A sus 70, el presbítero Francisco Maldonado se mantiene activo en Valparaíso y, pese a la pandemia, no ha dejado de entregar la comida que prepara su esposa a las personas en situación de calle, desde hace 14 años. Ahora con ayuda de voluntarias del Hogar de Cristo. Acá cuenta cómo ha logrado que algunos dejen atrás la dura vida a la intemperie.
Por María Teresa Villafrade
5 Octubre 2020 a las 17:15
Juan Carlos, Eduardo, Rosalinda, Nelson y Juan, son algunos de los nombres que Francisco Maldonado enumera entre las personas en situación de calle que él conoció y que ayudó a salir adelante a lo largo de 14 años que lleva recorriendo las calles de Valparaíso, entregando café y comida caliente, pero más que nada, amistad.
“Habíamos conversado en familia la posibilidad de hacer algo por estas personas, pero fueron mis hijas Abigaíl y Tamara las que una noche, en Villa Alemana, me plantearon salir a darles café y sándwiches. Ya habían comprado todo, nació de ellas, y así partimos. Todo lo que llevamos se hizo poco. Fuimos al centro y más que llenar los estómagos lo que queríamos era conversar, conocer sus historias y orar con ellos”, recuerda.
Este presbítero de la Iglesia Presbiteriana Nacional, vive actualmente junto a su esposa María Sonia en la casa pastoral ubicada al lado de la iglesia en Malfatti 331, cerro Los Placeres. Ella, una hermana y una prima, se encargan de preparar las 150 raciones de comida que semanalmente distribuyen entre los más vulnerables e invisibles de la sociedad. Sus hijas hacen lo mismo en Villa Alemana.
“Todo al principio era con nuestros recursos, fuimos creciendo gracias al mandato de Dios que hace posible este milagro cada día y al apoyo de la Iglesia Presbiteriana Nacional y de los vecinos de la comunidad. Todo esto nació en nuestros corazones gracias a Él”, precisa.
Cuando empezó la pandemia, por su edad, ya no pudo salir más y la pareja de lesbianas que le ayudaba en el reparto tampoco pudo ayudarle porque viven en Viña del Mar. “Llegaron estos ángeles del Hogar de Cristo a tocar mi puerta un buen día y a ofrecernos su colaboración. Se cubren con todos los implementos de protección y además me aportan con mercadería y bandejas de plumavit. Me inscribieron en un beneficio y me donaron dinero para comprarle un fogón a mi esposa. Los fondos de cocina son muy altos y a ella le cuesta mucho preparar así los alimentos”, cuenta Francisco.
Se refiere a la labor que realizan Fabiola Puga y Francisca Espinoza, de ruta calle Protege Covid 19 de Hogar de Cristo, y al catastro que hizo Acción Solidaria de las entidades de ayuda para distribuir parte del dinero recaudado en la campaña Chile Comparte.
LAS BUENAS NUEVAS
Francisco Maldonado afirma que en este tiempo ha crecido de manera exponencial la cantidad de gente en calle. “Es abismante. En el entorno del hospital Carlos Van Buren abundan los colchones, los cartones y los rucos, en todos los cerros del puerto hay personas viviendo en la calle, es una tragedia que no se había visto antes”, señala, consternado.
Está especialmente preocupado por Ramón, un hombre de 45 años, ciego, que duerme en un bosque cercano a una acequia en el sector del hospital de Peñablanca. “Fuimos a conocerlo tiempo atrás, estaba muy mal, vivía en condiciones deplorables. Compramos madera y le hicimos un ruco, pero ahora quiero tratar de sacarlo de ahí”, dice.
Para Francisco Maldonado la misión más importante es que las personas dejen la calle. A lo largo de estos 14 años ha logrado que 11 rehagan sus vidas, dice que es una cifra bajita y que le gustaría que todos dejaran de sufrir. “Nadie es feliz viviendo así. Mi sueño es tener una casa de acogida, porque es muy difícil salir de esta situación sin un techo que te cobije, sin una ayuda médica especializada”, advierte.
Cuenta la dramática historia de un profesor de inglés a quien conoció una noche en que salió a entregar comida. “Estaba metido en la droga y se escondía de todo el mundo. Logré acercarme a él para despertarlo y de repente un vehículo se me acercó e iluminó el lugar. Un joven de 32 años se me acercó y me preguntó qué estaba haciendo, le expliqué y me confesó: Él es mi papá, yo lo vengo a buscar pero se me arranca. El profesor murió de frío sentado en las afueras de Pulmann Bus, salió hasta en los diarios”. Y también recuerda el caso de Boris, que incluso llevó a vivir a la casa que tiene en El Belloto para que se recuperara. “Logró salir del problema de consumo que tenía y volvió a donde su madre, pero resulta que allá estaba peor, se fue de allí y también murió de un problema en el pulmón”.
Hay, sin embargo, historias que lo llenan de esperanza. Hace pocos días lo llamó Juan Carlos, quien aparece en el extremo izquierdo de una fotografía que nos comparte. “Ha tenido una transformación enorme, vive en Arauco ahora, donde trabaja y arrienda una casita. Era adicto a la pasta base y hace 4 años que está sin consumo. Resulta que cuando salen de la calle no los abandonamos, seguimos pendientes de su evolución. Los llamo o me llaman, muchos me ven como un papá, porque la mayoría nunca conoció a su progenitor”.
También menciona a Eduardo, a quien conoció hurgando en un tarro de basura buscando cáscaras de plátano porque le quitaban el hambre. “Lo abracé, le pregunté cómo podíamos ayudarle y resulta que hizo después un curso de hojalatería y está establecido haciendo campanas de cocina”, agrega.
Rosalinda volvió a vivir con su hijo en Limache, Juan está en Chillán y es guardia bancario, Nelson en Casablanca, estudió sociología y trabaja en un albergue. “Vale la pena perseverar, me llena esta labor. Que ellos se sientan amados y respetados, es lo más importante”.