El Camino al Sol de Gretel Neira
Esta costurera y dirigente vecinal que nació en Temuco hace 56 años y hoy vive en Alto Hospicio desde hace casi dos décadas, se fue corriendo más y más al norte, porque le carga el frío. Crió sola a 6 hijos y hoy sigue ejerciendo la maternidad que su hija no es capaz de asumir. A puro ñeque y con ayuda de las parvularias del jardín infantil Camino al Sol del Hogar de Cristo, saca adelante a tres nietos y sueña con su casa propia.
Por Ximena Torres Cautivo, publicado por ElDínamo.cl
30 Diciembre 2021 a las 22:02
Gerson, de 5 años, es el mayor de los nietos que llaman “mamá” a su abuela Gretel Neira (56). La costurera y dirigente vecinal de una de las muchas “tomas” de Alto Hospicio, en Iquique, también asume la maternidad de Karla y Jorgito, de 3 años, los mellizos de su hija Karla, a quien considera “mi cruz”.
-Ella tiene problemas de consumo desde los 14 años. Es madre de cinco niños. Las dos mayores se han criado con el padre, él ha hecho su vida y lo entiendo. Los tres menores han crecido conmigo y son adictos pasivos, por lo que debo estar muy atenta a su crecimiento, para que no vayan a caer en la droga cuando sean más grandes. A los mellizos, la Karla los parió volada, ni siquiera supo que habían llegado al mundo, primero la Karlita y, dos minutos después, Jorge. Estaba ida por la pasta base y vivió ambos embarazos, en consumo. Mientras mi hija no se estabilice, no he querido armarle un enredo en su mentecita al Gerson y dejo que crea que soy su mamá. Cuando sea capaz de entender le explicaré a él y a los mellizos quién es su madre, pero ahora están muy chicos. Para qué confundirlos.
Cuenta que su hija Karla, hasta hace un par de días, parecía limpia. Se veía bien. “Pero se descompensó. Me llamó por teléfono y me dijo: Mamá, me mandé otra cagada, desde entonces no contesta. No sabemos nada de ella. Llevaba un tiempo bien, incluso teníamos un proyecto juntas, y había arrendado una casa con su pareja y se había llevado a los mellizos, pero ahora tuve que ir a buscarlos y volver a hacerme cargo”, dice, limpiándole la nariz a Jorgito, que está visiblemente congestionado.
Es admirable lo que hace Gretel sola. Nacida en Temuco, dice que se fue “corriendo hacia el Norte por el frío”. Tiene 6 hijos, de padres absolutamente ausentes, con los cuales no mantiene ningún vínculo. “Los saqué adelante sin ni una ayuda; hoy tengo uno que es ingeniero y otro que estudia ingeniería en metalurgia. El Ángel, que es una bala para las matemáticas. Desgraciadamente, la única que se enredó en la droga fue mi hija”.
-¿Cómo lograste sacarlos adelante?
-Gracias a la máquina de coser. Siempre he cosido. Día y noche. A veces me pasaba de largo y era mi hijo mayor el que me despertaba. Sabía que tenía que dejarme dormir solo una hora para que luego retomara el trabajo.
Hace 17 años, dejó Puente Alto, en Santiago, donde se había instalado, y migró a Iquique, respondiendo a una invitación. “Vendí todo y me vine con tres de mis hijos”, cuenta. Primero vivió en una residencial. “Eran los tiempos del sicópata de Alto Hospicio, cuando esto no era mi la mitad de lo que es hoy. Pero vi que acá arriba, mediante las tomas, podíamos aprovechar el crecimiento y tener algo nuestro. A mí me encanta el crecimiento, que aquí ha sido explosivo”.
Este sitio polvoriento, que limita con el desierto, donde muchos vienen a botar basura y, al mismo tiempo, las empresas constructoras levantan blocks de viviendas sociales, no tiene calles, sino huellas. Ahí, al final de un camino está la casa de Gretel, sus nietos, sus mascotas, y las precarias viviendas de sus vecinos. Para llegar acá arriba hay que conocer los intrincados caminos, y el paisaje es digno de una película distópica, donde el sol calcina y no hay ni una sombra, donde en el día te achicharras y de noche te congelas. Donde el calentamiento global, la escasez de agua y la precariedad energética encuentran su más elocuente postal.
BORDADOS EN MEDIO DE LA NADA
Maritza Soto Portales (49), santiaguina, educadora de párvulos y directora del Jardín Infantil Camino al Sol, con capacidad para 150 niños, admira a Gretel Neira Aqueveque. La profesional, que está a cargo del segundo establecimiento de educación inicial más grande que tiene el Hogar de Cristo en todo Chile y que funciona en el epicentro comercial y financiero de la joven y populosa comuna de Alto Hospicio, considera a “la señora Gretel”, una de sus apoderadas más comprometidas.
