Pobreza, droga y migración son el combustible
Las especialistas del Hogar de Cristo que llevan años trabajando con población en “situación de calle” en la región, ahora trabajan con migrantes que entran irregularmente por el paso Colchane y hacen lo posible por llegar a Santiago, pero se quedna en Iquique pernoctando en plazas y calles. Hace 78 años, cuando nació el Hogar de Cristo, la migración era del campo a la ciudad, no internacional, como la de hoy, pero sus víctimas más críticas eran las mismas: mujeres y niños.
Por Ximena Torres Cautivo
31 Enero 2022 a las 20:59
-Sí, tal cual: yo entré a Chile a pie por el cruce de Colchane. Por la trocha…
-Así de fácil.
-Sí, mi señora. Es cosa de cinco segundos. Tienes que estar atento al descuido de los guardias de seguridad, de la policía, del Ejército, para pasar corriendo y ya está. En lo que ellos te dan la espalda, tú corres agachadito, pegado a la tierra. La verdad es que no hay ningún control. Yo cargaba con mi maleta, donde traía mi carpa, mis sábanas, mi ropa. Una vez acá dentro me dijeron que fuera a los Carabineros y me autodenunciara como ilegal. Ahí me mandaron a una residencia sanitaria en Iquique. Me hicieron firmar un papel donde dice que entré ilegalmente, así es que tengo mi pasaporte venezolano, pero sin sellar. De poco me sirve así.
Al joven Jhangel Alexander Bello Torrealba (22) lo conocimos en diciembre. Con su acento característico y su hablar donde no existe la letra “ele” y abunda la “erre”, este caraqueño salió de su país en 2018 por la degradada situación económica, política y social imperante. Ese día que hablamos asumió como vocero improvisado de un grupo de venezolanos que dormían en carpas en una pequeña plaza pavimentada de la Avenida Aeropuerto con Las Rosas, en el barrio cercano al mall de Iquique. Era el punto exacto donde a fines de noviembre de 2021 una turba enardecida quemó los precarios enseres de un grupo de familias migrantes y este domingo 30, al finalizar enero pasado, la destrucción de bienes volvió a repetirse.
En diciembre, la plaza estaba ocupada con al menos unas diez carpas, una suerte de cocina central, improvisada contra el muro donde una ruma de marraquetas anunciaba el desayuno, una especie de patio de juego donde se entretenían unos 5 niños y varias mujeres yendo y viniendo en sus afanes domésticos, y todos se preparaban para una reunión con la junta de vecinos del barrio, para negociar el permiso para seguir ahí. Ese día, Jhangel nos contó su historia y la de esa pequeña comunidad que probablemente ya se desgranó como un choclo, esparciéndose quizás por dónde.
–Da dolor saber que en Colchane ya van tantos migrantes muertos. Uno sabe en la situación de desesperación en que llegan. Es una desgracia. Tú me preguntas si no me importa estar viviendo en la precariedad de la calle y te digo que no. Vivo bajo algo, gracias a Dios, tengo un techo, aunque sea de lona. No nos importa dormir en una carpa, mientras logremos comer todos los días. Eso es lo que necesitamos los venezolanos. Nosotros salimos de nuestro país porque es el hambre lo que nos está matando, porque casa tenemos… pero ¡qué sacamos si trabajando todos los días del mes sólo nos alcanza para comer dos veces por semana!
-Impresiona la cantidad de mamás con niños pequeños, que están durmiendo en las calles de Iquique.
-Pues, claro, madre mía. ¿Tú sabes cuántas mujeres solas con bebes están entrando por la trocha? No te imaginas. Son bebes, de pocos meses, hasta criaturas recién nacidas hay, y adultos mayores, personas con sus cabezas completamente blancas, muy mayores, muy débiles, e incluso discapacitados, que deben salir de mi país, porque si no salen de ahí, se mueren de hambre.
Iquique desborda de estos desesperados, donde se cuela “alguna mala gente”, reconocía entonces Jhangel, antes del episodio del ataque de 4 venezolanos que atacaron a carabineros y que encendió el evidente sentimiento anti migrante que experimenta hoy Iquique. A Jhangel le perdimos la pista. Tiene su Facebook bloqueado y no sabemos si logró llegar a Santiago, que era su meta, su “Dorado”, como lo es para la mayoría de los migrantes venezolanos. Él estaba aproblemado; al no tener papeles, el costo que le cobraban por un pasaje en bus a Santiago era de usura. Esa precariedad se tradujo además en que en su primera semana de trabajo en Iquique nadie se la pagó. “Estuve de cargador en la ZOFRI con otros venezolanos, pero a la semana el hombre que nos ofreció cien mil pesos por los siete días trabajados desapareció. No hubo cómo cobrar. Nos estafó”.
