“Si no construimos el millón de casas que faltan, vendrán nuevos estallidos”
Suena como un jipi de izquierda medio naif que siente que todo tiempo anterior al golpe de 1973 fue mejor. No se arruga para declarar en El Mercurio que le parecen legítimas las tomas de terreno, aunque ahora dice que no está planteado que la gente deba apropiarse de sitios ajenos sin una compensación económica. Encuentra que hasta sus ex alumnos de Arquitectura de la Arcis estaban alejados del terreno, de la realidad, aunque menos que su ex compañero Germán del Sol, que ha descalificado sus viviendas sociales y no las encuentra una obra digna de un premio nacional. Él explica su aporte y describe a un Estado sordo a las necesidades de los pobres y advierte de un nuevo 19 de octubre.
Por Ximena Torres Cautivo
6 Agosto 2024 a las 22:16
El intercambio epistolar ha sido intenso entre dos destacados arquitectos, que además fueron compañeros en la Universidad Católica. Ambos
han sido reconocidos con el Premio Nacional de Arquitectura. Germán del Sol, en 2006, y nuestro entrevistado, Cristián Castillo Echeverría, este
año, hace apenas dos meses. Pero el primero descalificó la distinción del segundo, atribuyéndola a meras razones políticas y poniendo en duda
la calidad de su obra.
Hijo del destacado Fernando Castillo Velasco –Premio Nacional de Arquitectura en 1983, autor de las famosas comunidades que habitó el red
set al volver del exilio–, Cristián Castillo Echeverría reconoce que él y Del Sol están en las antípodas. “Parece que habitáramos en países distintos. Dos Chiles
diferentes. Quizás sea así”.
-La gente ha criticado esa afirmación tuya sobre que las tomas de terreno te parecen legítimas. En redes sociales hasta han dicho que des tu
dirección para que vayan pobladores a instalarse en tu casa. ¿Qué respondes?
-Que la gente es mucha gente. Ha sido un grupo de colegas bastante circunscrito a una manera de ver la arquitectura y ver la vida los que me
han criticado.
-Hablas de Germán del Sol, tu ex compañero? ¿Han tenido una conversación frente a frente o sólo se han mandado cartas? ¿Se han juntado
a limar asperezas?
-Ha habido más cartas, réplicas y contra réplicas. Hay muchos que entienden que lo que yo busco es ser parte de la solución. Lo que yo digo es
que debemos leer las tomas y entenderlas de manera distinta a como lo hemos hecho hasta ahora. Yo no estoy planteando que hagamos tomas
de terreno y nos apropiemos del suelo sin compensación económica para su dueños. Estoy diciendo que no podemos seguir teniendo suelo,
incluso en manos del Estado, cuya única función sea la especulación económica inmobiliaria. La sociedad chilena tiene que entender que si no
resolvemos este problema, si no encontramos un camino que nos lleve a construir el millón de viviendas que faltan en el país, habrá nuevos
octubre de 2019. Nuevos estallidos. No podemos seguir acumulando presión y resentimiento social.
Pone de ejemplo lo que sucede con las familias que habitaron la Villa La Reina, proyecto de vivienda social concebido por su padre en los años
60. “Hoy habitan entre 10 y 15 en esas casas, con apenas un baño y una cocina pequeña. Nadie puede vivir bien así; los viejos no tienen dónde
descansar; los niños dónde jugar, porque los hijos no han tenido opción de una vivienda propia. Tampoco los nietos.. Este país centra sus
políticas de desarrollo social sólo en dos patas en materia de presupuesto: educación y salud, cuando la vivienda es crucial para las otras dos.
Tal como está en las antípodas con Germán del Sol, pondera el trabajo de su colega, el cuidadamente despeinado Alejandro Aravena. Lo cita
para ejemplificar la idea de viviendas sociales construidas en función de cada familia. “Eso es algo que debe entender el Ministerio de Vivienda.
