A sus 80 años, esta voluntaria por casi dos décadas de la causa de Alberto Hurtado, se define como una mujer audaz, de mucha búsqueda y siempre abierta a emprender nuevas aventuras.
Por María Teresa Villafrade
13 Mayo 2019 a las
15:47
Es socióloga de profesión y trabajó hace años atrás con Fernando Monckeberg en el INTA, pero fue viviendo en Estados Unidos, cuando le diagnosticaron un cáncer de mamas, que Isabel Vial, casada, madre de 4 hijos y abuela de 13 nietos, tuvo por primera vez un encuentro con grupos de apoyo. “Me involucré en un colectivo que acompañaba a mujeres con cáncer, como yo. Aprendí lo que era el trabajo de acompañar”, cuenta.
A su regreso a Chile, se dedicó a visitar a los niños hospitalizados y abandonados en el hospital Calvo Mackenna y, después, gracias a la invitación que le hicieron sus ex compañeras de colegio del Villa María, se sumó como voluntaria del Hogar de Cristo. “Ellas acudían a un hogar de adultos mayores en Recoleta. Empecé a ir un día a la semana y los aumenté a dos con el paso del tiempo. De eso ya han pasado 18 años”, cuenta.
Admite que le cuesta resumir lo que ha vivido. “Llegué pensando que iba a hacer algo de caridad por un grupo de personas, pero ese algo se transformó en dar vida. Y dar vida es escuchar. Lo más importante es que he aprendido a escuchar, lo que ha generado una relación de entrega, de cariño, de comprensión y de amistad con los acogidos del Hogar”.
Reconoce que al principio no sabía cómo estar con ellos, no encontraba una manera de llegar a los hombres y mujeres mayores con dolorosas historias de vulnerabilidad y abandono. Por eso, decidió entregar más tiempo, empezó a quedarse y a abarcar más aspectos.
“El jesuita Marcelo Gidi ha sido mi maestro en la búsqueda y participación del Reino en el Hogar, mostrándome la libertad y comprensión del mismo. Me ha apoyado en mis aventuras de acompañamiento y de involucrarme en vivirlo. Pero yo no quisiera que mi testimonio sea un ejemplo, es solo uno más entre tantos. Hay una voluntaria que lleva más años que yo y que va los martes a la liturgia y además va los viernes con un carrito. Ella pasa por las casas tomando notas y los abuelos le dan dinero y le encargan frutas o verduras de la feria. ¡La adoran!”.
LAS ASISTENTES: MÁS SANTAS QUE LOS SANTOS
Isabel destaca especialmente el trabajo que realizan todas las asistentes del adulto mayor, a quienes considera auténticas heroínas. “Para mí ha sido una revelación ver el cariño y la dedicación que le entregan a los más abandonados de la sociedad. Su labor es muy difícil y muy poco grata en momentos. Ellas ven a la persona y no a un cuerpo que se ha deteriorado. Tienen verdadera compasión. Las encuentro más santas que todos los santos”, agrega.
Recuerda el caso de una anciana que pasaba en cama gritando, se desnudaba y tenía un comportamiento muy extraño y complicado. “Las asistentes lograron una transformación milagrosa. Comenzaron sacándola a caminar por el jardín hasta que la llevaron a la mesa. Ahora tú la ves tranquila y siempre con una sonrisa, se nota que está contenta. A esa abuela las asistentes le cambiaron la vida”.
Piensa que los voluntarios más que dar deben acompañar. Los martes en la mañana y los miércoles en la tarde, Isabel va al hogar y los escucha, pero también les lee cuentos de Ítalo Calvino. “Ahora me lo exigen y quedo agotada”, dice sonriendo. Y en Navidad lleva a su familia para hacer una representación del nacimiento de Jesús.
“He acompañado a abuelitos a morir, porque no siempre puede llegar un sacerdote. Recuerdo que una vez una persona del hogar me comentó: ahora sé que no voy a estar solo cuando me muera, y eso me conmovió”.