Una reconstrucción lenta y dolorosa
Se respira indignación en los cerros de Viña del Mar. A poco de cumplirse un año del feroz incendio que arrasó con importantes sectores y dejó 137 muertos, los damnificados claman por ayuda para continuar la reconstrucción. “Estoy esperando que el SERVIU se ponga las pilas, porque se pasan la pelota unos a otros”, dice una afectada.
Por María Teresa Villafrade
14 Enero 2025 a las 19:48
Con un poco de vergüenza, Lucía Yanca Cruz (75) abre la puerta de su vivienda de emergencia donde habita hace 11 meses. Desde que el feroz incendio destruyó su casa el pasado 2 de febrero de 2024.
“Está todo desordenado, porque no tengo espacio para nada”, justifica, mientras muestra donde vive con su marido. A su alrededor, ladran y corren tres de sus seis perritos.
El trágico día del incendio en que 15 mil familias perdieron sus viviendas y 137 personas resultaron fallecidas de manera atroz, Lucía lo recuerda como si fuera ayer. Y las lágrimas no tardan en salir. Ella no quería abandonar su casa sin las 12 mascotas que tenía entonces. El fuego ya estaba encima. Primero vio el humo que salía desde el Jardín Botánico, luego las llamas saltaron a El Olivar y en minutos ya estaban sobre Villa Independencia y Villa La Pradera, donde vive.
Cuando finalmente se convenció de partir, abrió la reja para que salieran al exterior por primera vez sus perros, los que mágicamente se mantuvieron a su lado en la huida.
“Ese día, los bomberos llegaron y yo me ilusioné con que lograrían salvar mi casa del incendio, pero los grifos no tenían agua: Que se queme nomás, fue lo que dijeron de mi hogar”.
Se quemó todo incluso el hermoso jardín que ella cuidaba con esmero. “Soy del campo, de Chincolco, y para mí, una casa sin jardín no es casa. Me encantan las plantas”, dice mostrando cómo ha vuelto a llenarla de flores, suculentas y hierbas.
Detrás de la vivienda de emergencia, le instalaron la casa que será la definitiva. Pero se le acabaron los recursos para terminarla.
“Nos cortaron los bonos y quedamos de brazos cruzados. Mi marido trabaja pero alcanza para nuestra subsistencia y no para continuar con la obra. Estoy esperando que el Serviu se ponga las pilas, todos se tiran la pelota unos a otros”.
La queja de Lucía se repite en otros damnificados.
María Tapia, la dirigente vecinal de Villa La Pradera, la abraza compasiva y muestra indignada una de las cuatro casas “industrializadas” –así denomina a las definitivas– que están listas pero que aún no se entregan formalmente tras el incendio:
“Cuatro casas nada más de un universo de 44 familias que son asociadas a nuestra junta de vecinos y que perdieron todo, como Lucía. La gran mayoría ha reconstruido por su cuenta, endeudándose, con la ayuda de familiares, amigos, y algo de lo que aportó el gobierno con los bonos”.
“Esto ha sido demasiado lento, mucho trámite, papeleo y nunca se les ocurrió venir a instalar oficinas de atención aquí, porque para los adultos mayores tener que bajar del cerro cada día es un esfuerzo tremendo”, dice, indignada.
María no cree en las cifra oficial de fallecidos (137), ni tampoco en los datos de las personas mayores que lo perdieron todo (3.500). “Yo vi la tragedia y estoy segura de que fueron muchos más los que murieron, porque entre los escombros recogían puros huesos”, exclama.
Edith Morales Figueroa (50) es profesora del colegio Comercial de Valparaíso y vive en la Villa Independencia. El 2 de febrero de 2024, día del incendio, ella estaba en una actividad con unas religiosas con las que trabaja en la capilla Jesús Sacramentado, ubicada a pocas cuadras de su casa.
“Estábamos preparando lo que llamamos campo de verano para entretener a los niños en sus vacaciones. Terminamos como a las cuatro de la tarde y veíamos el humo. Para nosotros era algo normal ver el humo que salía del Jardín Botánico. Con mi mamá cenamos y nos fuimos a dormir”, dice, mientras señala el terreno donde antes estaban las tres viviendas familiares.
Siete adultos y un niño de 10 años conformaban el núcleo familiar.
“De repente me despierta la alarma en el celular y mi hermana me grita que hay mucho humo y que mi mamá está desesperada pidiendo que vayamos a buscar a los perros. Nos levantamos y no se veía nada por el humo. Mi mamá no podía encontrar las correas de las mascotas. De repente todo se oscureció”.
Su hermana alcanzó a agarrar a la gata y la metió en una bolsa de tela. Edith echó en una mochila un polerón, una botella con agua y el cargador del celular: “Nosotros pensamos en evacuar y volver al otro día. Subimos por la calle Gabriela Mistral donde los autos estaban recién bajando, pero se dieron cuenta de que no se podía continuar bajando y comenzaron a retroceder”, recuerda.