Hay que hacer viviendas progresivas y crecer hacia arriba. Culturalmente hay que terminar con la idea de tener una casita. Cuando converso con
los pobladores les pregunto para qué quieren tener una casa si van a habitar a nivel de suelo igual que si vivieran en un departamento. Los
últimos proyectos de viviendas sociales que hoy se están entregando tienen terrenos de 80 metros cuadrados con casas de 60. O sea, al cabo de
un año, los 20 metros cuadrados restantes en dos dormitorios y se acabó el patio. Para eso, ¿vale la pena vivir pegado al suelo?
“Soy una persona formada por los jesuitas. Me eduqué en el Colegio San Ignacio, así es que la labor de los jesuitas y del Hogar de Cristo fueron
parte de toda mi educación. De los trabajos que nosotros como estudiantes hacíamos en ese tiempo. El cura Josse Van der Rest fue un gran
personaje y un gran hombre”.
Se refiere al jesuita conocido como “el padre de las madiaguas”, que vino a Chile y participó de innumerables tomas en los años 60. Fue fundador además de Selavip.
-Él sostenía igual que tú que las tomas son legítimas. Él tenía toda una teoría sobre el tema, ¿cuál es la tuya?
-Es una conversación que se mueve entre dos conceptos: la legalidad y la legitimidad. Creo que las tomas efectivamente siempre son ilegales
pero muchas veces son legítimas. Hoy, además, se confunden con la delincuencia. Y eso se explica en la falta de presencia del Estado y de las
organizaciones políticas en los territorios. Ante ese vacío, la delincuencia y el narcotráfico irrumpen en las poblaciones, pero somos todos los
responsables de que eso pase. Si nosotros hubiésemos estado allí, como estábamos hasta antes del golpe de Estado, esto no pasaría.
-Después del golpe del 73, organizaciones como el Hogar de Cristo y las que trabajan con la Iglesia, a través de la Vicaría de la Solidaridad,
estuvieron más presentes que nunca en las poblaciones. Con ollas comunes, apoyando y defendiendo a las personas…
-Es verdad. Pero yo me refiero al neoliberalismo que se instaló como modelo de gestión y lo permeó todo. Antes, Chile era un país muy, muy
solidario. Un país muy, muy pobre, pero muy, muy solidario. Nosotros vivimos esa etapa hasta que con el golpe todo empezó a cambiar.
Siempre en Chile ha habido diferencias de clase, pero en los tiempos anteriores al golpe, en los de la UP, dónde tú ibas, recibías un plato de
lentejas, de porotos, lo que fuera.
-¿No hay una idealización un poquito adolescente en esa descripción que estás haciendo? El punto que nos interesa es qué similitudes hay
entre la actual crisis de la vivienda en Chile y la del año 1944, cuando se funda el Hogar de Cristo.
-El problema de la vivienda siempre ha existido en Chile en función de las migraciones. En los años del padre Hurtado eran los obreros del
salitre los que empezaron con las tomas de terreno. Bajaban desde el Norte a Santiago, esperando encontrar mejores condiciones de vida. Así
surgen las tomas. Sin ir más lejos, la Estación Central, donde estamos, es un territorio de migraciones y migrantes. La diferencia es que entonces
cuando los migrantes irrumpían en la ciudad y se tomaban un terreno para poder vivir, había una reacción por parte del Estado y de la sociedad
muy diferente a la actual. En aquellos tiempos también había apaleos y represión, pero, al final, se lograban soluciones, como que los terrenos
fueran expropiados y habitados por esas personas necesitadas.
Castillo habla en plural. Dice que lo hace así, porque la actitud comprensiva de esas necesidad de vivienda era no sólo de los grupos de
izquierda, sino (e incluso) hasta de Patria y Libertad. “Ellos, en su trabajo de concientización política, dirigían procesos tal como lo hacíamos
nosotros. Trabajaban en los terrenos, con las personas. Eso ya no pasa. La gente del Partido Comunista, del Frente Amplio, ya no está en las
poblaciones. Tampoco los de la oposición. Han abandonado a las personas, lo mismo que el Estado”.
