Una trampa virtuosa
Ambos son responsables de una truco educativo: idearon un taller de habilidades parentales para padres y apoderados en una escuela de reingreso de La Pintana de fundación Súmate. Las madres, porque sólo asisten mujeres, han aprendido repostería y así logran armar pequeños negocios, pero sobre todo han descubierto que no están solas y que pueden hacer más por sus hijos y por ellas mismas.
Por Ximena Torres Cautivo
30 Abril 2019 a las 13:16
Desde hace 5 años funciona este taller de gastronomía para padres y apoderados en el Colegio San Francisco de La Pintana. Sus líderes son el inspector Andrés Pino (34) y Teresa Vásquez (50), profesora de la especialidad. En broma, dicen que hicieron “trampa” al disfrazar un espacio para el desarrollo de habilidades parentales de taller de cocina. Porque es en ese clima informal y práctico -dictan clases de amasandería y pastelería-, en que prosperan conversaciones profundas sobre los graves problemas que enfrentan las madres de niños con rezago escolar que han vuelto a reinsertarse en el sistema educativo a través de una escuela de segunda oportunidad como esta que tiene fundación Súmate en uno de los sectores más vulnerables de La Pintana.
“Allí ellas mismas, porque son sólo mujeres las que asisten, van planteando temas que les suceden y las afligen. Cuestiones como sexualidad, crianza, drogas, temas específicos que ellas mismas abordan. Nosotros nunca juzgamos ni emitimos juicios de valor respecto de sus experiencias; sólo guiamos las conversaciones. Una inquietud que surgió el año pasado fue el deseo de terminar con su enseñanza básica. Fue un pedido general. Varias mamás quieren terminar el octavo básico, algunas sueñan con aprender a leer y a escribir”, cuenta el inspector Pino.
Son unas 8 mujeres las que se mantienen constantes. “Los hijos de dos de ellas ya dejaron la escuela, pero ellas siguen viniendo, son las más animosas, se sienten agradecidas de lo que logró la escuela con sus hijos y quieren retribuirnos de alguna manera”, explica la tía Tere, responsable de haberlas interiorizado en los misterios de los queques, las empanadas, los küchen y toda suerte de preparaciones que varias de ellas han logrado convertir en micro emprendimientos.
Teresa es una profesora cariñosa a la que le conmueven las dificultades y los logros de sus mamás-alumnas. Habla así de “la señora Panchita”:
-Es una mujer joven, hermosa, con un corazón inmenso. Se crió en un Hogar de Menores. Cuando salió, a los 17 años se enamoró del primer tipo que le dio cariño, y quedó esperando guagua. Él es consumidor de pasta base, un maltratador. Hoy tienen 6 hijos, pero uno no vive con ella; se lo quitaron. Está en la Protectora de la infancia en Puente Alto, porque nació con una enfermedad muy complicada. No lo ha vuelto a ver, y sufre, porque es una tremenda madre, pese a todas sus dificultades. Lo único que quiere es que sus hijos no pasen por lo que ella pasó. Y, como puede, sale adelante, busca redes. Ella no sabe leer ni escribir, por eso la llena de orgullo que su hijo mayor haya terminado octavo y esté haciendo el servicio militar. Anaís, de 11 años, su única hija, está haciendo quinto y sexto en el mismo curso que su hermano Brayan, que tiene 17, y apenas sabe leer”.
-¿Por qué se generan estos profundos rezagos?
-Quien no ha estudiado tiene poca valoración de lo que significa estudiar. Para una señora que no sabe leer y escribir es un tremendo logro que su hijo termine octavo. Hay que ponerse en el lugar de ellas. Nosotros no mandamos, por ejemplo, tareas para la casa, porque toda la casa puede ser una pieza más chica que ésta. A un hogar donde ni siquiera hay una mesa donde instalarse a hacer las tareas, es absurdo mandar tareas. La realidad de nuestros alumnos no es la de los de cualquier escuela, por eso hay que ver y entender el problema para abordarlo. Acá tenemos 60 niños y jóvenes, 18 están en hogares de menores. El año pasado, tuvimos a uno que vivía en situación de calle, dormía en un cajón tipo pallet. Las figuras admirables en estos territorios son las del narco, del delincuente, que te ofrece ganar un millón de pesos por tres portonazos en una noche, cuando, trabajando de lunes a sábado en la feria, juntando las monedas, un chico nuestro consigue 300 mil en un mes. ¿Quién es el más inteligente frente a la mirada del resto? Nuestros alumnos son valientes y las mamás comprometidas con la recuperación de sus trayectorias educativas, más todavía -explica Andrés.
La tía Tere cuenta que a “la señora Panchita” se le quemó su casa en la población El Castillo. Era una caseta sanitaria que había ido creciendo, pero quedó convertida en cuatro palos parados y ha luchado todos estos últimos meses por reconstruirla, y viven 9 personas ahí. “Lo que más me impacta de ella es que, a pesar de todas sus dificultades, logra salir adelante. Cuida a sus niños, está presente y es positiva”.
-¿Cómo entiende ella que su hija de 11 sea compañera de curso de su hermano de 17? ¿No la complica?
-No, ella agradece que acá los recibamos y los tratemos con respeto, cariño y dedicación. Eso complica mucho más a algunos alumnos, a los que les da vergüenza estar con otros mucho más chicos y que saben más que ellos, que leen o suman mejor.
Interviene Andrés, quien además de inspector, es jefe de formación de la Escuela San Francisco: “Las escuelas de reingreso nivelamos con el sistema dos años en uno, pero no hay que imaginar resultados excepcionales usando los parámetros de una escuela común. La gran privación sociocultural de estos niños y jóvenes es gigantesca. De guaguas, nadie nunca les pasó un cascabel, por decir algo pequeño pero relevante. Ellos tienen tanta privación que se expresa a nivel de lenguaje. Su capital cultural es ínfimo. Te pongo tres ejemplos: el año pasado fuimos a Lagunillas para que conocieran la nieve y todos, los grandes y los chicos, buscaban a los pingüinos. Para ellos nieve y pingüinos eran lo mismo. Estaban convencidos que tenían que estar por ahí. Otro caso: acá había una parcela vecina donde el dueño trajo unas llamas desde el Norte, los chicos se arrancaban a ver ‘los camellos’. No distinguían lo que un niño chico de otro sector socioeconómico conoce de manera natural. Y lo más común: muchos nunca han salido de esta comuna. No conocen ni siquiera el mall”.
Cuenta que uno quería saber cómo era el Mc Donald y, por eso cuando fueron al Museo Interactivo Mirador, aprovecharon de pasar al Florida Center. “Fue impresionante, porque varios jamás habían pisado un centro comercial. Tanto como el MIM, los impactó el mall”, cuenta el profesor Pino.
El 60 por ciento de los alumnos de la Escuela San Francisco provienen de Bajos de Mena, de Los Morros y de la población El Castillo, sectores de extrema vulnerabilidad, donde campea el consumo, la violencia, el narcotráfico, y los papás “delegan la formación de sus hijos, muchas veces porque no tienen las herramientas, las competencias para hacerlo. Por eso, es tan valioso lo que ha pasado con nuestro taller de gastronomía”, dice la Tía Tere.
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