Esa calle se convirtió en la tumba de innumerables personas que murieron calcinadas dentro de sus vehículos. “Íbamos caminando por la única vereda que hay pegada al cerro. Nosotras con las mochilas y sin separarnos. Mi hermana mayor tiene dos hijos y uno de ellos estaba con su papá más abajo, ella fue a buscarlo. Mi mamá nos pidió subirnos a un bus que apareció y abrió las puertas y nosotras nos negamos, no podíamos separarnos”.
A esas alturas, los celulares no tenían ya señal. Siguieron caminando alejándose lo más lejos posible del fuego.
“Los carabineros nos dijeron que evacuáramos al sector de las Glorias Navales pero no podíamos llegar hasta allá, era imposible. Fueron cuatro horas caminando hasta llegar a 15 norte. Nos salvamos”.
Al día siguiente, su hermano que maneja un colectivo fue a ver las casas. A las seis de la mañana empezó a enviarles unas fotografías donde todo se veía negro. “Dos de nuestros tres perros habían sobrevivido, pero de las casas no quedó nada”.
Todo el grupo familiar convive en tres viviendas de emergencia. Su mamá, Cecilia Figueroa, recibió el kit de habitabilidad que entregó Hogar de Cristo y, como ayuda estatal, postuló a que les construyeran un condominio de tres pisos:
“Acá estamos esperando, pero lo bueno es que nos dijeron que una vez que empiecen a construir se demoran solo tres meses en terminarlo. Si hubiésemos escogido la autoconstrucción, todo el proceso tarda un año”, explica Edith.
La familia recibió con júbilo la llegada del arquitecto y de la grúa. Recolectaron toda la documentación solicitada y empezó el calvario: “Nos decían que faltaba otro papel y así, ya se va a cumplir un año. Por la constructora supimos que este será el primer condominio que van a instalar aquí. Por lo que hemos visto en las redes sociales, de mil casas que se necesitan han entregado 10 o 12, esa es la proporción. Hay dos familias que les empezaron a construir con subsidio y llegaron los trabajadores. De repente, todo se paró. Que hubo un error con los papeles del subsidio y les detuvieron la construcción”.
En Villa Independencia, asegura, con subsidio del Estado no se ha entregado ninguna casa. Todas las que se ven son autoconstrucción o viviendas de emergencia.
“De este sector hacia abajo (El Olivar) ningún vecino ha recibido su casa, solo los papeles de subsidio. No se ve mucho movimiento que digamos. Por eso, la molestia. ¿A quién le reclamamos? Al Senapred. Llegamos allá y nos dicen que ellos no tienen nada que ver. Lo mismo nos dicen en Chile Atiende”.
Para su mamá, Cecilia Figueroa, más urgente que sus propias casas es reconstruir la capilla Jesús Sacramentado. “De mi casa lo único que no se quemó fue la gruta de la Virgen María, somos muy creyentes”, dice Cecilia.
Visitamos la capilla cuya base de cemento quedó intacta y solo tiene como techo un nylon para protegerse del fuerte calor que impera en los cerros. En sus rejas del antejardín se observan ondeando numerosos papeles blancos con los nombres de los integrantes de la comunidad que fallecieron en el incendio: Gladys Pradenas, Irma Nieto, José Lizama, Erick Maggio Aguirre y muchos más.
Muy cerca está la Escuela Villa Independencia que se quemó solo parcialmente y al lado un gran muro con rostros pintados de algunos fallecidos y un mensaje: La Villa se levanta con fuerza y esperanza.
“Nos apura mucho volver a tener capilla de nuevo, que no solo es un lugar de fe compartida, sino de encuentro y de solidaridad entre todos nosotros. Yo agradezco mucho al Hogar de Cristo que estuvo con nosotros desde el primer día, por eso llamo ahora a que nos olviden y nos ayuden en la reconstrucción”, finaliza Cecilia Figueroa.
Alex Arancibia, jefe de operación social territorial de la fundación, explica que además de los 1.249 kits de habitabilidad entregados que beneficiaron a casi cinco mil personas, se implementó el programa Primera Respuesta en sectores como el campamento Manuel Bustos, Lomas La Torre y Monte Sinaí. Ese dispositivo brindó apoyo y contención emocional de marzo a diciembre de 2024 a más de 500 familias.
“Son personas que vivieron la tragedia de ver morir a sus seres queridos, a sus vecinos. La gran mayoría de los que murieron eran personas mayores y se escuchan historias muy tristes como la de una pareja que encontraron abrazada y calcinada al interior de un auto; o de un adulto mayor que se devolvió a su casa y se encerró con llave”, dice.
Por eso y más, el dolor de la lenta reconstrucción se respira en los cerros de Viña del Mar. No los olvidemos. En la historia del mundo no ha habido un incendio urbano forestal más mortífero.