“En los años de Josse Van der Rest, las tomas de terreno se empezaron a incorporar a la trama urbana. Las ciudades eran infinitamente más
pequeñas y había muchísimo más terreno disponible, y las ciudades requerían crecer y urbanizarse. Indudablemente, había mucho menos
problemas de suelo entonces. Las familias llegaban a Santiago, se organizaban y se instalaban en un terreno fiscal. Generalmente con la
colaboración de algún partido político que los conducía en el proceso. Así nacía una villa, una población, que luego presentábamos ante la
Conhabit o la Corvi. O sea, era muy diferente de lo que sucede ahora, donde la única política es desalojar, actitud propia del neoliberalismo y
del individualismo.
-El crimen organizado, el narco, como hemos visto casi caricaturizado en el caso de la llamada toma VIP en tierras del Oriente de Puente Alto,
es el que está detrás de muchas tomas. ¿Cómo analizas ese aspecto?
-Eso pasa cuando hay abandono del Estado. Yo me imagino que donde el Hogar de Cristo e instituciones similares están, esos grupos no existen
o están mucho menos presentes. Yo no digo que en la población Maestranza no haya alguien vendiendo marihuana, pero indudablemente
existe un control de la comunidad, del conjunto de las familias que viven ahí, para evitar que la droga se apodere del barrio.
Maestranza es el trabajo que justifica su Premio Nacional de Arquitectura. El mismo que obtuvo su padre en 1983. A, su juicio, con mucho más
mérito. Por eso mismo, considera el suyo “una gran responsabilidad”.
Luego explica: “Maestranza nace de la organización de familias asentadas en Estación Central, muchos de ellos nietos e hijos de esos migrantes
de los años 40 de los cuales hablábamos al comienzo. Esos hijos y nietos se movilizan para buscar una solución a su problema de vivienda con la
conciencia muy clara de que el Estado no tiene la capacidad de resolverlo. Ellos asumen el protagonismo, porque saben que la lista de los que
aspiran a una solución habitacional es enorme y puede tardar toda la vida.
-¿Criticas al gobierno?
-Seamos claros: este es el gobierno que tenemos y yo, por supuesto, lo apoyo. Al presidente Boric y al ministro Montes y a la gestión que está
haciendo. Pero la capacidad de producir vivienda que tiene Chile no cambia. No ha cambiado en relación al problema que tenemos. Si miramos
con seriedad la producción de vivienda en democracia, post golpe, no se han producido más de 25 mil a 30 mil viviendas por año. Y con ese
número es absolutamente imposible resolver el problema del déficit habitacional.
Los Castillo -Fernando padre y Cristián hijo- eran profesores de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Arcis. “Cuando él murió, yo heredé
el taller de título que hacíamos juntos y lo mantuve hasta que la universidad se cerró. Ahí intentábamos orientarnos a proyectos de viviendas
sociales. Hicimos un montón de proyectos y desarrollamos conciencia social en los estudiantes, los que hoy están muy alejados de la realidad
del país”.
-Ahora que eres premio nacional, varias universidades podrían querer tus servicios…
-Algo hay de eso– dice, modesto y con ese aire ingenuo que lo caracteriza. Y vuelve sobre su obra más celebrada: el Barrio Maestranza Ukamai,
en Estación Central. Ukamau es un movimiento social y popular, que apoyó al presidente Gabriel Boric, cuya bandera de lucha es la vivienda.
“Lo más distintivo de Maestranza es que el proyecto nunca dependió del Estado, sino de la comunidad. De un grupo organizado que buscó con
mucha inteligencia el terreno y logró que la empresa estatal EFE estuviera dispuesta a venderles un lote. Aún quedan como cuatro hectáreas
disponibles ahí”, reflexiona el arquitecto Castillo, responsable del diseño. Para Castillo, el problema con el suelo se genera porque en Chile la
especulación económica “es de un nivel que supera al de cualquier otro lugar en el mundo. Miren ahora la discusión que se ha generado con
construir una nueva cárcel en el barrio judicial de Santiago. Yo creo que las cárceles son necesarias, pero, al igual que los regimientos, deben
estar fuera de las ciudades”, afirma. Y vuelve sobre las definiciones que hay detrás de Maestranza.
