Gracias a un completo programa de talleres, un grupo de hombres en situación de pobreza y exclusión social en Linares han aprovechado la cuarentena para aprender a leer, escribir, pintar y tallar madera. Aquí, sus testimonios y sus emocionantes agradecimientos.
Por Daniela Calderón
9 Junio 2020 a las
16:59
Desde mediados de marzo, cuando la pandemia por el coronavirus explotó en nuestro país, los 16 hombres que cada noche buscaban refugio en la Hospedería de Linares acataron las medidas de seguridad sanitarias impuestas por la jefatura del programa y decidieron comenzar una cuarentena preventiva que hoy suma más de 60 días.
El “nadie sale y nadie entra” sonaba fácil en ese momento, pero se convertiría en todo un desafío, tanto para las 10 trabajadoras del programa, como para los usuarios, muchos de ellos en situación de calle y poco acostumbrados al encierro y a la convivencia.
“Históricamente, solo habíamos trabajado de noche, igual que todas las hospederías. Por eso, el trabajo de día implicaba nuevos desafíos. Lo primero que hicimos fue entrevistar a cada uno de los usuarios para conocer sus motivaciones y sus historias de vida, sus penas y tristezas”, cuenta Danna Fuentes, jefa de la Hospedería de Linares, quien gracias a estas entrevistas logró idear, junto al resto de las trabajadoras, un completo programa de actividades para desarrollar las habilidades cognitivas y sociales de los usuarios.
Así nació un programa de talleres de estimulación cognitiva, habilidades sociales para trabajar la tolerancia, comunicación, hábitos de higiene, así como comisiones de aseo y emergencias, como terremotos o incendios. Además de círculos afectivos y talleres de madera y pintura, que han dado excelente resultados.
Así lo confirma Ricardo Núñez (63), cuidador de maquinaria pesada, que antes de la pandemia repartía sus días entre la Hospedería de Linares y su trabajo en las faenas del norte. Hoy forma parte del taller de madera. “Los talleres nos ayudan a pasar el tiempo mientras estamos encerrados. Si no hiciéramos nada, andaríamos mal psicológicamente y frustrados por el encierro. Agradezco todo lo que hemos hecho para que mientras estemos acá vayamos progresando”, dice, agradecido. Pablo Cid (49), oriundo de Concepción, por su parte, declara: “Nos hemos sentido protegidos. Nos han motivado para que cada uno desarrolle su propia habilidad. Soy parte del taller de madera y pintura, he aprendido a hacer adornos y colgadores de llaves”, agrega.
Son muchos los que han descubierto habilidades que tenían ocultas u olvidadas. José Monares (71) vendedor ambulante y estudiante destacado del taller de matemáticas, nos cuenta: “Me gusta recordar cuando iba al colegio. Por ahora estoy aprendiendo a resolver operaciones matemáticas y me imagino que después irá subiendo la exigencia. Pero todavía me queda cabeza para seguir aprendiendo. Nunca fui un alumno destacado, pero uno de mis ramos favoritos en el colegio era matemáticas”.
Al igual que él, Mario Maldonado (70) y Víctor Barrera (46), temporero y obrero respectivamente, han aprovechado esta cuarentena para aprender lo que siempre necesitaron: a leer y escribir. “He hecho varias tareas. He aprendido a escribir mi nombre. Antes no sabía hacer nada”, dice Mario. “En mi familia éramos nueve hermanos y nunca tuvimos estudios, nunca fui al colegio y esta es la primera vez que me dicen que puedo aprender algo. Y ahora voy a empezar con las clases para ver si aprendo a leer y escribir mi nombre”, agrega orgulloso, Víctor.
Es notable cómo en esta Hospedería de Linares la cuarentena no ha pasado en vano y ha permitido que cada usuario descubra sus habilidades, intereses y destrezas. “Acá tenemos personas resilientes, que quieren salir adelante, que están descubriendo sus capacidades, se están valorando y están formando una familia con sus otros compañeros. Es un vínculo basado en el respeto, en la dignidad y en el reconocimiento del otro como sujeto de derechos. Con esto buscamos la reinserción social de nuestros usuarios, cambiar la mirada hacia las personas en situación de calle, descubrir sus habilidades y, como decía el padre Hurtado, descubrir que debajo de esos harapos, existen personas valiosas que pueden entregar mucho a la sociedad”, reflexiona Danna.
“Estoy muy agradecido del amor y del cariño que nos tienen. Siempre he dicho que el Hogar de Cristo es un pedacito de cielo, no solo para mí, sino para todos los que pasamos por acá. En este pedacito de cielo están todas las personas que lo administran y lo dirigen. Las quiero mucho, porque son capaces de soportarnos tal cual somos. Todos tenemos distintos genios; yo, por ejemplo, soy más tranquilo que una foto”, dice al otro lado del teléfono Ricardo Núñez.
José Monares también agradece. “Estoy consciente de que aquí me están salvando la vida. Acá hay empatía e inclusión, lo que es muy difícil de encontrar en este país”. Luis Santana (40) cierra, diciendo: “Cuando todo esto termine, quiero cambiar las cosas que hice mal, pero nunca olvidarme de dónde estuve. Siempre estaré agradecido de cada una de las tías que trabajan en este lugar. El día que me vaya las llevaré siempre en mi corazón”.