Es habitual que los migrantes irregulares sean víctimas de abusadores e inescrupulosos, y eso los obliga a “hacer cualquier peguita, como dicen ustedes. Ahora estoy cuidando y lavando autos. Hay gente buena que se compadece y acepta mis servicios y otros que me corren. Eso pasa en todos los países. Yo salí en 2018, porque ya en 2016 la situación económica era insostenible en mi país. Trabajé en Bogotá, Colombia, en un taller mecánico en centro. Estaba ilegal, igual que acá y luego pasé a Ecuador y a Perú, siempre ilegal. Pero todos los países están poniéndose más duros con los migrantes… y están pobres todos. Siento que todos los países por donde uno pasa van para el mismo fracaso que Venezuela. De verdad, lo veo así”.
LOS ESTRAGOS DE LA PASTA BASE
El número oficial que maneja el Hogar de Cristo es que en diciembre de 2021 había 454 personas en situación de calle en Iquique y 143 en Alto Hospicio, donde la fundación tiene programas para esta población. Pero es evidente que esos números no dan cuenta de una realidad mucho mayor, que golpea a simple vista al recorrer Iquique. Además, las cifras del Hogar de Cristo no incluyen a migrantes.
Así lo explica la trabajadora social Pamela Chacana (35), que lleva 8 años en la causa fundada por Alberto Hurtado, la mayoría de ellos dedicada al tema de albergues y ruta de calle, y que hoy es jefa de un programa de primera acogida para niños, niñas y adolescentes migrantes y sus familias, en el marco de una alianza con organizaciones como Unicef y la Defensoría de la Niñez, entre otras. La alianza tiene presencia en la sobrepasada localidad de Colchane por donde se producen los ingresos irregulares masivos y en Iquique. Dice la experta:
-Las personas en calle se han multiplicado en la ciudad, en particular las mujeres y los niños. En la región hemos ampliado la situación de calle a lo que yo llamo una condición de calle, que es la de los migrantes. La realidad de unos y de otros no es la misma. La segunda tiene que ver con un fenómeno de tránsito migratorio, muy crítico, que incluye la condición de calle, pero basta con que esas personas encuentren un empleo para que dejen la calle. La población permanente que vive a la intemperie en nuestra región tiene características muy distintas a la de los migrantes que circunstancialmente están pernoctando en carpas o como sea en la vía pública.
En la Hospedería de Hombres de Iquique, que se ubica en el barrio Héroes de la Constitución, conviven personas de muy distinta condición. Los que permanecen todo el día en la casa son los que tienen problemas de movilidad. Es el caso del colombiano Milton Domínguez (58), que buscando mejores oportunidades laborales migró a Chile, entró ilegalmente por Colchane, fue derivado a una residencia sanitaria y ahí se contagió un virus que obligó a que le amputaran la pierna derecha. La Hospedería del Hogar de Cristo fue la solución que se le encontró mientras regulariza su situación legal y logra la prótesis que necesita. Ahí también vive Rodolfo Provoste (64), ex boxeador profesional, chileno, fuertemente golpeado por la vida y por su oficio, lo que se traduce en un evidente daño neurológico. Los demás son hombres que llegan a partir de las 5 de la tarde, cenan, duermen aquí y se van a las 8 de la mañana, después de desayunar. Como se ve: una realidad amplia y diversa.
La jefa de la Hospedería, la sicóloga Bonnie Taylor, es antofagastina de nacimiento pero iquiqueña de corazón y conoce bien el perfil de las personas de calle de la ciudad. De los chilenos, a los que describe así:
-Acá el principal problema es la pasta base, muy por encima del alcohol, a diferencia de lo que pasa con las personas de calle de otras regiones del país. El 98 por ciento de quienes están en calle acá consumen pasta base, sin diferencias de edad ni de género. Es una droga muy adictiva, barata y fácil de adquirir. La venden en todas partes: sur, centro y norte de la ciudad. Hace años, me impresionó cuando un acogido me dijo: “Señora Bonnie: a veces yo he estado durmiendo en la cuneta y me han despertado para convidarme pasta gratis. Amigo, yo tengo, fuma, toma”. Y el daño que causa su consumo es irreversible.