“Ella confía mucho en nosotros. Partió matriculando a Gerson, uno de sus nietos, el que ya egresó del nivel medio mayor, y, por lo tanto, ya no está con nosotros, y ahora tiene aquí a los mellizos Karla y Jorge. A ella nuestro jardín no le queda para nada cerca. Es más, tiene que caminar mucho antes de encontrar locomoción para venir hasta acá, pero elige hacerlo porque confía en nosotros”, cuenta la directora del Camino al Sol, mientras la técnico en párvulos Yanira Armijo, hija de taxista, maneja con destreza su jeep camino a la toma donde vive Gretel. “Esto cambia cada vez que venimos. Están las empresas constructoras, cierran caminos, abren otros. Esto no está igual que la última vez que vinimos”.
Antes de salir, Maritza nos había descrito el perfil de los padres y apoderados del jardín que dirige: “Son familias muy trabajadoras, pero independientes, sin contrato formal. La mayoría son vendedores ambulantes de la famosa y enorme Feria de La Quebradilla, que funciona de martes a domingo acá en Alto Hospicio. Muy pocos son profesionales y los más viven en tomas. Llevan años tratando de conseguir una vivienda en Alto Hospicio donde los asentamientos surgen y surgen, mucho más ahora con la crisis migratoria. Hace unos meses nos pasó que hubo reiterados cortes de luz e internet; luego se supo que era por los colgados de la energía eléctrica que sobrecargaban el sistema. Acá todo es de una gran precariedad y nosotros tenemos que estar permanentemente respondiendo a las necesidades de las familias”.
Ahora mismo, las manipuladoras de alimentos arman las canastas de alimentos que entregan quincenalmente y que los apoderados recogerán mañana. El ambiente es navideño y plácido. El jardín, acogedor. Los niños se preparan para la siesta y Maritza puede darnos detalles de las particularidades del trabajo que hacen.
-¿Cómo perciben el fenómeno migratorio en el jardín?
-La región de Tarapacá está acostumbrada a la migración, que hasta hace pocos años era básicamente boliviana y peruana. Tenemos muchos padres mezclados: ella boliviana y él chileno, o viceversa. Esas parejas son muy comunes, sobre todo en el interior de la región, y en el jardín tenemos muchas así. Es parte de la cultura local. Ahora se han sumado los ecuatorianos, colombianos y los venezolanos y como nunca, este año estamos recibiendo solicitudes de matrícula sobre todo para el nivel sala cuna, que es el que más tarda en llenarse. Este año ya se copó para el 2022 con muchas guagüitas de padres migrantes.
-¿Cómo vivieron la pandemia?
-Aunque se abrieron los jardines en mayo, quedaron muchas vacantes disponibles por el temor de los padres al contagio, las que de a poco se fueron llenando. Y en septiembre empezaron las consultas para el proceso de matrícula 2022. Ahora estamos con sistema híbrido, pero muchos niños ya están asistiendo presencialmente cada día.
Maritza dice que es notable cómo se vive la multiculturalidad entre los pequeños. “Ellos juegan, comparten, se integran, entre ellos no existe discriminación ni exclusión”.
En el nivel medio menor, Astrid Segovia (25), técnica en párvulos, intenta hacer dormir a David, al que le carga la siesta pese a lo onírico y relajante de la sala donde descansa junto a otros tres niños: estrellas en el techo, música plácida, un cohete de cartón iluminado con luces azulosas, invitan al tuto. La sala está ambientada con uno de los entretenidos proyectos pedagógicos decididos este año por la comunidad educativa, alumnos incluidos. Estamos en el espacio exterior y David es feliz con nuestra visita: se pone el casco, se sube al cohete, camina como si no hubiera gravedad, imaginamos que somos astronautas.
Astrid comenta: “Estudié la carrera en el Liceo Polivante Sagrado Corazón de Alto Hospicio. Lo hice porque nunca tuve un hermano pequeño, soy la menor de mi familia, siempre jugué solita y me atraen mucho los niños. Hice aquí mi práctica con 18 años en 2015 y me quedé trabajando. He aprendido muchísimo. Gracias a mis compañeras, que son personas que saben mucho, y a los niños. Yo creo que por mi creatividad soy buena para el nivel medio, pero adoro el lazo que se crea con las guagüitas en la sala cuna. El proyecto del espacio fue idea de los tres niños que son parte del Consejo, nosotras teníamos dudas, pero al ver el éxito, me doy cuenta de que estas son experiencias que ellos seguramente recordarán siempre”.
Astrid está feliz aquí. Siente que aporta, que ayuda. Y aunque a veces la pobreza y vulnerabilidad de los niños, “es chocante y una se la toma a lo personal”, la consuela el que aquí contribuye a cuidarlos y a estimularlos.
Tras un largo camino lleno de vericuetos, en el jeep de la otra técnica en párvulos, Yanira Armijo, llegamos a la casa de Gretel. Es una vivienda tan precaria como ingeniosa. La corona un letrero desteñido y celeste, que semeja una nube gorda, con la palabra “Bordados” pintada en el centro, que es el medio de vida y de presentación de su dueña.
