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Felipe Oteiza:

“No entiendo que se pretenda legalizar algo tan nocivo como la cannabis”

Lo dice Felipe Oteíza, quien partió fumando marihuana que le vendían a la salida del colegio y fue por 10 años un asiduo consumidor de pasta base. Su historia es para no creer: este experto en computación pasó de tener dos locales comerciales, casa y familia, a vivir en la calle a causa del consumo.

Por María Teresa Villafrade

4 Febrero 2019 a las 09:00

El 14 de enero pasado, se publicó en La Tercera la alarmante cifra detectada por el OS7 de Carabineros en el “Plan Estudia sin Droga”: más de 70 mil dosis de droga se venden alrededor de 87 colegios de Santiago, siendo la más frecuente la pasta base. Además, la última encuesta 2017 del Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol (Senda), arrojó que el 61,3% de los jóvenes entre octavo y cuarto medio ha visto tráfico alrededor de los colegios y el 52,8% lo ha visto dentro de sus propios establecimientos.

Felipe Oteíza (39) se indigna con esta noticia: “Si estás formando adictos cerca de las escuelas, lo que nos espera en 10 años más es tremendo. La adicción a la pasta base conduce a la falta de respeto por la autoridad. Hoy se discute mucho sobre la educación, pero nadie se preocupa de lo que está pasando en las aulas y alrededor de los colegios”, denuncia.

Lo sabe por experiencia propia, tal como se aprecia en la fotografía en que aparece cuando vivía en la calle y su estado actual. Su calvario comenzó a la salida del colegio cuando estaba en enseñanza media y le ofrecieron el primer “pito” de marihuana. “Primero te la regalan como si fuera un dulce, pero después te la venden”, afirma. Y agrega: “Todos los adictos tenemos una enfermedad base y lo que yo tengo se denomina Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC). De niño, me consideraban un genio, porque me gustaba mucho leer y aprendo rápido. De los 18 años en adelante, me puse demasiado detallista y minucioso, porque no soy del tipo acumulador. Siempre me gustó la computación, de chico me metí mucho en la parte eléctrica por mi papá, que es electricista. Él me llevaba a su trabajo para que viera, al final, terminé aprendiendo a leer planos, a hacer proyectos. Por el tema de cableado, mi papá empezó a trabajar en redes computacionales y terminé siendo mejor que él en redes. Estudié computación en el Liceo Politécnico Galvarino N°2, comuna de San Ramón, que cerraron”.

MI ABUELO Y YO

Dice que con la llegada de la democracia, su familia que era muy política y de izquierda, postuló al subsidio y compraron una casa en La Granja. Se mantuvieron unidos pese a las constantes peleas de sus progenitores. A los 17 años, Felipe se ofreció como voluntario para hacer el servicio militar y fue destinado al regimiento de Arica.

“Ese fue un golpe duro para mi madre que era comunista acérrima. Cuando regresé del norte, se produjo el quiebre con mi padre y nos echó a los dos de la casa. Sólo quedó mi hermana con ella. Nos fuimos a vivir con mi abuelo, que era feriante. Después mi papá se fue con su pareja y quedamos solos el tata y yo. Estuvimos juntos por tres años y si hay algo que él me enseñó es que siempre hay una forma de trabajar honradamente. Él vendía cachureos en la feria, recogía de todo: latas, cartones, botellas. Yo le ayudaba a tirar del carretón, salíamos a las 5 de la mañana y a mí me daba vergüenza que me vieran recogiendo cosas de la basura”, recuerda.

En cuarto medio conoció a la que sería su esposa y la madre de sus tres hijos, hoy de 15, 12 y 9 años. Felipe llegó a abrir un local de computación en pleno centro de Santiago, donde hoy está ubicado el mall chino. Le iba tan bien que después abrió otro. “Llegué a ganar 90 mil pesos diarios”.

“Cuando me casé, me cambié de casa. Cada fin de mes le hacía una canasta familiar a mi abuelo y se la llevaba, era mi todo, el viejo. Mis primos me tenían envidia porque decían que yo era su nieto favorito. A mi nueva casa, nos iba a ver una amiga adicta que, lógico, un día me preguntó ‘¿fumai algo?’ y yo le dije que repente mi pitito de marihuana, entonces me dijo ‘cuando querai, me avisai’. Bueno, una vez al mes le compraba y me aconsejó mezclar esto con lo otro. Una conocida le contó a mi abuelo que yo estaba fumando marihuana y él me mandó llamar. No fui a verlo y a la semana mi papá me contó que el tata había muerto. Esto ocurrió hace 10 años, hasta el día de hoy me duele, porque no pude darle el último abrazo. Recuerdo que mi amiga me dijo ‘fúmate esto con esto, se te va a pasar la pena’, así me agarró la pasta base”.

ENTERRADO BAJO UNA CAPA DE NIEVE

Lo que siguió fue un calvario. De ser un exitoso experto en computación, con casa y familia, pasó a perderlo todo y terminar viviendo en la calle. “Los voluntarios del Hogar de Cristo me conocieron harapiento y adicto, viviendo en un ruco. Dormía a veces en una plaza que está frente a la estación de metro Pedro Aguirre Cerda. Recuerdo un año que nevó, de repente alguien me despierta a las 3 de la mañana. Era una pareja que venía de una fiesta y que sabía que yo dormía allí. Se les ocurrió pasar a ver si estaba enterrado bajo la densa capa de nieve y ahí estaba. Me llevaron esa noche a dormir a su casa, de no ser por ellos, habría muerto de frío”.

Ha vivido experiencias límite y ha sido víctima de golpes y robo. Se quebró una mano y logró enderezarse los dedos usando palos de helado. La adicción a la pasta base lo llevó a pesar 45 kilos. Confiesa que sobrevivió pidiendo limosna, pero también robando. Hace tres meses, su padre, que lo visitaba con frecuencia en la calle, se lo llevó a vivir con él nuevamente. “Prefiere tenerme cerca y me propuse dejar la droga, pero no es fácil. He entrado y salido de varios centros de rehabilitación, me conozco el tratamiento completo. Estoy luchando. He recuperado a mis hijos que me vienen a ver y a mi señora le digo que no se haga ilusiones, porque puedo recaer. Tengo sueños en que me veo consumiendo. La abstinencia es una sensación tremenda en que sientes la cabeza apretada todo el tiempo”.

Felipe Oteíza quiere trabajar en el reciclaje de basura electrónica. En su pieza tiene dos notebooks y dos pc que ha restaurado. Uno lo usa como servidor de archivos y los otros para mantener las redes sociales, programación y diseño gráfico.

“Hoy veo a los que estudian computación y casi todos rebotan en la universidad por los algoritmos, es como el filtro, no lo puedo creer porque me lo enseñaron en la media, es un juego de niños. Pretendo el próximo año sacar la certificación CCNA de la Cisco que entrega Inacap”.

Agradece a los voluntarios del Hogar de Cristo porque nunca lo abandonaron. “Me invitaron a pasar la Navidad con ellos, pero yo preferí ir al centro terapéutico Libertad, porque soy parte del inventario allí y les estoy haciendo la página web”, dice despidiéndose con una sonrisa.

 

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