Lo comprobamos al salir con los profesionales que hacen Ruta de Calle para dejar comida caliente y abrigo en la populosa población Jorge Inostrosa.
COMIDA PARA LOS GATOS
Impresiona la sangre fría del equipo del Hogar de Cristo cuando en una esquina de la población, donde el consumo de pasta base es flagrante, aparecen varios hombres peleando y uno de ellos exhibe un cuchillo, amenazante. Las dos monitoras y el chofer, que es una mezcla de guardaespaldas y ángel guardián, no se inmutan. Hablan con autoridad y ordenan la fila.
Las personas que nos rodean no son agresivas con nosotros –estamos acompañados por gente confiable y conocida para ellos–, todos dan sus nombres y números de carnet, que es la condición para recibir su ración de comida y café caliente, y que al equipo le permite tener un control estadístico. Algunos, los menos, plantean alguna necesidad médica o laboral al equipo social. Otros parecen salidos de una película de zombies; están volados completos. Con suerte, caminan por sí mismos. Hay otros, extravertidos, que echan tallas, vociferan, pelean entre ellos medio en broma, medio en serio. Están arriba de la pelota.
Temor producen los autos de alta gama que pasan a baja velocidad por el barrio, comprando o vendiendo, no sabemos. Y mucha compasión despierta una mujer de entre 30 y 40 años, muy flaca, bella, en su deterioro, que pide la comida pero para dársela a sus gatos. Tiene como una decena. Vive en una suerte de parque abandonado, bajo un pequeño acantilado, que varias veces ha amenazado con derrumbarse. Es un rincón distópico, enrejado, donde se acomoda una comunidad muy variopinta de personas en situación de calle, pero no hay migrantes. Son todos locales. Juntos forman una suerte de familia hastiada, pero solidaria. Se conocen sus cuitas. Saben, por ejemplo, que la mujer de los gatos perdió a su madre, con quien compartía el ruco, donde hoy se enseñorean los gatos. “Era una señora mayor, muy deteriorada por el consumo”, comenta una de las monitoras.
Pamela Chacana ve así lo que pasa con las mujeres que terminan en la calle: “Ellas son muchísimo más complejas de tratar. La calle las perjudica muchísimo más y quizás se deba a que cargan con historias de trauma, abuso, violencia, mucho más dramáticas que las de ellos. Los hombres en calle en un alto porcentaje están ahí por un quiebre emocional que no lograron superar: una separación, una muerte. En el caso de ellas, todas son protagonistas de verdaderas teleseries mexicanas. Y no es broma lo que digo. Les ha pasado todo lo malo que te puedas imaginar. Y en la calle, por efecto del consumo y de la violencia, caen en relaciones tóxicas de dependencia y abuso. Siguen siendo violadas, explotadas, se prostituyen por droga y el daño físico y mental se acrecienta al mil por ciento”.
Si bien Hogar de Cristo, sólo tiene una Ruta Calle financiada por el Ministerio de Desarrollo Social que incluye a migrantes, su fuerte son usuarios chilenos con larga trayectoria en los programas especializados, Pamela Chacana hace notar su preocupación “porque los migrantes en esa condición de calle transitoria están cayendo en consumo, cuestión que es lógica porque el alcohol y las drogas se convierten en una medida desesperada de escape para gente que está pasando por trances durísimos. Nosotros no atendemos a migrantes en calle, porque eso requiere de una aproximación intercultural especializada”.
-¿Y qué pasa con los niños, cuya presencia es visible en las calles de Iquique?
-Nosotros estamos dando una primera respuesta humanitaria a esos pequeños que han perdido su espacio de juego, sus sueños, su infancia, en largos periplos a través de varios países. Los niños llegan a Colchane en muy mal estado de salud, tanto física como mental, con desnutrición y traumas evidentes por todo lo que les ha tocado vivir. Como mujer indígena, de raíz aimara y quechua, sé lo que es ser migrante, porque las comunidades altiplánicas lo han sido siempre y nuestra cultura es de reciprocidad. Sabemos que hay que dar para recibir y viceversa, y eso es lo que practico a diario en mi trabajo. De eso se trata todo, aunque dado lo masivo del fenómeno, lo que se está haciendo es completamente insuficiente.
NIÑOS CAMINANTES
A 130 migrantes en un día albergó a fines de año el sacerdote diocesano Juan Pablo Álvarez (46), en la antigua Parroquia San José, de Iquique, cuando después de la primera protesta se anunció una segunda con llamados mucho más violentos. Ese día se apiñaron todos en la linda nave de la construcción que data desde 1909 y que este párroco mexicano mantiene flamante. “Literalmente, los escondimos. Temimos que los atacaran y quisimos protegerlos de lo que pudiera pasar. Los voluntarios los sacaron de la plaza, de la calle y los trajeron para acá. Son gente muy, muy pobre, a la que además les roban, los engañan”, dice, conmovido.
