dice Andrés Millar
El fenómeno migratorio, las consecuencias de la pandemia, el alza en el costo de la vida que hace inviable un hogar, más cuando el déficit se estima en 640 mil viviendas, explican para el especialista el aumento de gente viviendo en carpas en las ciudades. Aquí, pasa revista al problema en su totalidad desde la experiencia del Hogar de Cristo, donde está a cargo de esa área.
Por Ximena Torres Cautivo
6 Mayo 2022 a las 14:04
–Veinte mil personas en situación de calle son veinte mil historias, veinte mil individuos muy distintos entre sí, igualmente marcados por la pobreza, la exclusión y el abandono. Pensar a los que viven a la intemperie, sin un lugar propio y seguro donde guarecerse, como una población homogénea, es un gran error, que además conduce a mirar esta realidad con prejuicios – dice el trabajador social y magíster en psicología de la Universidad Católica, Andrés Millar (52).
El director técnico de inclusión integral de personas en situación de calle del Hogar de Cristo lleva más de 25 años en el Hogar de Cristo hace notar: “Hay un aumento nítido de la expresión más cruda de la pobreza y la exclusión social, la gente viviendo en la calle”. Y hace notar cómo la pandemia y sus consecuencias socioeconómicas, mucho más que el estallido social de 2019, y el explosivo fenómeno migratorio, han contribuido a la proliferación de carpas en los bandejones centrales, en las costaneras de las ciudades del norte, en las playas, en los parques, albergando precariamente a familias.
-La manera como se está dando el actual problema migratorio en Chile es muy distinto a lo que ocurrió unos 20 o 30 años atrás. En los años 90 llegaron muchos hombres o mujeres solos desde Perú, Bolivia, Ecuador, y luego desde Haití, buscando mejores horizontes. Una vez que lograban acomodarse en el país y generar ingresos para sostenerse, algunos traían a sus familias y a sus hijos; ahora llegan las familias completas y pasan directo a la calle, eso es lo que estamos viendo y esa realidad se suma a la de los chilenos en situación de calle. En ambos casos, uno de los grandes problemas que está a la base es la crisis de la vivienda en Chile. Techo sostiene que faltan 640 mil casas y el precio de los arriendos está disparado; son las peores cifras de los últimos veinte años y, a causa de la inflación actual, probablemente seguirán aumentando.
Ya que hablamos de números, la información oficial actualizada que entregó a comienzos de año el Ministerio de Desarrollo Social cifra en 19.438 las personas en situación de calle en el país en 2021. De ellas, 16.367 son hombres, lo que corresponde a un 84,2%, y 3.071, mujeres, equivalentes al 15,8%. En cuanto a la edad, el grupo mayoritario –el 43%– lo integran personas mayores de 50 años, seguidos de cerca por las de entre 36 y 49 –37,4%–.
Estas cifras oficiales, sin duda, no dan la exacta dimensión de problema; existe una sub contabilización de personas por la naturaleza misma de la realidad de calle, la migración irregular (el Registro Social de Hogares identifica 265 personas extranjeras en situación de calle, cuando solo por Colchane han ingresado más de 200 personas migrantes diariamente en los últimos 5 meses), y están además las consecuencias de la pandemia.
Así, por ejemplo, sabemos que en la región de Magallanes hay al menos 50 personas más en situación de calle que las 150 que indica la información oficial. Y más claro aún: de acuerdo al conteo oficial habría sólo 102 personas menores de 17 años, lo que sin duda no corresponde a la realidad. Hoy la presencia de niños –muchos pequeños, lactantes– es masiva y evidente en familias migrantes.
Más allá de los números, Andrés Millar se concentra en las soluciones posibles. Cree que una manera de abordar la urgencia de la realidad de las familias migrantes en calle podría ser la creación de campamentos transitorios, “que tengan servicios y soluciones humanitarias básicas a mano, ahí mismo. A la manera de los que se establecen para las poblaciones refugiadas en otros países, o de la manera como transitoriamente familias organizadas se establecen en campamentos en Chile. Con acceso a viviendas de emergencia y a servicios de salud, educación para los niños, asistencia legal, apoyo intercultural ahí mismo. De verdad, dada la dimensión del problema, me parece que esa es una opción que se podría considerar”.
En 2021, Hogar de Cristo atendió a 9.977 personas en situación de calle en 84 distintos programas dirigidos a esta población a lo largo de todo el país. La edad promedio de los participantes de estos programas es 48 años y sólo el 7% son mujeres.
Las camas de emergencia disponibles de manera permanente para este grupo, no superan las 3 mil, y la mayoría de ellas las provee la sociedad civil organizada, incluso sin ningún aporte del Estado. Por su parte, el Plan de Invierno (Plan Protege COVID durante el 2021 –ahora Plan Protege Calle a secas–) dispuso de manera transitoria unas 3.100 camas adicionales, lo que evitó que las personas se enfermaran y/o murieran a causa del frío o del COVID-19. Pero la mayoría de estas “soluciones” de alojamiento son masivas, inadecuadas y transitorias.
Sin techo, no hay casa
-Se requiere una política social intersectorial e integrada, que sea contundente para abordar la complejidad de las necesidades de las personas en situación de calle en Chile. Hogar de Cristo presentó en 2021 el Modelo Integrado de Servicios (MISE) para este grupo poblacional. El MISE propone articular e integrar una oferta servicios sociales públicos y privados, en los distintos niveles del territorio (local, regional y nacional). Se busca disponer de servicios pertinentes, suficientes, integrados y de calidad, tanto en el plano de la emergencia como en las intervenciones promocionales, que buscan soluciones de largo plazo para las personas –explica Millar.