“Maestranza es el primer proyecto de vivienda social que se concibe como un condominio, no como un loteo. Aquí se aprecia el problema de
un Estado que no confía en sus ciudadanos. Los argumentos que nos daban para no permitirnos hacer un condominio era que la comunidad no
sabría controlar sus espacios interiores. Que los pobres no pagan la luz. Que no cuidan las plazas y no riegan el pasto. Así, decían, todo se
transformaría en un desierto al cual entrarían la droga y la delincuencia. ¿Conclusión? El Estado tiene un nivel de desconfianza en su propio
pueblo mayúsculo.
-¿Cómo revirtieron esa desconfianza?
-Con una inteligencia enorme. Las dirigentes, la mayoría mujeres, usaban la presión para la negociación de una manera muy hábil. Cada vez que
se retrasaba el proceso, iban a General Velázquez con la Alameda, a las 7 de la mañana, a paralizar el tránsito con una protesta. Frenaban el
trabajo en todo el oriente de la ciudad, porque los trabajadores que suben hacia allá, quedaban trancados acá. Esa congestión hacía que llegara
a la televisión e inmediatamente se destrababa la negociación.
-El que no llora no, mama…
-Sí, porque el Estado es reticente a aceptar el protagonismo de los pobladores en la solución de sus problemas. El gran triunfo fue que el
proyecto fuera aceptado como condominio, donde los pobladores se hacían responsables del cuidado y del pago de gastos comunes.
Hoy son 400 unidades con 400 y tantas familias. Originalmente, el tamaño de la vivienda estaba circunscrito a 55 metros cuadrados, pero ya
logramos que traspasen la frontera de los 60 metros cuadrados. Después de discutirlo mucho entre todos llegamos a departamentos de 62
metros cuadrados. Otro gran logro.
-¿Qué otras características distinguen a los departamentos de Maestranza?
-Nos preocupamos mucho de que el interior fuera modificable. Conseguimos que la estructura estuviera circunscrita a los bordes del
departamento. Y dentro de ese concepto abierto, las familias lo han hecho increíble.
Castillo habla del enorme trabajo de transformación cultural que hay que hacer para que la gente olvide la idea de la casita. “Todos los
pobladores quieren estar pegados al suelo. Por otro lado, el Estado determinó que la altura máxima de las viviendas sociales son 5 pisos, porque
los pobres no saben mantener los ascensores. Con la lucha de los pobladores, Maestranza Dos, proyecto que estamos comenzando a construir,
cuenta con ascensor. Y no sólo eso, tiene estacionamiento subterráneo, porque hasta hace poco el Estado consideraba que los pobres no
necesitan estacionamiento porque no tienen auto, cuando el auto es una herramienta de trabajo básica para esas familias.
Esto es algo reciente, afirma, porque en los años 60, cuando su papá ideó la Villa La Reina, ninguna vivienda social concebía un espacio para
estacionar autos. “La gente pobre se movía en micro. No tenían auto”.
Otra pelea enorme, afirma, fue conseguir el derecho a tener gas de cañería y no balones de gas. “O sea, el Estado no le no le daba el derecho a
las familias pobres de nuestro país a que el gas les llegara directo a la cocina. Hay un desprecio inconcebible en todo eso”, sostiene. Y nos invita
a conocer el proyecto Maestranza 2. También se ofrece a visitar a María Tapia, la dirigente vecinal de la Villa La Pradera en el Campamento
Manuel Bustos en Viña del Mar.
Ella le cuenta de las casas de 50 metros cuadrados, divididos en dos pisos, con una planta de 25 metros cuadrados, que son las viviendas
definitivas del plan de reconstrucción tras los megaincendios de febrero. Y Cristián Castillo la abraza, la entiende y le ofrece visita