Las educadoras del establecimiento “San Alberto de Chacarillas”, el cual tiene 14 años de historia, desplegaron toda su creatividad para que los preescolares y sus familias pudieran culminar esta etapa de su trayectoria educativa en un año de pandemia, que alteró la vida de todos.
Por María Luisa Galán
5 Febrero 2021 a las 11:01
“Los papás fueron vestidos muy formales, algunos niños usaron humita. Estaban todos muy bien preparados, elegantemente vestidos, le dieron todo el realce que significaba el egreso para ellos. Hubo mamás que se emocionaron, lo mismo que nosotras. Fue triste y alegre a la vez”, cuenta Marcela Luna, directora del Jardín Infantil y Sala Cuna San Alberto de Chacarillas, ubicado en la ciudad de Constitución. La ceremonia se realizó en una sala, siguiendo todos los protocolos sanitarios; los 57 niños y niñas que cumplieron su etapa preescolar pasaron de a uno, junto a sus familias a buscar su diploma, regalo y recibir los parabienes de las que fueron sus “tías”.
Cuando lo planificaron, Constitución estaba en Fase 3, pero el anuncio de retroceso del plan Paso a Paso del Gobierno hizo modificar la idea inicial. Tenían todo: las flores, la decoración, las mesas, pero a pesar de todo se las ingeniaron y se ajustaron a las nuevas condiciones que implica la Fase 2. “Cuando se planificó la actividad, las educadoras tenían que leer las características de los niños, que ellas manejan porque los conocen desde la sala cuna, pero pasó que en una sala la educadora sólo conocía a tres, los otros cinco ingresaron el 2020 y sólo los vio una semana. En ese caso, la forma de averiguar más fue a través de los papás y buscaron juntos el significado de los nombres de los niños y niñas. Así que resultó algo bonito”, cuenta Marcela Luna, directora del jardín desde hace 14 años.
El jardín infantil y sala cuna “San Alberto de Chacarillas” es el más grande Chile. Tiene capacidad para 188 niños y niñas, de ellos, 60 cupos son para sala cuna. “El jardín fue hecho para unas familias que se iban a erradicar de un sector que se llamaba La Poza. Después, con el terremoto, todo cambió. Nosotros estábamos rodeados por sitios eriazos, pero luego se instalaron departamentos sociales y en ese momento no dimos abasto, por eso tuvimos que ampliarnos el 2015. Somos el único jardín del sector, así que está muy bien focalizada la zona donde se instaló”, relata Marcela, quien llegó pocos meses después de inaugurado, en 2007.
Y, aunque durante el 2020, no hubo clases presenciales, las educadoras desplegaron toda su creatividad para enviar material de trabajo a sus pequeños estudiantes. “Partimos con harto ánimo, mandando muchas actividades, una por día, pero a mediados de año fueron las mismas familias las que nos pidieron que no enviáramos tantas actividades porque estaban cansadas y los niños no querían trabajar. Estaban como estábamos todos: agotados, con un poco de desgano. Finalmente bajamos a tres actividades por semana y a fin de año a una”, cuenta Marcela.
Los apoderados podían elegir la actividad a realizar, la idea era que las familias escogieran según lo que tuvieran en sus casas. Las educadoras enviaban videos, haciendo de modelo ellas mismas junto a sus hijos. “En un principio las familias enviaban bastante retroalimentación de los trabajos que hacían. Cada sala tenía su grupo de difusión, por donde se mandaban los videos que los niños realizaban. Pero al final de año pasó que teníamos pocos insumos para hacer las evaluaciones de los niños, lo que nos provocó problemas porque por más que las educadoras mandaran mensajes o llamaran, las familias no retroalimentaban. Eso costó mucho”, dice.
-¿Hubo un retroceso educacional en los niños?
-Creo que sí en términos educativos. Nos pasó con algunas familias y lo peor es que nos enteramos a final de año. Cuando con mis equipos hicimos un análisis nos dimos cuenta por ejemplo, que en familias haitianas la madre no entendía qué tenían que hacer, incluso el niño entendía más español que la madre. El año pasado fue de ensayo y error y de los errores vamos a aprender para trabajar mejor este año. Cuando enviábamos videos tratamos de que fueran lo más fáciles posibles, que no complicaran a las familias, con materiales que ellos tuvieran en sus casas; y con las familias que no logramos comunicarnos de manera telefónica, lo que costó mucho con algunas, cuando hacíamos entrega de canastas de alimentos, les entregábamos material concreto. Hacíamos sets de materiales.
-Fue un año complicado…
-Sí, para todos. Para el personal, para las familias. Nosotros atendemos a familias que viven en los departamentos que están a nuestro alrededor, que son muy pequeños, de unos 50 metros cuadrados, entonces hubo niños que estuvieron muy encerrados durante todo el año.
-¿Crees que los niños fueron testigos o víctimas de violencia intrafamiliar producto del confinamiento?
-Cuando fuimos a la ceremonia de egreso, nos enteramos que una niña estaba viendo violencia dentro de su hogar. No sé si aumentó, pero se sigue manteniendo y tal vez se agravó más por el tema del encierro.
Los 57 niños y niñas que egresaron pertenecían a los niveles medio mayor y medio heterogéneo A y B. Muchos son hijos de pescadores, de madres que trabajan en los viveros de Arauco, en empresas de la zona. Hoy, al cierre de este ciclo y del tormentoso 2020, Marcela recuerda: “Una madre le dijo a una de las educadoras que no había podido trabajar el año pasado, porque no abrieron el jardín y, sin esa ayuda presencial, ella no podía hacerlo”.
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