Esto, porque históricamente los programas sociales dirigidos para este grupo han sido desarticulados, escasos, aislados y asistencialistas. La clave para no insistir con “el modelo escalera”, que exige a las personas superar numerosas metas parciales antes de ser consideradas como aptas para llevar una vida autónoma, no ha arrojado resultados favorables. En vez de considerar a las personas como el centro de la intervención, quedan sujetas a los vaivenes e improvisaciones de cada dispositivo. Para la mayoría de las personas que están en calle, esa autonomía comienza con el acceso a un lugar seguro, protegido que da una vivienda, y con la posibilidad de contar con apoyos.
-Poner a las personas al centro es lo clave. Entender su individualidad, su trayectoria de vida, es lo que marca la diferencia. Vivienda Primero, es un programa opuesto al modelo de la escalera, porque entrega una vivienda individual o compartida por no más de tres personas y apoyo psicosocial a hombres y mujeres mayores de 50 años y con más de cinco de vida en calle, sin poner exigencias o determinadas condiciones para acceder a una vivienda. La vivienda, que es un derecho humanoes también el primer peldaño, no el final, para lograr la inclusión –señala el experto.
Hoy Hogar de Cristo trabaja con 118 personas en las regiones de Valparaíso, Metropolitana y Los Lagos este revolucionario programa que es Vivienda Primero. A nivel país, serían en total cerca de medio millar de personas las que se benefician de él, con la gestión de diversas organizaciones de la sociedad civil y el financiamiento del Estado. Este programa ha demostrado en Chile y en el mundo ser la solución más efectiva y menos costosa para superar la situación de calle. Brindar seguridad habitacional, un “hogar”, en este formato, cuesta la mitad de los 14 millones y medio anuales que representa el costo social de una persona en calle.
-Por eso es tan importante que el nuevo gobierno asegure la continuidad y aumento de cobertura del Programa Vivienda Primero y, fortalezca y amplié el Programa Subsidio al Arriendo. A esto se debería sumar otras iniciativas desde el Ministerio de Vivienda como viviendas en comodato, viviendas en sistemas de integración social, viviendas compartidas y otras. Todas ellas requieren estar bien localizadas de manera que no reproduzcan la segregación y la exclusión.
Enseñanzas de la pandemia
Las personas viviendo en la calle que –sin duda– son una de las expresiones más severas de la pobreza y de la exclusión social siempre han sido concebidas como algo “normal”, como parte del paisaje urbano por la mayoría, aunque en el último tiempo esta “normalidad” se ha vuelto mucho más evidente por el explosivo aumento de carpas que proliferan en las ciudades. Hoy es visible para todos que la situación de calle es una verdadera “emergencia social” que la pandemia extremó, tal como ha hecho con la pobreza.
Sin embargo y al mismo tiempo, los especialistas en el tema, como los del Hogar de Cristo, han obtenido provechosos aprendizajes a partir de lo vivido en pandemia.
-La emergencia sanitaria a raíz del COVID-19, las cuarentenas, los programas de vacunación masivos, dentro de todo el descalabro que produjeron, tuvieron sin duda algunas consecuencias positivas. Te pongo un ejemplo: el tener que establecer distanciamiento físico en las hospederías nos lleva a concluir que albergues masivos, como el tan conocido Víctor Jara, que se activa en invierno, no son efectivos. Las personas no se sienten cómodas, seguras, aunque estén resguardados de la lluvia, porque lo que requieren son espacios a escala humana, con una capacidad máxima de 20 personas, no de cien, ni doscientos –comenta Andrés Millar.
La Hospedería Álvaro Lavín, ubicada en el Barrio Yungay en la comuna de Santiago –actual vecindario del presidente Boric–, que era una de las más grandes de Chile, ha reducido notoriamente su capacidad máxima. Y en la peor etapa del COVID-19, cuando acogidos y casi todo el personal se contagió, fueron los propios hospedados, quienes con apoyo telemático profesional, se organizaron, auto gestionaron y sobrevivieron a esa dura etapa.
Explica Andrés:
-Las personas en situación de calle, como todos, requieren sentir que algo es propio, que pueden contar con un espacio para proyectarse y eso no lo da un dispositivo masivo, menos transitorio. La pandemia, sin lugar a dudas, nos ha llevado a reformular nuestros modelos de intervención. Nos confirmó la importancia de contar con equipos psicosociales especializados para las personas. Eso marca una diferencia muy relevante. Falta mucho ese apoyo para acompañar los procesos de inclusión de las personas en situación de calle, sobre todo porque la mayoría arrastra problemas graves de salud mental, asociados a traumas complejos acumulados en sus historias de vida.
Los equipos también han descartado la idea de un plazo apremiante para la permanencia de las personas en los programas. “En ese sentido, no hemos reformateado”, dice una colaboradora de Andrés Millar, aludiendo a cambiar esquemas de trabajo y metodologías, adecuándolos de mejor manera a las necesidades de las personas. Y están trabajando en las definiciones técnicas de los diversos programas, cambiando conceptos. Así hoy se habla de casas de acogida, viviendas colectivas transitorias y se han redefinido las características de las hospederías, cada uno con una definición específica y un perfil distinto de acogidos. “Hoy no importa tanto que tengamos una alta rotación de personas diferentes, como que las personas sientan que cuentan con un lugar estable y seguro que les dé certidumbre”, afirma el trabajador social.
De lo que se trata es de cambiar el paradigma, de dejar de pensar en una atención centrada en la oferta y enfocarse en la diversidad de las personas que llegan a la situación de calle. “Veinte mil personas, veinte mil historias, que merecen ser conocidas y abordadas en toda su singuralidad. Con la dignidad que merecen como seres humanos que son”.
Si te importan las personas en situación de calle, involúcrate