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Camila Vázquez, voluntaria, cuenta:

La emocionante historia de “El Profe”

Camila, kinesióloga y voluntaria del Hogar de Cristo, encontró un propósito que transformó su carrera al unirse a Volcar, un programa que invita a jóvenes profesionales a dedicar un año completo al servicio de comunidades vulnerables en distintas partes de Chile. Su experiencia la llevó a la Casa de Acogida Josse Van der Rest, en Estación Central, donde el cuidado impacta tanto a quienes lo reciben como a quienes lo entregan.

Por Matías Concha P.

4 Noviembre 2024 a las 19:03

Camila llegó al Hogar de Cristo en 2018, como parte de Volcar, un programa impulsado por la Red Juvenil Ignaciana, pensado para que jóvenes profesionales dediquen un año laboral al servicio de las comunidades más vulnerables de Chile. Hoy, después de seis años de trabajo voluntario en la Casa de Acogida Padre Josse Van der Rest, sigue comprometida en transformar, a través de su profesión, la vida de adultos mayores que han enfrentado la precariedad y el abandono.

-¿Cómo impactó tu vida el voluntariado?

-Me impresionó ver cómo todos necesitamos ser escuchados con atención y preocupación, y cómo el hecho de sentir que alguien se preocupa por ti puede significar un alivio o una mejora para una persona. La mayoría de los adultos mayores con los que trabajaba jamás habían recibido algún tipo de tratamiento, y tenían el dolor físico normalizado. Ofrecerles alivio y un trato digno fue muy emocionante. Me decían que con solo entrevistarlos ya se sentían mejor, más aliviados, más contentos. Eso me marcó profundamente.

A la izquierda de la imagen, Camila aparece junto a participantes de la Casa de Acogida Padre Josse Van der Rest

A la izquierda de la imagen, Camila aparece junto a participantes de la Casa de Acogida Padre Josse Van der Rest

La Casa Josse Van der Rest, que acoge a adultos mayores en situación de calle, no fue un desafío fácil. Camila llegó a un espacio donde las necesidades parecían interminables y los recursos escasos. Pero, junto a los residentes, convirtió una bodega en un espacio luminoso con camillas, balones, bandas elásticas, tablas de equilibrio. “Pintamos las paredes, lavamos cortinas, ordenamos. Queríamos que se sintiera cálido, y lo logramos. Eso les permitió sentir que también merecen un cuidado digno”, explica Camila.

-¿Es posible rehabilitar a personas que han sufrido una vida entera de abandono?

-Sí, es posible, aunque a veces parece un milagro. La historia que más me enseñó sobre esto fue la de ‘El Profe’. Él había desaparecido durante meses y lo encontraron en la Posta Central, muy deteriorado, sin ningún cuidado, y prácticamente abandonado. Recuerdo llegar y ver cómo nadie le prestaba atención, estaba en una cama sin siquiera un diagnóstico claro. Asi que lidié con el médico que solo quería deshacerse de él, y me planté: “Si espera que lo llevemos al Hogar e Cristo, necesitamos saber qué tiene y si puede volver a caminar”.

Camila junto a participantes de la Casa de Acogida Padre Josse Van der Rest

Camila junto a participantes de la Casa de Acogida Padre Josse Van der Rest

-¿Y qué pasó?

-Al final conseguimos que le hicieran los exámenes necesarios y, cuando por fin lo llevamos de vuelta a la Casa de Acogida, él estaba tan débil que las cuidadoras me retaron y me dijeron:  ‘Camila, él ya  no se ajusta al perfil, debido al nivel de funcionalidad que tiene’. Así que me acerqué a él y le dije: ‘Mira, hicimos un compromiso, tú puedes moverte solo, así que hoy empezamos los ejercicios’. Ese mismo día, increíblemente, dio sus primeros pasos, y una semana después ya estaba caminando.

Hoy, Camila trabaja en el otro extremo de la vida, cuidando a niños en la UCI pediátrica de la Clínica Ciudad del Mar, en Viña del Mar. Aun así, mantiene su vínculo con el Hogar de Cristo participando en actividades especiales como el torneo deportivo, las celebraciones de Fiestas Patrias y, cada vez que puede, visitando a los adultos mayores de la Casa de Acogida del Hogar de Cristo. “Es lindo volver y que me reconozcan, aun después de tanto tiempo. Me recuerdan por la sala de kinesiología, y creo que es por esos momentos de alegría que compartimos, cuando veían que podían lograr avances con sus ejercicios y notaban que alguien creía en ellos. Se desafiaban a sí mismos y descubrían su propia capacidad de mejorar. Esos momentos quedaron grabados tanto en ellos como en mí”.

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