“Estaba muerto y, gracias al Hogar de Cristo, resucité”
Lo que dice este hombre de 76 años es cierto tanto literal como metafóricamente. En plena pandemia, llegó en un lamentable estado físico a tocar las puertas de la hospedería de Valparaíso. Además, para efectos civiles, había sido declarado muerto por su ex esposa, por lo que tampoco existía como ciudadano. Sin acceso a salud ni ayuda estatal, vivía en calle. Aquí cuenta cómo recuperó su identidad.
Por María Teresa Villafrade
17 Abril 2022 a las 09:00
Gabriel Leiva Arteaga (76) nació en Valparaíso. “Me crié en el barrio puerto, muy bravo”, dice. Cree que eso lo salvó de ser asaltado por cuatro delincuentes cuando pernoctaba en la calle. Estando medio dormido, despertó con esos personajes encima, sacó un cuchillo y dijo “conmigo se van tres, si no los cuatro”, y ellos exclamaron: “Es de los nuestros”, y lo dejaron en paz.
Al día siguiente fue a tocar las puertas de la hospedería del Hogar de Cristo, ubicada en calle Retamo con Avenida Carlos Van Buren. “Señorita, estoy sin casa, en la calle, me siento desorientado, mi familia me dio por muerto y no hallo qué hacer”, le dijo a la jefa de esa unidad, la trabajadora social Daniela Moreno.
Ella se conmovió al ver el lamentable estado en que se encontraba. Le había dado un derrame cerebral y del hospital lo sacaron porque no tenía identidad. “Estaba tan mal, que los otros compañeros que también pedían un cupo para dormir, me dijeron que mejor se lo diera a él”, cuenta Daniela.
Era plena pandemia y el protocolo exigía que todos los que ingresaban a la hospedería debían tener PCR negativo. Ella tomó la precaución de aislarlo porque se dio cuenta que si lo dejaba en la calle, su muerte era inminente.
Así comenzó la tarea de ayudar a Gabriel Leiva Arteaga a sanarse y volver a la vida.
“YO, SIENDO MI SEÑORA, HABRÍA HECHO LO MISMO”
No fue nada fácil y de no haber sido por la insistencia y perseverancia de la trabajadora social María Cuevas, que no dejó puerta por tocar, seguramente Gabriel seguiría sin existir legalmente.
“Es un proceso legal muy engorroso. Descubrimos que su ex esposa, la profesora Ana Toro, lo declaró muerto con solo la declaración de tres testigos, porque en aquellos años –1968– eso era posible. Lo cierto es que él desapareció del país, dice que se fue a vivir a Estados Unidos y crió a sus hijos allá, pero no sabemos cuánto de cierto o de fantasía hay en sus relatos”, afirma María Cuevas, quien nos advierte que Gabriel padece de algún tipo de deterioro cognitivo
Él cuenta que llegó de Estados Unidos hace unos años, sin especificar cuántos: “Me vine pensando que me iba a encontrar con mi señora en la casa, asopado, y no. La casa estaba con otro dueño, ella la había vendido”.
Se fue a Los Andes donde un amigo le dio trabajo en el taller mecánico a cambio de una cama y un techo. “Me chorié, porque así no iba a prosperar. Siempre he sido mosquito, mi mamá me agarraba a palos por eso, con 14 años me fui de la casa, ¿usted cree que por bueno? Me agarraba todos los días con mi mami, me quería controlar, yo me sentía ahogado, así que un día le dije chao, no te voy a hacer padecer más, me voy, y no le dije a dónde me iba, nada. Mi papá me ubicó. Por eso mi vida ha sido terrible, soy muy jodido”, reconoce.
Volvió al puerto y anduvo en la calle hasta que le dio el derrame cerebral. “Me fui a un hospital, se me durmió toda la mitad del cuerpo, pero me sacaron de la cama y me llevaron a la segunda comisaría. El paco se reía, porque me dijo que yo aparecía como muerto. Le dije yo estoy muerto pero no estoy muerto, mi señora me mató para quedarse con todo, y eso no es novedad, le dije yo, yo siendo mi señora habría hecho lo mismo. Y se largan todos a reír, tenientes, capitanes, se mataban de la risa”
–¿Y por qué no arregla el papel?, le preguntó el carabinero.
“Porque no tengo a nadie que me ayude poh. No tengo idea, no tengo plata, estoy en la calle, ya se me ocurrirá algo. Para eso tengo cabeza, pa´ pensar si no soy tan bruto”, cuenta que le respondió. Acto seguido, se dio cuenta que debía resolver el problema de su falta de identidad cuanto antes. Caminando, llegó hasta el Hogar de Cristo, del había sido socio por cinco años. “Trabajando, yo nunca fui amarrete”, dice.
DE OBAMA A MERKEL
Gabriel Leiva se presenta a sí mismo como técnico electrónico y padre de siete hijos. Tres de ellos, afirma, son ingenieros en Estados Unidos.
“Si yo le contara cómo me fue afuera, parecía rey. Hasta la India llegué. Hice un proyecto que tenía metido en mi cabeza y acá en Chile me lo querían robar. Son 18 años que trabajé en generar energía con electromagnetismo, sin sol, sin agua, sin gas, sin nada, cero contaminación. La única planta en el mundo así. Me lo reconocieron los alemanes y los gringos”, asegura.
Una de las plantas que hizo, afirma, está en la Casa Blanca. “Ahí conocí al Obama. Yo creo que tuve suerte, dejé a mis hijos trabajando allá. Puedo ser multimillonario. El costo de operación es un 10 por ciento de lo que se paga la luz aquí. Pero en Chile me tildaron de loco y me quisieron robar el proyecto. Estuve con la Angela Merkel también”.
La trabajadora social María Cuevas relata que habló con la hermana de Gabriel y que hay mucho de fantasía en su historia. “Me contó que nunca crió a ningún hijo. Los tuvo, pero desaparecía de sus vidas”, señala.
Gabriel reconoce: “Gracias a la hospedería, resucité. Me dieron asesoría, seguridad y un hogar en los tiempos más difíciles. Tenía 73 años y estaba en la calle, muerto. La calle es una tierra de nadie. Hay vicio, robo, asalto. ¿Quién puede querer estar allí?. El Chino, que mató hasta policías, era amigo mío. Hay que creer en la gente buena, yo la encontré en el Hogar de Cristo, que es como un Edén en medio del infierno”.
Actualmente, él ya no está en la hospedería sino en un departamento del programa Vivienda Primero, del Ministerio de la Vivienda y del Ministerio de Desarrollo Social que ejecuta Hogar de Cristo.