"Tenemos mucho trabajo por hacer”
Cuando la fundación que se dedica a que niños, niñas y jóvenes que no están estudiando vuelvan al sistema escolar, cumple 30 años, asume su dirección esta ingeniera con gran sensibilidad social. Honrada y desafiada, así se siente, después de recorrer el país y vivir el proceso de inmersión en su nuevo cargo. “Más recursos, mejores leyes, mejor comprensión de quiénes son los jóvenes de hoy y cuáles son sus necesidades e intereses, son elementos clave para poder ofrecerles perspectivas realistas de un mejor futuro”, afirma.
Por Ximena Torres Cautivo
23 Agosto 2023 a las 11:41
“Cantando se van las penas” es el predicamento de Paula Montes Vergara (49), ingeniera y flamante directora ejecutiva de Fundación Súmate del Hogar de Cristo, desde el primero de agosto pasado. Siempre le ha gustado cantar. Por eso, antes de la pandemia, cuando era la directora social de la fundación Simón de Cirene, tomó clases de canto. Dice que la canción con que “mata” en reuniones y fiestas familiares es “Non, je ne regrette rien”, de Edith Piaf, donde luce además su magnífica pronunciación del francés.
Nacida en Ginebra en 1974, debido al exilio de su padre, vivió hasta los 17 años en Grenoble, al pie de Los Alpes. “Mis padres no nos criaron en el resentimiento ni en la añoranza”.
No al regret era el predicamento. No a puro refugiarse entre exiliados chilenos, sí a integrarse y a vivir entre franceses. A los 14 años volvieron brevemente y luego regresaron a Francia. Al final, con la llegada de la democracia, en 1991, la familia decidió retornar de manera definitiva.
Acá, Paula entró a la Escuela de Ingeniería UC, donde se enamoró y se casó con José Luis Jeria, su marido hasta hoy. “Llevamos 23 casados y tenemos tres hijos”.
Buena para las matemáticas, pero con clara inquietud social, en 2000, fue jefa de gabinete de la entonces subsecretaria de Energía, Vivianne Blanlot. Luego de estudiar un postgrado en Estados Unidos, entró a la Facultad de Ingeniería y Ciencias de la Universidad Adolfo Ibáñez, que dirigía Alfonso Gómez. Ahí ocupó distintos cargos administrativos y docentes, donde fue testigo y partícipe del crecimiento de la facultad. Permaneció en ella 15 años y encontró a una suerte de jefe ideal, el fallecido decano Alejandro Jadresic. “Fue un gran mentor. Un referente intelectual y un jefe que me tiraba para arriba, que creía en mis capacidades”.
La necesidad de satisfacer más plenamente sus inquietudes sociales, la condujeron a dejar la universidad y hacerse cargo de la dirección social de Simón de Cirene. Es una corporación sin fines de lucro que acompaña a emprendedores, organizaciones sociales y comunidades con foco en mejorar su gestión y construir vínculos con el entorno. “Ahí pude desarrollar proyectos para mejorar la calidad de vida de las personas mayores institucionalizadas. Apoyar y empoderar a niños, niñas y jóvenes que se encuentran bajo la protección del Estado. Y también potenciar las trayectorias educativas de jóvenes estudiantes de liceos técnicos”, cuenta.
Y ahí se produce el match con su nuevo cargo: la dirección ejecutiva de Fundación Súmate del Hogar de Cristo, donde lleva menos de un mes trabajo.
FUTURO Y PRESENTE DE CHILE
–¿Qué hacías exactamente en Simón de Cirene?
–Dirigía el área social. Ofrecíamos cursos y consultorías a otras organizaciones sociales y comunitarias para que pudieran mejorar su gestión, que es la especialidad de la casa. Además ejecutábamos diversos proyectos sociales, orientados a mejorar la calidad de vida y de atención a las personas mayores institucionalizadas; a empoderar a niños, niñas y jóvenes que se encuentran bajo la protección del Estado; y a potenciar las trayectorias educativas de jóvenes estudiantes de liceos técnicos. Todos estos desafíos son complejos, y los abordábamos con una propuesta de vinculación y colaboración, invitando a organismos del Estado de todo nivel: comunal, regional, nacional; a empresas y gremios, así como a centros de estudios y otros miembros de la sociedad civil, para que cada uno pusiera su talento o sus recursos a disposición de la problemática de su interés.
