La empoderada dueña de casa y dirigenta vecinal de Renca.
Vive desde hace años en el barrio, donde se dedica a promover el bienestar de sus vecinos, compartiendo su energía y alegría. Hoy participa del Programa de Atención Domiciliaria del Adulto Mayor (PADAM), donde nos contó su historia.
Por María Luisa Galán
4 Febrero 2020 a las
10:40
Pastora Parra brilla. Por su pelo rubio, carisma y porque ama cantar tangos y boleros, en especial con sus compañeros del Programa de Atención Domiciliaria del Adulto Mayor (PADAM) del Hogar de Cristo en Renca, al que asiste desde hace varios años.
Su presencia se nota. Es dicharachera, ríe y conversa con todos. Tiene un poco más de 70 años, es madre de cuatro hijos y abuela de ocho nietos, nació en Chillán como la menor de siete hermanos. Su padre le heredó un terreno y sueña con comprarse una casa pre fabricada e irse a vivir allá, “si no le pido al alcalde que me dé una casita, porque soy Parra”, ríe.
-¿Usted es de la familia de Violeta Parra?
-No sé, pero dicen que sí, muy alejados. Canto y bailo, eso sí. Tengo genes de artista- responde, riéndose. Y agrega: -No lo puedo decir fehacientemente, pero escuchaba cuando chica que mi papá y la Violeta eran primos. Pero ellos vivían en San Carlos y mi papá era de Chillán, de un lugar que se llama Frutillares, en Coihueco. Tenían tierras, de todo. Cuando mi papá murió dejó siete cuadras en Frutillares, una para cada hijo.
Tuvieron una buena situación, pero debido al alcoholismo de su papá, la familia perdió todo. Sus hermanos mayores se vinieron a Santiago a trabajar y las trajeron a su mamá y a ella. “Mi papá no era malo. Llevaba carretas con cosas: traía carbón, carne, de todo. A mí me traía harina de avellana y de maíz”, recuerda.
Llegó a vivir al paradero 30 de San Bernardo y no superaba los 17 años, cuando su mamá falleció. Entonces se trasladó a la comuna de San Ramón, donde ha llegado a ser una importante dirigente vecinal. Hoy lo es junto a su hija. Uno de sus logros es la multicancha y sede vecinal que colinda con el PADAM del Hogar de Cristo, al que también ha estado vinculada desde hace años.
Eran los años 90 y le inquietaba el basural que había ahí, tanto como el que los niños del barrio no estuvieran botados. Era la presidenta de la junta de vecinos y gracias al alcalde de la época, logró llegar al entonces ministro de Vivienda, Sergio Henríquez. “Él decía que si uno tenía un problema, que se lo dijeran y si no se lo escribieran. Entonces una señora me dio un papel café y lápiz y le escribí diciéndole que había un terreno para hacer una cancha para que los niños salieran adelante”. El Subsecretario le entregó el sitio y gracias a un proyecto Fosis hizo la actual cancha techada y la sede vecinal. “Hasta me llamó Manuel Bustos para felicitarme”, cuenta con orgullo y alegría. “Además una concejala, la señora María Antonieta Saa. Después me llegaban tarjetas de Navidad del Senado”, añade feliz.
Pastora era dueña de casa, pero siempre se caracterizó por ser movida, tanto dentro como fuera de su hogar. Cuenta que se dedicó además a cuidar a guagüitas. “Con eso pagué mi casa”, dice. “Pero la embarré. Me casé sin separación de bienes. Él se fue de la casa y tuvo dos hijas con otra mujer”, cuenta con desazón. Conoció a su marido en una fábrica de calzado. Él le decía que era coqueta y que “tenía mucha luz, yo soy así”, dice. Y entre risas, confiesa: “Fue un buen marido hasta que conoció a otra persona. Cuando se fue, le dije: ‘Te vas a o te mato’”.
Pastora terminó hace unos años su octavo básico, no pudo cuando chica porque su hermana mayor, quien se hizo cargo de ella cuando murió su mamá, no quiso que siguiera sus estudios para que no saliera y no le pasara nada. Dice que lo ha pasado bien en su vida, que su vida ha sido hermosa, salvo por el episodio con su marido. Pero hay un detalle, no le gusta su nombre.