Unidos por el aire
El COVID-19 dejó en evidencia la enorme necesidad de oxígeno que existe en las unidades de emergencia y en las residencias de adultos mayores. Son muchas las generaciones víctimas del tabaquismo o que padecieron tuberculosis que hoy sufren de la asfixiante EPOC. Vivir sin aire es un ahogo perpetuo. Esta es la crónica de alguien que al morir quiso que otros respiraran.
Por Ximena Torres Cautivo
16 Agosto 2022 a las 14:36
“Cómo quisiera poder vivir sin aire”. La canción del grupo Maná se me quedó pegada después de estar investigando sobre una enfermedad muy común entre las personas mayores: la obstrucción pulmonar crónica o enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), que dificulta la respiración y empeora con el tiempo.
No por nada, la EPOC es la cuarta causa de muerte entre este grupo etario.
Juan, a sus 87 años, vive en La Asunción, residencia para adultos mayores que tiene el Hogar de Cristo en Villa Alemana. Lleva mucho tiempo en este lugar, es querido, respetado y cuidado con esmero.
Como muchos adultos mayores, que en sus años mozos, fueron fumadores activos, lo que repercute en su estado actual, necesita oxígeno. Necesita aire. Padece EPOC, lo mismo que otros dos residentes de La Asunción que alberga en total a 56 personas, 19 de las cuales son mujeres.
Desde esa experiencia, comenta:
“La oxígeno dependencia ha ido aumentando en el último tiempo, no sólo por la pandemia que genera en ocasiones cuadros agudos que afectan la parte respiratoria, sino por el envejecimiento de generaciones completas de fumadores y de aquellos que han estado expuestos a partículas o gases nocivas. El consumo de tabaco es la principal causa del EPOC, patología que requiere en la mayoría de los casos avanzados, de oxígeno auxiliar para contribuir al alivio de la disnea en las últimas etapas de la vida”.
Karla González, la jefa de la residencia La Asunción, estaba angustiadísima, porque las gestiones para conseguir en el sistema público apoyo de oxígeno domiciliario para quienes lo necesitan están siendo muy lentas.
Las máquinas de concentración de oxígeno, que lo administran en concentraciones mayores que las que se encuentran en el aire del ambiente para tratar o prevenir los síntomas de la hipoxia, son escasas y de alto costo. Los concentradores de oxígeno funcionan aspirando el aire de la habitación para filtrar el nitrógeno, haciendo que el aire que respiramos a través de estos aparatos médicos contenga un porcentaje mayor al 21% de oxígeno que normalmente encontramos en el ambiente.
Livianos, permiten una movilidad que los tanques de oxígeno, no. Como dice el kinesiólogo Binimel: “Los concentradores son una ganancia enorme en calidad de vida para los pacientes oxígeno-dependientes crónicos. Son livianos, tienen ruedas, permiten mover a las personas y que no se queden recluidos en su habitación, dependiendo del tanque de oxígeno. Basta que haya un enchufe, para poder sacarlos al jardín, llevarlos al comedor, hacer que compartan con los demás residentes. En suma: impedir que se recluyan y caigan en la inmovilidad y el aislamiento”
“Uno podría acceder a ellos a través de un trámite en el Centro Familiar de Salud (CESFAM), en el marco de las enfermedades GES, para los pacientes crónicos, pero no es fácil, porque recién ahí se inicia la gestión de evaluación y solicitud a la sala ERA (Enfermedad Respiratoria de Adultos. Y acá la falta de oxígeno no espera”.
PAÑALES DE REGALO
Erich Hofmann, quien murió el 14 de febrero pasado a los 88 años, usó estas máquinas durante su último lustro de vida. Por 30 años, fumó “dos cajetillas diarias de Lucky sin filtro, aunque nunca en casa. Sólo en la oficina”, como solía precisar. Sus hijos menores no recuerdan haberlo visto fumando con esa intensidad nunca, pero esa etapa dejó un daño irreparable en sus pulmones. Eso, sumado a una tuberculosis que lo afectó de niño, le generó un enfisema que lo hacía sobrevivir ahogado. “Como quisiera poder vivir sin aire”.
Vivía sin aire, inspirando gracias a dos máquinas de concentración de oxígeno. Era afortunado. Tenía una en el dormitorio y otra en el living donde pasaba el día contemplando el volcán Osorno, más allá del lado Llanquihue, su lugar de nacimiento.