–¿Qué te impulsó a cambiarte a Fundación Súmate?
–Trabajar y poder concentrarme en uno de los públicos objetivos que más me importan y llaman la atención: los niños, niñas y jóvenes que se encuentran excluidos. Siempre decimos que los jóvenes son el futuro del país; también son presente. La sociedad crece con el aporte de ellos, entonces es nuestra obligación moral preocuparnos por los que hoy se encuentran al margen de la sociedad. Además, me encanta formar parte del Hogar de Cristo. Me parece un honor que una organización tan grande y con tanta mística me haya considerado para el cargo.
UN PROBLEMA MUY COMPLEJO
–¿A qué atribuyes que la inclusión educativa no se asuma con una política país, específica y consistente?
–El Estado tiene recursos finitos y multiplicidad de necesidades que atender, y suele priorizar los problemas que aquejan a las poblaciones de mayor tamaño. El problema de la exclusión escolar involucra hoy “sólo” a 225 mil niños, niñas y jóvenes, y puede parecer un problema “pequeño”. Pero a nosotros nos resulta inaceptable que exista casi un cuarto de millón de jóvenes menores de 21 años que no han terminado su escolaridad y que no están asistiendo a ningún establecimiento educativo.
Paula considera que eso es “un escándalo”, más aun cuando llevamos treinta años denunciándolo. Y advierte: “No descansaremos hasta lograr nuestros propósitos para cambiar esta realidad. Uno de ellos es lograr poner el tema sobre la mesa, que se asuma como política pública y, en ese plano, hemos tenido avances. Hoy contamos con una ley de reingreso escolar aprobada en general, pero ese es sólo el puntapié inicial que se debe mejorar con indicaciones y complementar asegurando el financiamiento requerido, una normativa detallada y definiciones curriculares específicas. Otro de nuestros propósitos de incidencia es guiar la discusión acerca de nuestro sistema educativo, el cual debe cambiar, debe flexibilizarse, para así llegar a toda la población. En particular a los que hoy se sienten marginados de la oferta disponible.
–¿Por qué no cuesta lo mismo educar que re-encantar con la educación a un chico que ha sido excluido del sistema educativo?
–En efecto, la educación de un joven que ha sido sistemáticamente excluido no cuesta lo mismo que la educación en condiciones regulares. Siempre será más caro restituir un derecho vulnerado que protegerlo, y eso es lo que pretendemos en Súmate: reparar un daño, la exclusión. Y lo hacemos cuidándonos de no estigmatizar a estos niños, niñas y jóvenes. Debemos entender que pertenecen a entornos sociales complejos, que suelen presentar dificultades de aprendizaje, problemas de salud mental, problemas conductuales y la mayoría tiene serias necesidades económicas.
–¿El sistema educativo es poco acogedor con los estudiantes complejos?
–Sí, y ellos necesitan un sistema educativo flexible y acogedor ante sus realidades. Pero, por el contrario, siempre se les ha hecho sentir que no pertenecen. Así, se les ha excluido y finalmente se les ha quitado el derecho a la educación. Por eso, no confían en el sistema, no confían en los adultos que conformamos este sistema, y tampoco confían en ellos mismos, en sus capacidades y habilidades para desarrollar sus talentos.
Ahí es donde cabe Fundación Súmate, afirma Paula. Dice, con pasión: “Contamos con equipos multidisciplinarios para remediar los daños pasados, junto con un equipo de profesores y educadores capacitados para entenderlos, motivarlos y devolverles la confianza. Se necesita también una propuesta educativa innovadora y atractiva, útil y adaptada a sus intereses y necesidades; y finalmente se debe considerar un trabajo más personalizado, ya que 40 alumnos en una sala frente a un profesor, simplemente no sirve. Y, claro, todo eso es más caro que la educación tradicional. Por eso aspiramos a que se apruebe una subvención diferenciada para la modalidad de reingreso”.
