Este año en que su principal obra cumple 80 años, un aspecto interesante de conocer es la admiración que sentía el padre Hurtado por la poetisa. Las correspondencia que Carmelita Echeñique de Errázuriz mantenía con la Premio Nobel es elocuente del interés de Gabriela por el fundador del Hogar de Cristo. Aquí resumimos parte de esas cartas,
Por Ximena Torres Cautivo
5 Octubre 2024 a las
22:04
“Gabriela: El Padre Hurtado está muriéndose, le quedan días solamente, tiene un cáncer al páncreas. Es la pérdida más grande para Chile entero. Hay verdadera emosión (sic) en todos los círculos. Hará una falta inmensa. ¡Yo también estoy sumida en pena!”.
Esta es la dramática postdata de una larga carta de 6 carillas con femenina y apretada caligrafía que Carmelita Echeñique de Errázuriz le envía, el 4 de agosto de 1952, a su amiga Gabriela Mistral. Lo hace desde la Calle Las Torcazas 400, El Golf, Santiago de Chile.
Carmela Errázuriz era la suegra del político democratacristiano Radomiro Tomic. Una mujer muy inquieta intelectualmente en cuya casa se encontraron Alberto Hurtado y Gabriela Mistral.
Su frase “le quedan días solamente” es certera. Alberto Hurtado muere a las 5 de la tarde del 18 de agosto; dos semanas después de la noticia que la suegra de Radomiro Tomic le envía a su amiga, la primera mujer latinoamericana en recibir el Premio Nobel de Literatura, en 1945, Gabriela Mistral.
Carmelita es una activa corresponsal de Gabriela. Sus cartas, que forman parte del Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional, donde están digitalizadas, demuestran con qué seriedad se ocupaba de informar a la poetisa sobre lo que sucede en su maltratador país natal.
Otra misiva, fechada el 12 de septiembre de 1952, relata en detalle los funerales del fundador del Hogar de Cristo. Escribe: “Han tenido que cerrar la entrada a su tumba por el enorme gentío que iba diariamente para pedirle favores y pagar mandas que, según los casos, el padre Hurtado les había ya hecho milagros”.
Acá la carta abre con una tristísima noticia: la muerte de Alberto Hurtado. está fechada 2 semanas después de la anterior.
Habla del difunto, como “gran amigo suyo y mío” y manifiesta su tristeza y consternación. Escrito eso, se aboca a describir un evento sobrenatural. “Cosa bien extraña… El día de su muerte, cuando sacaban el ataúd de la Iglesia de los Jesuitas, se formó en el cielo una enorme cruz hecha de dos finísimas rayas de nubles blancas. Ha sido fotografiada y vista por centenares de personas que estaban en el templo”.
ENTREGA PÓSTUMA
No manuscrita, pero tan respetuosamente devota como la de su amiga Carmelita, es la carta que el padre Hurtado le escribe a su colega Gabriela Mistral. Con fecha 4 de febrero de 1952, seis meses antes de su muerte, ya enfermo, le comenta su encuentro en casa precisamente de Carmelita. “No sé si usted recuerda a éste, su Capellán que tuvo el gusto de conversar largamente con usted… Yo sí la recuerdo con mucho afecto”.
Como un pájaro le parece el padre Hurtado a Gabriela Mistral. Que se mueve, va de allá para acá, pidiendo cosas. Aquí él le pide a ella un texto para la revista Mensaje en el año de su muerte.
Después viene la solicitud: un artículo para la revista Mensaje, “que, supongo, está usted recibiendo. Me atrevo a esperar de su bondad que ha de acceder usted a mi pedido”.
No sucedió.
Pero cuando el fundador del Hogar de Cristo, murió ella se apresuró a escribir una conocida carta póstuma que instauró una simbólica costumbre, la del ramo de aromo en su tumba. Está en el último párrafo del texto que fue publicado en la revista Mensaje, en 1952.
“Y alguna mano fiel ponga por mí unas cuantas ramas de aromo sobre la sepultura de este dormido que tal vez será un desvelado y un afligido mientras nosotros no paguemos las deudas contraídas con el pueblo chileno, viejo acreedor silencioso y paciente. Démosle al Padre Hurtado un dormir sin sobresalto y una memoria sin angustia de la chilenidad, criatura suya y ansiedad suya todavía”.
No fue el artículo que él le había pedido a su admirada colega profesora. Tampoco probablemente el que habría querido publicar, pero sí podemos decir que resume de manera tan real como poética la personalidad y el quehacer del padre Hurtado.
Nos gusta este párrafo menos conocido que el final del texto que fue titulado “Un Pastor Menos”: Leemos:
“Cuando, en esta casa de Nápoles -que tiene un jardincito a Dios gracias -yo sigo el ajetreo de dos o tres pájaros que saquean cuanto pueden en floración, no puedo sino acordarme del género Padre Hurtado, o sea los que buscan, no entre las plantas floridas, sino en la espesura del egoísmo humano, las sombras de los hartos: ropa, objetos y dineros. Con esta misma gracia del pájaro, él circulaba por Santiago en este menester duro para el alma delicadísima. Con gracia pedía, con la gracia humana y con la otra”.