“Los hombres ancianos dependientes sufren mucho más”
Es jefa de la línea adulto mayor del Hogar de Cristo y lleva dos décadas tratando con los viejos más pobres y vulnerables de Chile, los que muchas veces han pasado toda la vida en la calle. Esa calle que, al menos, roba 10 años de salud y vitalidad, y que para ella daña más a los hombres que a las mujeres, “porque nosotras somos tejedoras de redes”.
Por Ximena Torres Cautivo
20 Septiembre 2018 a las 10:28
30, 60, 90 tenían la nieta, la madre y la abuela. Vivían juntas en la localidad de Hijuelas, en la provincia de Quillota. La menor estaba postrada y tenía discapacidad mental; la mayor era ciega y no se valía por sí misma. La madre, con 60 años, era la cuidadora de ambas e, inesperadamente, sufrió un infarto. Cayó al suelo y murió en la cocina, mientras las otras dos mujeres fallecieron por falta de atención y alimento.
Una tragedia que revela la fragilidad de los ancianos y de las personas postradas, que no se valen por sí mismas, así como el estrés del cuidador, los que en Chile tienen dos características muy marcadas: son mujeres y tienen en su mayoría más de 60 años. El caso de las tres mujeres que murieron en Hijuelas conmovió hasta al más duro, y le pegó fuerte a la kinesióloga Doris García, quien desde hace 20 años trabaja con adultos mayores de extrema vulnerabilidad en el Hogar de Cristo. Hoy es jefa de esa línea de atención de la causa del padre Hurtado, y tiene clarísimo cómo es la vida de los viejos de extrema pobreza y vulnerabilidad que llegan a las residencias del Hogar.
“Las personas mayores del primer quintil, las que están en el 20 por ciento más pobre, y que tienen algún grado de dependencia de mediana a severa son alrededor de 160 mil en todo el país. Nosotros como Hogar de Cristo atendemos sólo al 12 por ciento, por lo tanto quedan 141 mil sin atención. En el caso de los con dependencia de leve a mediana, no existen programas de ayuda. La brecha de atención es de un 100%, y eso está descrito en detalle en nuestra Matriz de Inclusión Social, que es un documento técnico que cruza datos y permite saber dónde están funcionando programas de ayuda social y dónde no. Por otra parte, el Servicio Nacional del Adulto Mayor sostiene que habría unas 900 residencias que funcionan al margen de la ley”.
-¿Y cómo crees que es el trato en ellas?
-Prefiero no imaginar cómo puede llegar a ser. Obviamente, no responde a ningún tipo de estándar de calidad; todos hemos visto en televisión cuando han clausurado a alguno de estos establecimientos irregulares y nos hemos impactado por las condiciones en que tienen a las personas. El costo de cuidar a un adulto mayor en nuestras residencias es de unos 800 mil pesos mensuales, el que se eleva al millón 400 mil cuando hay dependencia severa y la atención es de mayor complejidad. Esto significa cuidado 24 por 7, porque las personas postradas y en la etapa final de la vida requieren de pañales, de alimentación asistida, incluyendo bombas de alimentación, estimulación funcional, curaciones, aseo e higiene, sin mencionar los tratamientos de salud. Y a esto hay que agregar el que se les hable, se les estimule, se les contenga emocionalmente, se les escuche, que se le quiera.
TEJEDORAS DE REDES
Doris cuenta que para las personas atendidas en las residencias del Hogar de Cristo, que llegan muchas veces con una larga experiencia de vida en la calle, “los cuidadores somos su única red, su único vínculo significativo. Ellos tienen sus lazos familiares rotos, lo han perdido todo y sus historias de abandono y soledad son extremas, por lo que requieren de una atención integral, donde el que alguien los escuche, los apoye, los entienda, es vital”.
-Me imagino que les toca conocer historias humanas tremendas..
-Las reflexiones de estos adultos que han vivido en abandono y soledad gran parte de su vida son muy duras. Ellos valoran más que nadie el que alguien los escuche con interés. Por el tipo de atención que les damos hay un contacto íntimo, un lazo muy importante con quien los atiende, lo que los impulsa a sincerar penas, heridas que traen desde antiguo. También valoran mucho el estar entre pares, entre quienes tienen los mismos dolores. A los que aún pueden valerse por sí mismos les gusta ayudar a otros. Estar en el funeral del compañero de pieza es muy importante y así lo explicitan. “Ojalá a mí también me acompañen”, dicen.