–¿Cuánto daño hizo a la educación en general y al abandono escolar la pandemia?
–Si bien la pandemia aumentó el ausentismo y el abandono escolar, no se debe creer que son consecuencia directa de la pandemia. El problema existía desde antes y debemos hacernos cargo de sus diferentes causas. La exclusión escolar es un problema complejo, multidimensional, tal como lo es la pobreza, que requiere de una mirada colaborativa y multisectorial para abordarlo. Acá pasa lo mismo.
–¿Qué metas te han planteado al asumir el desafío de ser la directora ejecutiva de Súmate?
–Las metas son complejas y variadas, ¡tanto como el problema! Pero tenemos dos ejes principales: financiamiento e incidencia. Tenemos desafíos de financiamiento, como cualquier organización sin fines de lucro. Súmate tiene cuatro escuelas de reingreso con capacidad para recibir a unos 700 jóvenes de las regiones Metropolitana y del Biobío. Cuenta con programas socioeducativos ubicados en cinco regiones del país. Y, además, asesoramos a nivel nacional a establecimientos educacionales que desean incorporar aulas de reingreso en colegios y liceos regulares. Operar todo esto, a lo que llamamos sistema de recuperación de trayectorias educativas, requiere de importantes recursos económicos y por ello una meta es lograr convocar a más actores privados, nuevos aliados que crean en nuestro proyecto y deseen comprometerse con esta causa. Creo que los problemas complejos requieren soluciones creativas y la colaboración de todos: el Estado, las empresas, la academia y la sociedad civil.
Respecto de la incidencia, dice la ingeniera, los logros han sido a fuerza de la insistencia y de una experiencia de 30 años, que se cumplen este año.
–Hemos logrado, con datos y evidencia, poner este tema en la agenda pública. Ya mencioné la aprobación de la ley que crea la modalidad de reingreso, tenemos un Plan de Reactivación Educativa del gobierno que tiene entre sus ejes el reingreso escolar. Pero falta camino por recorrer. Se requiere financiamiento adecuado; mayor colaboración para poder buscar y encontrar a excluidos; y voluntad política para impulsar la creación de escuelas y aulas de reingreso a nivel nacional. Falta mucho, como ves, hay mucho trabajo por hacer.
-Ya que conoces bien Francia y te formaste ahí hasta la enseñanza media, ¿sabes cómo abordan allá la exclusión educativa?
–En Francia, la educación es pública y gratuita, y la escolaridad es obligatoria entre los 3 y 16 años. A partir de los 16, se establece la obligatoriedad de la formación hasta los 18 años, y ello puede cumplirse en un liceo o mediante el aprendizaje de un oficio, es decir con una oferta variada. Pero la mirada allá va más en la línea de la prevención: de evitar el abandono escolar. Existen sistemas de apoyo a los jóvenes que presentan dificultades de aprendizaje o problemas de motivación. Cuentan con un sistema de seguimiento al ausentismo. Y con una oferta de oficios a partir de los 16 años, que suele ser de interés para aquellos que no quieren continuar con la educación tradicional.
–¿Siempre habrá “desertores” del sistema, incluso en países desarrollados?
–Supongo que siempre habrá un grupo de personas que no tiene interés en continuar sus estudios, ni siquiera en terminar su educación media. En Europa se han fijado una meta de no superar el 10 por ciento de jóvenes entre 16 y 24 años sin diploma. Y puede que en Chile tengamos que aceptar esa realidad. Pero sólo si cumplimos con algunos “mínimos”: con haberles dado a esos jóvenes alternativas reales y atractivas de educación, adaptadas a los tiempos actuales y sus necesidades particulares, porque no existe un único camino hacia el desarrollo individual y la plena integración a la sociedad.
Paula concluye: “Hoy estamos muy lejos de ese punto, aún falta muchísimo. Más recursos, mejores leyes, mejor comprensión de quiénes son los jóvenes de hoy y cuáles son sus necesidades e intereses, son elementos clave para poder ofrecerles perspectivas realistas de un mejor futuro”.