Devoto del padre Alberto Hurtado, al que conoció siendo alumno del Colegio Francisco Javier de Puerto Montt, en la isla Chinquihue, durante un retiro con el jesuita, obligaba a todos los que se sentaban a su mesa a reflexionar en torno a sus frases antes del almuerzo. Hasta el final de sus días, “el Pan de la Palabra” era sagrado en su casa.
Hoy, obedeciendo a su deseo, las dos máquinas que le dieron sobrevida, están insuflando oxígeno a otros fumadores o víctimas añosas de la tuberculosis como él, en las residencia para adultos mayores del Hogar de Cristo, en Talca y en Villa Alemana. En esta última, La Asunción, dicen:
–Esta donación es para nosotros y para nuestros adultos oxígeno-dependientes un regalo del cielo –afirma Karla González, quien inmediatamente sabe quién será usuario del aparato que les llegó recién. –Esta máquina será una bendición para don Francisco. El gasto en oxígeno se ha incrementado muchísimo, como todo en nuestros programas residenciales a causa de la inflación, como la calefacción, la alimentación, todo. Nosotros tenemos tubos grandes de oxígeno de diez metros cúbicos de capacidad. Y llenarlos semanalmente cuando ha habido momentos críticos cuesta 240 mil pesos. ¡A la semana! ¡Imagínate! Este aparato sólo requiere mantención del filtro.
Javier Binimel, el kinesiólogo, agrega: “Un tubo de oxígeno puede durar algunas horas en un paciente descompensado, lo que complica mucho todo. ¿Qué pasa si se acaba el oxígeno del tubo en un fin de semana largo como el pasado? ¿Cómo logras que te lo vengan a llenar a tiempo? Es angustioso cuando un adulto mayor no está saturando por alguna descompensación de su cuadro de base o por alguna patología aguda, ahí hay que recurrir al servicio de urgencia. Superar las descompensaciones es muy complejo”.
Comenta además las dificultades de recarga de los tubos y lo que ya señaló: la inmovilidad a la que condena al paciente. “Ciertamente la red pública no da abasto. El COVID demostró la salvaje necesidad de suministro de oxígeno que existe en las unidades de emergencia. El oxígeno es como una necesidad país y por eso cuesta tanto conseguir la ayuda a la que los adultos mayores tienen derecho”.
Doris García, kinesióloga, jefa de la línea adulto mayor del Hogar de Cristo que lleva más de dos décadas tratando con los ancianos más pobres y vulnerables de Chile, sostiene que en todas las residencias de la fundación se vive el mismo problema. “Trabajamos con patologías irreversibles, como las EPOC. Y sería maravilloso poder contar en cada residencia con un par de máquinas concentradoras de oxígeno, pero tienen un alto costo. Y nosotros no podemos tener servicios médicos sofisticados ni podemos solventar máquinas caras y complejas, porque no somos una clínica. Acá uno se mueve en esa delgada línea roja de lo que es sobrevida y lo que es ensañamiento terapéutico. Las sondas nasogástricas, por ejemplo, no pueden ser un tratamiento permanente. Los concentradores de oxígeno sí, porque dan sobrevida de calidad a los residentes. Por eso hoy todo pasa por el tema de los costos, que se nos han disparado, por eso donaciones como ésta, de los concentradores, son tan valorables y se agradecen tanto”.
Empatizar es ponerse en el lugar de otro e imaginarse situaciones de necesidad concretas. Hace unas semanas, Hogar de Cristo contó que era uno de los principales consumidores de pañales desechables para adultos y que con la inflación ese ítem estaba generando un déficit de 30 millones de pesos. Esa noticia llegó a oídos de un señor de Osorno que estaba por celebrar su cumpleaños. Como tenía una fiesta con muchos invitados, les indicó que no le llevaran regalos, sino bolsas de pañales para adultos, las que luego llevó a la Residencia de Adultos Mayores del Hogar de Cristo en la ciudad.
Eso es empatía, más, aún en el caso de Erich. Él vivenció durante cinco años, de día y de noche, lo que es vivir sin aire y poder sobrevivir gracias a esos dos pulmones de plástico azul, uno de los cuales hoy le permiten respirar a Juan en La Asunción de Villa Alemana.