Esas necesidades emocionales, que forman parte del acompañamiento integral y dedicado, es lo que define a las residencias del Hogar de Cristo. “Si uno quiere ver una película específica, nosotros se la buscamos, o si tiene un antojo de comida especial, se lo preparamos, o si prefiere vestirse con vestidos y faldas en vez de pantalones, lo tomamos en cuenta. Hay que respetar los gustos, personalizar sus espacios, con recuerdos o fotos. Eso es difícil en el caso de nuestra población, que en muchos casos vivió en calle gran parte de su vida y no tiene ni siquiera esos recuerdos, pero a veces conseguimos encontrar un objeto o algo significativo para ellos”.
-¿Qué características diferencian a un adulto mayor que proviene de la calle del resto?
-Vivir en situación de calle durante mucho tiempo envejece. La condición fisiológica se deteriora mucho más rápidamente. A los 50 años, las personas ya se ven como de la tercera edad. Yo diría por mi experiencia que la calle te roba 10 años de vida.
-Me imagino que es aún peor en el caso de las mujeres…
-La calle daña igual a las personas, pero las mujeres tenemos más recursos, porque somos tejedoras en el más amplio sentido de la palabra. Tejedoras de todo: de relaciones, de historias, de redes, por eso llegan menos mujeres que hombres a nuestras residencias. Esto se debe a que han tejido redes sociales en la vida y a que tienden a asumir su realidad de una manera distinta. Los hombres se enojan mucho más por su postración, aislamiento, y soledad. Pienso que sufren más. Nosotras nos adaptamos mejor y asumimos más roles, porque toda la vida lo hemos hecho. Tenemos una vida social más activa y nos adaptamos mejor a los contextos.
EL ESTRÉS DEL CUIDADOR
Doris García tiene 53 años, 3 hijos y está separada. Cuando le pedimos que reflexione respecto de la vejez y del deterioro en general, dice: “Ser viejo hoy en Chile es complejo, porque todas las dimensiones de la pobreza se ven afectadas. Es elocuente que sólo el 6% de los adultos mayores experimenta pobreza monetaria contra el 21% que es pobre multidimensionalmente. La soledad de los ancianos es tremenda y es el principal desafío que impone el modelo de vida que tenemos. Cuando el promedio de hijos por pareja es dos o menos de dos, resulta obvio que cada vez es va siendo más difícil hacerse cargo de ellos. El aislamiento y la soledad es lo que más me preocupa, en esas condiciones la fragilidad de los ancianos se vuelve crítica”.
En materia de políticas públicas, considera que la mayor falencia de nuestro sistema es “que no contamos con dispositivos que acompañen la dependencia de los adultos mayores. Las residencias deberían ser el último recurso, pero para ello se requiere que funcionen programas de atención domiciliarios robustos. Es necesario estar en los territorios, saber dónde están las personas postradas, cómo se encuentran sus cuidadores y levantar las alertas cuando corresponda”.
Cuenta con orgullo lo bien que funcionan dos de esos programas en las comunas de Puente Alto y Renca. “El mínimo es que un equipo multidisciplinario acuda a los domicilios cada 15 días, pero son intervenciones individualizadas, donde la frecuencia de las visitas depende de las necesidades de cada uno. Los programas de apoyo a los cuidadores son importantísimos, pero hay muy pocos. Esa es una gran debilidad de la política pública para los adultos mayores. Nosotros tenemos un dispositivo en que durante 4 horas nuestros equipos atienden a un paciente, permitiendo que el cuidador descanse, reciba capacitación y atención, haga sus trámites y compras. El 80% de los cuidadores son mujeres, que se postergan en todas las dimensiones del ser humano. Están agotadísimas, con una sobrecarga de trabajo y emocional gigantesca. Además, son adultos mayores cuidando adultos mayores, donde cuesta saber cuál lo pasa peor. Y lo que agrava la situación es que el cansancio del cuidador no se releva. Esa postergación es muy propia de las mujeres y es un rasgo cultural”.
El otro extremo es cuando la sobrecarga emocional llega a un límite y se produce una desgracia, como la que protagonizó Jorge al dispararle a su mujer Elsa, quien estaba postrada y con demencia senil, en Conchalí, y luego suicidarse. O cuando falla la resistencia física, como pasó con la cuidadora de Hijuelas, que fue fulminada por un infarto, provocando por ese abandono involuntario la muerte de su hija y su madre postradas. Y una tercera posibilidad, humana y tan mala como las antes descritas, es la negligencia y el abandono.
Dice, Doris, llena de comprensión: “Esa es otra respuesta más o menos común, que surge de un agotamiento extremo. A veces la familia se desentiende, porque asume su vida y olvida o posterga esa otra. Aquí no hay maldad; sólo un cansancio infinito que requiere de la ayuda de todos, en especial del Estado”.
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