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Alberto Larraín

“No queremos ver a la infancia vulnerada"

Aunque reconoce que está detrás del diseño de la estrategia de salud mental del Sename, sostiene que no funciona porque “el servicio se centra en el daño y no en la reparación”. Tuitero tenaz, entrega píldoras diarias para aplacar el dolor que provocan los trastornos mentales en Chile, más ahora que la pandemia ha aumentado las patologías y dejado truncos los tratamientos.

Ximena Torres Cautivo

16 Noviembre 2021 a las 18:31

Es una suerte de rockstar de la psiquiatría chilena. Su hábil y sensible manejo de mensajes en redes sociales para quienes tienen problemas mentales –lo que incluye el aplauso al candidato Boric cuando reconoció su trastorno obsesivo compulsivo (TOC)–, hacen que la cuenta de Instagram de Alberto Larraín (39) tenga más de mil 500 “me gusta” por post y que en Twitter lo sigan más de 33 mil personas. Allí mismo se presenta como “psiquiatra y director de la fundación Procultura (procultura.cl), vicepresidente de las Iglesias de Chiloé, académico de la Universidad Autónoma y lotino por convicción”.

Durante el último gobierno de la presidenta Bachelet, fue parte de la Comisión Presidencial de Discapacidad y Salud Mental, coordinó el Plan Nacional de Alzheimer y el nuevo modelo de atención de salud mental para niños, niñas y adolescentes del Sename. Fue asesor de la senadora Carolina Goic, cuando postuló a la presidencia en 2017, y hasta hoy la pondera.

En agosto de este año, dijo de ella: “Carolina Goic es de las parlamentarias que más ha hecho oír la salud en Chile: post natal de 6 meses, ley de cáncer, ley de enfermedades raras, ley para que padres cuiden a sus hijos enfermos, el plan de demencia y el plan mental Sename. Siempre será buena noticia que siga en política”.

Ahora, eso sí, está con Gabriel Boric. Padre de tres hijos, separado de Josefina, la hija de la también activa tuitera Marta Lagos y del sociólogo Carlos Huneeus, conversó con nosotros en el podcast “¿Tiene sentido…?” sobre la importancia de cuidar la salud mental de la población en un país donde los problemas psiquiátricos más comunes son la depresión, el consumo de alcohol y otras drogas, el Alzheimer, además de trastornos como el espectro autista o el hiperkinético en los niños. Todos males que la crisis sanitaria por COVID-19 ha amplificado, sin que estén siendo tratados debidamente. Reproducimos aquí parte de la conversación:

-En Chile, el gasto en salud mental es paupérrimo: un poquitito más del 2 por ciento del presupuesto total de salud está destinado a la salud mental, muy por debajo del 6 por ciento que recomienda la Organización Mundial de la Salud. ¿Crees que ese escaso presupuesto algún día se aumente? ¿Cómo ves el futuro?

-Tú lo has dicho: me tocó estar en la comisión presidencial del tema salud mental a raíz de la pandemia y la realidad es que el presupuesto de salud mental disminuyó durante la emergencia sanitaria por COVID-19, a raíz de que las otras partidas aumentaron en términos de porcentaje, obviamente no en números totales Quiero creer que sí se aumentará ese presupuesto. Efectivamente, hoy, al menos en todos programas de los candidatos presidenciales está el tema salud mental como uno de los  ejes prioritarios de sus propuestas de gobierno. Me es muy difícil pensar que el país siga haciéndole el quite al tema salud mental, porque el costo que está teniendo en licencias médicas, en términos de calidad de vida y en impactos de la población, incluido el económico, es alto. Tengo la impresión que estamos llegando al fin a un punto de inflexión; se está entendiendo que es más barato y efectivo trabajar los temas de salud mental que seguir esquivándolos.

Alberto, la pandemia ha generado que la gente suspenda sus medicamentos anti depresivos por falta de plata. ¿Cuál es tu pronóstico respecto del daño provocado por las cuarentenas, el confinamiento y la incertidumbre que genera la pandemia, sobre todo en los grupos más vulnerables?

-Más que mi pronóstico, es el de las Naciones Unidas, que ha estado diciendo desde el principio  que las pandemias son dos: la del coronavirus y la de salud mental asociada. Y que el impacto en las poblaciones va a provocar un incremento en torno del 30 por ciento sobre las enfermedades mentales. Para que la gente se haga una idea: más o menos sabíamos que 3,8 millones de compatriotas tenían enfermedades mentales antes de la pandemia y la cobertura era para menos de un millón de personas, lo que es un desastre sanitario. El mayor incremento de patologías y de condiciones que desajustan a las personas a causa de la pandemia nos deja en casi 5 millones de afectados con una cobertura incluso menor que la que teníamos antes, porque se reconvirtieron camas y el personal está cumpliendo otras funciones. El tema urgente hoy es si somos o no capaces de enfrentar el tema de salud mental, pero con seriedad. Aquí no estamos hablando solamente de dar medicamentos, sino de poder prevenir, de poder generar una mirada de cuidado. A mí me ha tocado dar hartas charlas en colegios y me doy cuenta de que la minoría de los profesores ha tenido capacitación en salud mental, no sólo para apoyar a los alumnos, también para sí mismos. A dos años de la pandemia, aún no tenemos una campaña comunicacional, pese a que ha sido la recomendación número uno: comunicarle a la población que se cuide. Eso te demuestra que el tema salud mental no es prioritario en Chile.