Finalmente, ese día no pasó nada grave.
Por su cercanía con la trabajadora social Pamela Chacana y los programas del Hogar de Cristo en la región, el cura Juan Pablo, gestionó ante el Arzobispado local el arriendo de unas dependencias para ese programa de primera acogida que se da a niños, niñas y jóvenes migrantes en Iquique. “Esta parroquia se distingue por asistir a los habitantes de la calle. Nosotros los ayudamos, les damos protección, les dejamos que se bañen, y hasta ahora nadie ha reclamado”, afirma, sabiendo que los dos hombres que duermen a la entrada de la parroquia todos los días de año no gustan a algunos vecinos. “Uno de ellos, Emilio, durante un tiempo pudo pagar una pieza, pero no resistió. Es feliz en la calle; no conoce otra vida. Y ahora vienen los niños migrantes y hasta ahora no ha habido problemas”.
-¿Cuán distinta es la situación de los migrantes que duermen en los espacios públicos?
-Hay de todo. Es muchísima gente. Mucho se habla de que Maduro soltó a los presos y que están llegando delincuentes, pero la inmensa mayoría son buenísima gente, con necesidades dramáticas. Lo único que podemos hacer nosotros como cristianos, como seres humanos, es ayudarles. Darles herramientas para que se orienten, se hagan los PCR, cuiden su salud y la del resto. Lo más triste es la situación de los niños. Muchos de ellos han pasado sus cortas vidas peregrinando, sobrando por allí donde pasan –se lamenta el sacerdote.
En el espacio de primera acogida, que funciona en dependencias de la parroquia, recogemos impresiones del equipo integrado por tres técnicas en educación parvularia y tres trabajadoras sociales. Dicen: “Ha sido muy fuerte escuchar las historias de un niño que lleva seis de sus diez años de vida caminando con su familia”; “Hay mamitas que llegan solas, porque el papá de los niños ya está en Chile. En muchos casos, han perdido comunicación y ellas no saben cómo llegar a Santiago, que es a donde todos quieren ir. Son muy valientes, estas mujeres”; “He conocido realidades muy fuertes que han enfrentado las mujeres solas, como una que traía enormes cortes en sus brazos. Se los hizo peleando por un lugar donde dormir”; “Impresiona la felicidad de los niños cuando les pasas plasticina o goma Eva o lápices de colores; es como un sueño poder jugar”; “Todas las mamás son jovencitas y tienen parejas mayores. Ver chicas de 17 con hombres de 50 y con dos bebés, no es algo raro”; “Muchas han venido pariendo por el camino, teniendo una guagua en Colombia y llegando acá a tener la segunda. No parece que se cuiden del embarazo y mi impresión es que son muy sometidas a sus parejas”, “Es común que un niño de 6 años no sepa las vocales, porque la mayoría esta desescolarizado. Nunca han ido al colegio”. “Estos pequeños son caminantes; lo único que han hecho en su vida es caminar”.
Deprime oírlas. Pero estas profesionales creen en lo que pueden lograr en esta primera acogida: “Nuestro propósito es empoderar a las chiquillas. Lograr que superen la dependencia emocional que han desarrollado en estos viajes que, más que en pareja, son en comunidad. La travesía de venir a Chile las ha fortalecido en lo que tiene que ver con la supervivencia básica, pero las ha debilitado mucho en lo personal. Y el objetivo principal es acoger a los niños, ayudarles a recuperar su infancia”, sostiene una de ellas, mientras las demás asienten.
Impacta lo que sucede en Iquique. Lo que se vive en Colchane. Y lo inútil que parece todo lo que se intenta hacer. En conclusión, la consecuencia de lo que sucede es pobreza, en el sentido más amplio de la palabra. Pobreza en una de las regiones más ricas del país. Pobreza de una población que se siente abandonada, frente a una invasión de personas extranjeras, donde es muy fácil hastiarse, generalizar y tratar a todo el que migra de delincuente, incluyendo a algunos niños que, después de viajes eternos y peligroso, vuelven a jugar en este rincón de Iquique que es para ellos un oasis.
Si te aflige y te conmueve la situación de las poblaciones más pobres y vulnerables, involúcrate