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Carlos Aedo: “Llegar a la calle fue como dejarme caer”

17 Julio 2019 a las 16:33

Dice que cuando era guardia de seguridad estuvo en mayor peligro físico que ahora que vive en un descampado. Pero nada se iguala al desprecio, a la desconfianza, al trato denigrante que recibe de municipales, policías y de la gente que desprecia y desconfía a los que consumen droga. Él lo hace desde hace un par de años, cuando empezó a vivir en la calle.

Por Ximena Torres Cautivo

 

Carlos Aedo (48) trabajaba como guardia de seguridad en un mall del sector oriente. Lo hizo durante 18 años, los mismos que estuvo casado con “una mujer buena”, a la que aún considera su amiga. Y que es la madre de su hija, de 22 años. “La niña trabaja bien. Yo no quiero que me vea así, todo desordenado. Sabe que estoy en calle, pero no quiero que me vea”.

Serio, coherente, casi dulce, no se entiende qué hace a medio morir saltando en este sitio eriazo, ubicado junto al flamante aunque desangelado Estadio Arturo Vidal de la comuna de San Joaquín. Apegado a una pared, tiene instalado su ruco, que está rodeado de desechos metálicos, que recoge y vende “a cuatro chauchas”. Su posesión más valiosa, su herramienta de trabajo, es un triciclo que ha ido reparando con la ayuda de sus amigos, otros tres hombres que viven en este descampado, que la municipalidad va a convertir en parque. Lleva casi dos años viviendo en la calle y sabe que al menos aquí, en este desolado peladero, tiene los días contados.

-¿Por qué estás aquí? Tenías trabajo, familia, una vida ordenada, una hija a la que quieres… 

-Todo fue a causa del problema del alcohol. Siempre me sentí culpable cuando consumía alcohol, sabía que lo estaba haciendo mal. Pero el alcohol te vuelve porfiado, rebelde. Mi mujer era trabajadora, apañadora, mi cable a tierra, pero yo no me dejaba ayudar. Ahora ella se emparejó con otra persona. Está bien, tiene una casa grande, un vehículo. Cuando nos vemos, yo mismo le digo que se sacó el cachito mío de encima. Y eso que ella no quería en un principio separarse. Fui yo quien le pidió el divorcio.

-¿Sigues tomando?

-Usted no me lo va a creer, porque ni yo mismo lo creo. Cuando llegué a la calle, lo primero que pensaba es ahora sí que voy a emborracharme, ahora sí que me voy a volver loco tomando, pero desde entonces nunca más tomé, caí en algo mucho peor: la droga.

Dice que alguien le regaló pasta base y la dependencia que se generó fue inmediata. “Cuando yo estaba borracho, me ponía ruidoso, peleador, hablador, malentendía las cosas y entraba en conflictos. Con la droga me vuelvo sobre mí mismo, me encierro y no me meto con nadie. Me aíslo del resto de la gente”. Dice estar consciente del daño que le provoca la droga y asegura que estar ocupado es lo único que lo salva. “Cuando trabajo y me relaciono con personas que no consumen, me mantengo bien, pero la adicción es fuerte. Estuve trabajando un mes en una empresa grande aquí cerca. La gente me apreciaba porque trabajo en serio. Cuando uno actúa bien, te van reconociendo por tu esfuerzo. En ese sentido, soy una persona que no ha dejado de luchar, que no ha dejado de creer que puede volver a tener una vida normal”.

-¿Y qué pasó con ese trabajo?

-Me pagaron el primer mes -responde con una sonrisa triste. Y agrega: -Salí recién pagado y dije: Me voy a consumir sólo unas 10 luquitas con los chiquillos, pero me borré como tres días. Después me dio vergüenza volver. De nuevo había fallado.

Carlos es oriundo de Los Ángeles. A los 4 años, quedó huérfano de madre. Él y sus dos hermanos. “Quedamos en manos de una tía, de familiares, siempre yendo y viniendo de allá para acá. Hasta que mi abuela, que trabajaba de nana en un campo, me entregó a una señora y su familia. Fui como adoptado por ellos. Tenía cama, comida, educación, pero nunca me sentí incluido. Como niño, me daba pena, porque yo no había pedido irme con ellos y nunca entendí por qué lo habían hecho si no me querían. Crecí con la firme decisión de irme de esa casa, porque sentí siempre que no estaba en el lugar que me correspondía”.

A los 17, emigró a Santiago en busca de trabajo. “Me vine a la casa de mi papá verdadero. Ahí recién lo conocí. A él y a mis medio hermanos y hermanas. Pero no había un lazo afectivo real. No nos conocíamos, no había crecido con ellos. No había ni un feeling de familia. Sentí que nunca estaba donde tenía que estar y decidí arrendar una pieza y vivir solo. Gran parte de los problemas de nosotros, de la familia mía, se deben al abandono de mi papá a causa de su alcoholismo. Por eso, sentía tanta culpa cuando caí en lo mismo y les fallé a mi mujer y a mi hija. Pero, a estas alturas de la vida, culpar a la ausencia de madre y al abandono del padre de mis problemas es una mala excusa”, dice con una lucidez sorprendente. La misma con que nos describe los peligros de su vida actual: “Lo peor de estar en la calle es la inseguridad. Hay mucha gente en la calle con problemas sicológicos, producto ya sea del alcohol o de la droga. Y lo otro es el problema de la salud. Uno pasa frío, muchas veces pasa hambre o come alimentos que no están refrigerados o en condiciones de ser consumidos, contaminados por los ratones que se pasean por aquí”. 

-¿Qué es lo más malo que has comido?

-La sopa de abuelo. Esa que le dan a la tercera edad en los consultorios y que ni los viejitos se comen. A veces nos traen de eso, pero, con hambre, igual nos la hacemos chupete. También recogemos lo que queda botado en la feria. Fruta y verdura buena que se cae al suelo.

-¿Por qué hablas en plural?

-Porque aquí somos cuatro personas entre las que hay respeto pese al consumo y nunca hemos llegado a agredirnos. La gente no le toma el peso a lo que es llegar a la calle. Significa hambre, que la gente no lo respete a uno, no tener agua a la mano, baño. No andar aseado como corresponde, es parte de nuestro día a día. Todo eso conlleva problemas sicológicos para uno mismo.

-¿Qué te parece que haya gente voluntaria y organizaciones que venga a visitarlos?

-Qué mejor que te traigan algo limpio para abrigarte, algo calentito para comer. Es para estar eternamente agradecidos. Recibir ropa limpia. Uno no gasta plata en detergentes. La ropa la usas hasta que aguanta y ahí la botas. Hay gente amable y bien intencionada que nos ayuda mucho, a diferencia del maltrato que nos dan los municipales y los carabineros, cuando arrasan con los rucos y nos botan todo. No los culpo. Es su trabajo, pero uno se siente denigrado, pasado a llevar, injustamente tratado. Yo no soy un delincuente, tampoco un mendigo. Nunca he robado ni he pedido plata para consumir; en eso tengo la frente muy en alto.

-¿Y cómo saldrás de la calle, Carlos?

-Estoy en eso. Es un tema delicado el de la adicción. Cuesta salir, porque es como que uno busca borrarse de sí mismo. Llegar a la calle fue dejarme caer, fácil. Salir es difícil.

 

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