-¿Qué pasa con los grupos más vulnerables: mujeres, jóvenes, adultos mayores?

-Efectivamente, hay personas que se han visto más perjudicadas que otras y son varios grupos. Uno, sin duda, es el de las personas que ya tenían enfermedades mentales previamente, que se han descompensado en pandemia, porque el estrés les hace muy mal. Después están las mujeres como un grupo gigante, porque está demostrado que ha habido un aumento importante  de la violencia intrafamiliar y después están los extremos de la vida, tanto los niños como la personas mayores. En el caso de la  infancia, por su desarrollo, hoy tenemos niños que han perdido parte importante de su etapa escolar, además de etapas biográficas fundamentales, como los primeros pololeos, las fiestas, momentos que son muy significativos en esta etapa. Y están las personas mayores, víctimas de la soledad y de una gran fragilización al sentir que se les ha ido inutilizando respecto de su propia vida. Son grupos bien complejos que deben ser abordados.

-Algunos sostienen que el individualismo, la competencia, el exitismo en que estamos metidos, han contribuido  a estigmatizar el trastorno mental. ¿Es reversible esa manera que tiene hoy la sociedad de ver estas enfermedades?

-Creo que hablar de la salud mental viene aportar a la discusión y al discurso, porque hace tangible que no somos todos iguales y que la diversidad es importante. De todas las ramas de la salud, la psiquiatría es la que más tiene que adecuar cada tratamiento al sujeto que tiene enfrente. Esto siempre lo converso con los colegas. Los que tratan la hipertensión más o menos hacen lo mismo con todos, versus nosotros que tenemos que adecuar un ciento por ciento el tratamiento a cada persona. Y lo segundo que importa es incorporar el mensaje de la fragilidad humana. La vida tiene ciertas dimensiones de dolor que son parte de ella, de nuestra humanidad. Yo comparto que  en un país donde los incentivos son más bien productivos, económicos, es difícil generar cambios de mirada. Yo pongo el mismo ejemplo siempre: el mall Costanera Center no ha sido capaz de implementar un plan de prevención de suicidio, tema que ha sido recurrente en sus instalaciones, pero durante el estallido social movilizó rápidamente una serie de recursos para evitar el daño de las tiendas. Ahí hay un reflejo de la invisibilización respecto del tema, de las sombras que tenemos como país y con las cuales debemos hacernos cargo.

-¿Es la fe un buen anti depresivo?

-En términos estadísticos, sí. Son muchos los estudios que muestran que las personas que tienen fe, prácticas religiosas, tienden a una mayor estabilidad emocional y a contar con un factor de protección en materia de salud mental. Otros demuestran que la forma en cómo se enfrenta la vida, permite activar herramientas personales de resiliencia. Una de ellas es la fe compartida, que da acceso a un espacio comunitario de apoyo y protección. Eso, claro, siempre y cuando sea una fe liberadora, porque si está centrada en la culpa y el castigo, podría tener el efecto opuesto.

-Hogar de Cristo y otras 4 fundaciones acaban de lanzar un estudio del impacto de nacer y crecer en pobreza sobre la infancia. Eso lo vemos nosotros en los chicos que llegan a las residencias de protección o que tienen problemas con la justicia o presentan consumo de alcohol y otras drogas, con daños tan profundos que el sistema no puede tratar por su complejidad. Hoy los anexos psiquiátricos en los centros de reclusión son ciertamente insuficientes, nos decía la directora del Sename. ¿Cómo ves este tema?

-Yo soy bien crítico con el modelo  del Sename y eso que yo mismo creé el modelo de salud mental que se está implementado hoy día en el país para ese servicio. Estuve cuatro años a cargo de diseñarlo, pero mi gran pesar, en el fondo, tiene que ver con el Sename mismo, un servicio que siempre ha estado enfocado en el daño y no en la reparación. Hacer lo opuesto sería un cambio de paradigma completo. Las dos entidades que se están creando (uno es el Servicio Nacional de Protección a la Niñez y Adolescencia –llamado “Mejor Niñez”– y el otro el Servicio Nacional de Reinserción Social Juvenil), están pensadas a partir de un proceso de daño biográfico, pero parcelado. Existen dispositivos para abuso sexual, para maltrato infantil, para consumo de droga, cuando en realidad lo que necesitas tener es un plan integral por niño. Y la respuesta es más profunda que eso, además. Aquí hay cuestiones bien claves. La primera es reconocer que el dolor existe, pero claramente el Sename es una institución que invisibiliza el dolor. Nosotros, como fundación, estamos patrocinando la serie “No nos quieren ver” que está basada en el Sename y que es la producción más grande en la historia del Consejo Nacional de Televisión. Ahí hay un esfuerzo de visibilización de los más de 200 mil niños vulnerados. Sólo reconociendo el dolor, existe posibilidad de reparación real. Y para ello se requiere de un espacio respetuoso, cariñoso, no de un encuentro tangencial. La rotación de personal en el Sename es permanente, la poca capacitación en temas de salud mental es una realidad, la mayoría de los trabajadores apenas tiene cuarto medio… En fin, el gran problema con la infancia vulnerada en Chile es que efectivamente no la queremos ver. Por eso, las respuestas siguen siendo muy parciales, a pesar de que ese es el centro del dolor del país. Es la herida que cruza todas las demás heridas, porque es la manifestación más evidente de un Chile que margina y que, aunque dice que los niños están primero, finalmente nunca lo están.

Si te importa la infancia vulnerada en Chile, involúcrate

 

 

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