FARDOS DE ROPA EN EL DESIERTO
“Cuando finalmente dimos con estos terrenos tras mucho buscar, después del terremoto ese 8.8 que lo botó todo por acá, nos los entregaron y nos marcaron el suelo con tiza para hacer las divisiones. Y ´arréglate como puedas´. Ahí levantamos las casas. Día a día, palo a palo, clavo a clavo. Había familias que durmieron días a la intemperie con sus hijos, porque no tenían materiales de construcción y no querían que al no haber nada en el sitio, se los quitaran. Yo entonces tenía una pareja y empecé a levantar mi casa”, cuenta Gretel, orgullosa.
La casa no tiene piso. Está armada con material ligero directamente sobre la tierra, la que se cubre con un material delgado tipo linóleo. A la entrada, Gretel improvisó una terraza, con un techo de lona, bancas de madera y neumáticos en desuso. Adentro, un baño químico, que le vienen a limpiar por 10 mil pesos cada dos semanas, se abastece de agua con unos tambores que hay en el techo y que rellena un camión aljibe. Adentro hay un living comedor, con un moderno plasma que ella pone en mute para poder conversar. En torno a este espacio, están la cocina (“Con piezas de dos viejas, armé una cocina que me funciona súper bien”), comunicada, y varias dormitorios, además de una habitación larga, donde tiene su taller de costura.
“Todo lo que ves aquí es producto de puro sacrificio; no sólo mi casa; la de todos mis vecinos. Gracias a un convenio con la Intendencia, hora contamos con postación de luz y cada uno de los 160 hogares tiene su medidor y cada uno paga su cuenta. Los camiones nos traen agua y yo tengo la red de abastecimiento arriba del techo”.
La acumulación de basura es otro tema. No siempre vienen a retirarla y hay una ruma de desechos en un rincón de la toma al que Gretel le teme. “Por los incendios y por los ratones”, explica. A media tarde, el interior de la casa es fresco, pero imaginamos que en la noche, cuando baja bruscamente la temperatura y la camanchaca se acuesta en el desierto, la frescura ya no debe ser grata, sobre todo porque entre las paredes y el techo hay un espacio abierto por donde se cuelan la humedad y el frío.
Gretel no se amilana. En la habitación larga, donde tiene su taller, hay un par de buenas máquinas de coser y bordar. “Me gané un fondo del FOSIS y falta que me entreguen un computador que me permitirá hacer las plantillas de los diseños y los bordados mucho mejor y más rápido. Ahora mismo estoy trabajando en cien forros para respaldos de sillas con motivos navideños. Es un encargo de Santiago”. Está feliz, más si compara este encargo con lo que pasó durante lo peor de la pandemia, cuando la cuarentena le impidió ganarse la vida. “Estoy muy agradecida de las tías del jardín infantil Camino al Sol, porque me ayudaron mucho en esa etapa en que se acabó la pega, en que no había nada que hacer. El trabajo de asistencia a las familias que hacen es buenísimo y estoy muy agradecida. Yo conocí primero a la tía Margarita y con mucho temor dejé al Gerson en el jardín, porque soy súper aprensiva, pero él estaba feliz, todas lo adoraban y él a ellas, así es que ahora tengo ahí a los mellizos. Es un lugar seguro en el que confío y donde me han ayudado mucho”.
Positiva y llena de energía, en su rol de dirigente vecinal también tiene novedades positivas. “A fines de diciembre, nos entregarán el subsidio de vivienda a todos los que estamos en el Barrio Transitorio Renacer. Somos ciento sesenta familias que dentro de dieciocho meses estaremos en unos departamentos preciosos. Yo he visto los planes del condominio que consideran nuestras observaciones, porque hemos trabajado muy bien junto a las autoridades. Es un sueño”.
No se apena ni un poco con la idea de desarmar su actual vivienda, esa que le costó tanto construir. Dice: “Hay que botar todo, vender lo que se pueda. Yo soy una mujer práctica. Tenemos que buscar un lugar con el subsidio de arriendo que recibiremos mientras se construyen los blocks. Dicen que tardarán 18 meses; yo pienso que en dos años estaremos instalados en los nuevos departamentos. Me hace mucha ilusión; las tomas están muy malas y peligrosas. Será un gran cambio de vida”.
Antes de despedirnos, Gretel nos indica la ubicación del vertedero de fardos de ropa usada que hace un mes fue noticia en todo el mundo. Veintinueve toneladas de prendas que nadie quiso comprar y que, según la dirigente, la pandemia contribuyó a aumentar. “No la pudieron vender y se juntó más y más, a veces la queman y eso es tóxico. Hay gente que especula con eso, con la ropa y con los terrenos cercanos a esos vertederos. Los venden y engañan a la gente que está desesperada por tener un lugar donde instalarse, migrantes, en su mayoría. Hoy las tomas tienen un 90 por ciento de extranjeros. Parece que ya no hay chilenos en Chile”.