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Valeska Lagos, madre y emprendedora:

Cómo cultiva su “Porotito Mío”

Un proverbio africano dice que “para educar a un niño, hace falta la tribu entera". Pero muchas madres no cuentan con redes de apoyo. Ese es el caso de Valeska, apoderada de la sala cuna Monseñor Santiago Tapia en La Pintana. Además de mujer y mamá, es emprendedora y tiene dos hijos pequeños. Sin ayuda cercana, encontró en la sala cuna del Hogar de Cristo un gran aliado para cultivar a sus “porotitos”.

Por María Luisa Galán

23 Mayo 2022 a las 20:34

Emprender con dos niños pequeños no es una tarea fácil. Bien lo sabe Valeska Lagos (32), mamá de Balthazar (4) y Altair (1), ambos estudiantes de la sala cuna Monseñor Santiago Tapia del Hogar de Cristo ubicada en La Pintana.

Balthazar ya egresó, pero aún continúa Altair, quien asiste a sala cuna mayor, vestido íntegramente con ropa hecha por su madre. En eso consiste su pequeño negocio: ropa infantil y productos ecológicos. Y sus hijos son sus mejores promotores y modelos. “Mi emprendimiento se llama ‘Porotito mío. Hinchaditos de amor’, que es un taller textil. Hago bombachos pañaleros, zapatitos ergonómicos, bandanas. Ellos usan la ropa que les hago yo”, cuenta, orgullosa, de su tienda que cuenta con redes sociales y sitio web.

Valeska con sus “porotitos”, Balthazar y Altair.

Para emprender y desarrollarse es clave contar con redes de apoyo que faciliten el crecimiento del negocio, la crianza y los quehaceres de la casa. Bien dice el proverbio africano: “Para educar a un niño hace falta la tribu entera”. Pero Valeska, como muchas madres, no cuenta con ese clan. Sus padres, suegros, amigos, viven lejos, siendo ella y su marido las únicas manos. Es ahí cuando una sala cuna o jardín infantil surge como elemento esencial. Cuenta. “El jardín me ha ayudado a desenvolverme. Sin la ayuda del jardín, no tendría mi emprendimiento. No estaría formalizada porque a la edad del Altair los niños son muy demandantes porque necesitan contención. Pero cuando una necesita trabajar y no tienes una red de apoyo, necesitas ayuda y ahí es cuando aparece la sala cuna. Gracias a esta sala cuna puedo desarrollarme y no caer en depresión”.

-¿Cómo te ha ayudado concretamente la sala cuna?

-Me ha ayudado a organizar mis tiempos, optimizar mis tiempos. En pandemia bajaron muchas las ventas. Además, estaba con los niños y, con ellos, uno no puede trabajar. No es que molesten. Trabajo con máquinas industriales y ellos están metiendo las manitos, es un estrés constante. La sala cuna me permite estar relajada y trabajar cuando ellos no están conmigo.

De acuerdo a un estudio realizado por el Ministerio de Economía en diciembre del 2021, “las mujeres representan el 38,6 % del universo microemprendedor, equivalente a 794.852 microemprendedoras, de un total de 2.057.903 microemprendimientos en el país”. Agrega, entre otros datos, que las mujeres que se dedican a este rubro destinan 18 horas más de trabajo no remunerado y que sus utilidades mensuales promedio bordean los 440 mil, casi la mitad de los hombres que es de 815 mil. Otra diferencia: mientras a los hombres les motiva emprender para no tener jefes, para las mujeres la principal razón es tener mayor flexibilidad horaria para tareas domésticas y cuidado.

Mamá pulpo

Con Altair, Valeska está viviendo por segunda vez la experiencia de ser apoderada de la sala cuna. El primero fue Balthazar antes de la pandemia. Conoció este lugar gracias a la Oficina de la Mujer. “Las tías me contuvieron emocionalmente porque llegué en un momento complicado. Lo estaba pasando súper mal. Y como lo estaba pasando tan mal, me recomendaron el jardín. No quería porque el Balti no hablaba y como una ve tantas cosas en los medios, me daba pavor que le hicieran algo. Conversé con las tías y de a poco se me fueron las aprensiones”.

-¿Cómo fue el proceso con Altair?

A Altair justo le tocó asistir en pandemia, entonces ya no estaba el proceso de adaptación. Era llegar, entregarlo e irse. No estaba el proceso de acompañamiento, como con Balthazar. Fue súper importante conocer a las tías porque sabía que lo iban a cuidar.

Altair con uno de los polerones que le hace su mamá, Valeska.

Sara Miranda es la directora de la sala cuna Monseñor Santiago Tapia. Junto con su equipo, le tocó vivir un periodo de pandemia crítico, sin niños en sala y con la dificultad de hacer clases online a niños y niñas pequeños. “Fue súper complejo el período de la pandemia. Implicó reinventarnos considerando a quienes atendemos, que son guaguas. Fue complejo buscar estrategias, pero le dimos en el clavo con videos creados por nosotras, en vivo, porque queríamos seguir con el sello que nos acompaña que es el vínculo afectivo para el aprendizaje. También hicimos fichas educativas con un lenguaje sencillo y así mantuvimos a las familias cercanas, acogidas. Y para el día de entrega de canastas, conversábamos con los apoderados, preguntábamos cómo estaban los niños, las necesidades y entregábamos un kit de materiales para que desarrollaran en casa”.

Valeska, por su parte, comenta: “La sala cuna me ayuda con la tranquilidad de saber que mi hijo está bien. Las tías son un amor. La Nina, que es la tía que más he visto, ama su trabajo. Cuando uno los viene a buscar, te da un mini informe, sobre si comió, cómo se portó. Se ve una preocupación. No sólo viene a hacer su pega y chao. Los contiene cuando lloran y si lloran mucho, llaman para que uno los venga a buscar. Lo que me gusta de este jardín es que a los niños se les considera una persona, no tienen un pensamiento adultocentrista. Lo genial es que tienen jornada completa. Y una como mamá pulpo, que haces de todo, eso es muy útil”.

-¿Cuál es la importancia de una sala cuna gratuita, como ésta?

-Los niños no irían al jardín y las mamás estarían más colapsadas y estresadas. Intento llevar una crianza respetuosa, sin golpes, gritos, pero una es humana y cuesta. Sin el jardín no tendría un respiro, esos minutos para respirar y decir “vamos”. A mí, la sala cuna me ha ayudado mucho, para potenciar mi emprendimiento, mi autonomía y desarrollo personal. Ahora estoy aprendiendo a manejar para poder tener más independencia y movilizarme mejor con los pequeños. Y todo esto no lo podría hacer porque no tengo redes de apoyo. El único espacio de apoyo que tengo es la sala cuna.

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