamiento, la falta de ingresos, el desempleo y el hambre”.
-¿Qué caracteriza a las familias que atiende Alto Belén?
-Te diría que el 80 por ciento de las familias de nuestro jardín está lideradas por mujeres, y ellas son las más perjudicadas con todo esto. Por suerte, son mujeres, y no lo digo por feminismo, sino porque es verdad. Las mujeres tienen muchas más herramientas para afrontar la adversidad, la necesidad, el hambre. El hombre se derrumba, se avergüenza de pedir ayuda, ellas no. Se organizan, ponen por delante a sus hijos, hacen ollas comunes, comparten, se las arreglan como pueden.
Me hace sentido lo que dice Estrella, cuando recuerdo lo que me contó Leyla sobre su sobrino, el hijo de su hermana con cáncer. “El Ángelo trabajaba como ayudante de soldador, pero se cortó un dedo y armó tal alharaca, que el jefe se asustó y lo despidió. Ahora está en la casa sin pega. ¡Es que es tan millennial!”.
También cerca del jardín, vive otra de las apoderadas del Alto Belén, la peruana Nailea Andrade (30), mamá de Josué (3), quien cuenta cómo los está golpeando la pandemia. Antes de su llegada, ella se dedicaba al comercio informal, comprando en Estación Central “productos propios de cada temporada” para vender en Bajos de Mena. Ahora no puede salir a buscar esos gorros de lana y bufandas tan bienvenidos en el tiempo frío y tampoco tiene a quién vendérselas. Su marido, trabajador de la construcción, está completamente parado desde hace dos meses. La familia la completa su hija de 10 años, la que al igual que el pequeño Josué, es chilena, porque los Andrade llegaron a Chile hace 12 años en busca de mejores oportunidades, y las estaban encontrando… hasta ahora que todo se tambalea. “Nosotros arrendamos esta casa. Pagamos 200 mil pesos al mes, pero nos hemos quedado sin ingresos. Estamos guardando la cuarentena, tratando de cuidarnos, educando a los niños en casa, pero no tenemos cómo solventar la comida ni pagar el arriendo. Por suerte, mi mamá me depositó una plata. La destiné toda a comprar trutros de pollo congelados. Ahora mismo estoy preparando unos al horno con papitas”.
-¿Y cuándo esa provisión se acabe, qué harán?
-Nuestras prioridades son el arriendo y la comida. En julio tenemos que pagar 85 mil pesos, que corresponden a la primera cuota de la deuda por avances en efectivo con tarjetas de casas comerciales, como La Polar y Cencosud. Además debemos dos meses de agua, que son 25 mil pesos, y dos meses de luz, que son otros 48 mil pesos, y un mes de arriendo, y eso gracias a que la señora que nos arrienda nos perdonó un mes. Afortunadamente, hemos contado con la ayuda de las cajas de alimentación que nos entregó el jardín infantil y con las bolsitas que entrega la JUNAEB, eso ha sido un alivio.
-¿Te asusta el coronavirus, el que tú o los tuyos se enfermen?
-Sí, por eso nos cuidamos y estamos guardados en casa. En mi país, en Perú, las muertes han sido muchas. Nosotros tenemos contacto con familiares en Lima, donde han muerto varias personas cercanas y queridas, como mi abuelito por parte de papá, que falleció el 9 de mayo. A mí me angustia no poder seguir pagando el arriendo y quedarnos sin un techo. ¿Qué haríamos sin casa? ¿Dónde nos iríamos? Eso me asusta más que la enfermedad, por eso ahora estoy rogando porque tenemos la esperanza de que a mi marido la semana que viene le salga una peguita.
Frente a idéntica pregunta, la aguerrida Leyla se explaya:
-La pandemia me parece atroz. No sé si vamos a morir o a sobrevivir a esto. Al Keko, así le decimos a mi hijo Francesco, yo lo cuido, le tengo todos sus controles de salud al día, me preocupo de sus vacunas, de que coma bien, de que esté sano, pero ahora me da terror llevarlo al SAPU. A mí me llega a dar miedo pasar por ahí enfrente, porque el consultorio que a nosotros nos toca es una asquerosidad. Lo era antes del coronavirus, imagínese ahora. Adentro es fétido, está hediondo a pata. El puro olor te tira para afuera, porque hay mucha gente que se droga, que duerme por ahí cerca en los alrededores y usa los baños. Todo ahí es una fuente de contagio, y ahora con la pandemia, calcule. Ojalá todos pudiéramos quedarnos en la casa y pasar esto protegidos, pero hay que comer y no queda otra que salir a la calle. En mi caso, soy yo la que se expone, y lo hago por mi familia.