Regenta de un burdel, que ayudó en Los Ángeles
La ciudad de Los Ángeles fue, junto con Antofagasta, una de las primeras filiales de Hogar de Cristo. El 27 de agosto de 1957, en el seno de una sociedad muy conservadora, abrió sus puertas la gran obra social fundada por Alberto Hurtado en la capital en 1944. Y una de sus primeras e importantes colaboradoras fue Estela Bórquez, la regenta del burdel más elegante de la ciudad.
Por María Teresa Villafrade
15 Octubre 2024 a las 18:19
Entre las múltiples e increíbles anécdotas que hemos estado recopilando con ocasión de los 80 años de Hogar de Cristo, la historia de Estela Bórquez llegó a nuestras manos gracias un texto sobre un crimen homofóbico que narró el célebre escritor chileno Roberto Bolaño.
El periodista de la Universidad de Concepción, Juvenal Rivera, lo sacó a la luz en un artículo publicado en El Mostrador. Además del relato del horroroso crimen de odio que afectó a un hombre por el solo hecho de ser gay, llamó nuestra atención una información importante que aludía al recién nacido Hogar de Cristo en la ciudad de Los Ángeles.
Reproducimos:
La sociedad de Los Ángeles siempre ha sido muy conservadora. Una impronta marcada por su origen agrario, de grandes latifundistas y de un numeroso inquilinaje, cruzado por una historia violenta debido a que fue la frontera de la corona española (y el estado chileno después) con la nación mapuche. Malocas y malones fueron parte de la vida hasta bien avanzando de siglo XIX.
Pese a ese conservadurismo, la existencia de boites o burdeles era aceptada socialmente. Nadie se hacía mayor asunto, aunque algunos reclamaran contra semejante acto de pecado y libertinaje. En Los Ángeles, la mayoría de los burdeles se situó en el sector norte. En la Villa Hermosa hubo varios locales de ese tipo, incluso separados a veces por unas pocas casas entre sí. Ilustrativo es que en sus inicios – a fines del siglo XIX – el barrio fue conocido como Villa Alegre por sus chinganas y bares, hasta que fue rebautizado como Villa Hermosa en los albores del siglo siguiente, al consolidarse su uso habitacional.
Después de la crisis económica de los años 30, los burdeles se multiplicaron en la ciudad (y en el país), de la mano de la masiva migración del campo a las ciudades. Muchas jóvenes no tuvieron más opción que sobrevivir ejerciendo el comercio sexual.
A mediados de los años 50, los burdeles ya eran un negocio próspero. En Los Ángeles, “El Zepelín” fue uno de los mayores referentes. Tenía amplios y cómodos salones con buena y abundantes alternativas de comida y tragos. Un campanillero anunciaba la llegada de los visitantes. También un pianista y, particularmente en los fines de semana, una orquesta se encargaba de amenizar las veladas para los parroquianos permanentes y eventuales. Al fondo, estaban las piezas de las anfitrionas y, hacia el final, las habitaciones del personal del servicio.
Funcionaba de lunes a domingo, en jornadas que parecían no terminar. No obstante, vio el final de sus días a fines de los años 60 cuando falleció su dueña, Estela Bórquez. Por cierto, ha quedado en el olvido que ella no solo regentó ese local sino que además fue una de las mayores colaboradoras en los primeros años de funcionamiento de la filial Los Angeles del Hogar de Cristo
En entrevista con el periodista Juvenal Rivera, obtuvimos algo más de antecedentes: “Es bien especial este hecho, porque la ubicación del prostíbulo era en un sector que estaba rodeado de casas familiares comunes y corrientes, que interactuaban entre sí sin ningún problema. Por lejos, el mejor prostíbulo era el de la señora Estela, era el más elegante. No solo tenía un pianista sino que fue la primera vez que se supo de orquestas que tocaran en vivo para un evento. En aquellos años, esto era algo muy excepcional”.
Estela Bórquez fue una de las más reconocidas representantes de la bohemia local que tuvo su epicentro en la cuadra 8 de la calle Mendoza, al norte de la ciudad, con recintos de la más diversa factura, algunos muy refinados, otros verdaderos antros. A ella se suman personajes icónicos como El Rubén, o Las Camaronas; y lugares como La Cabaña, El Club de la Medianoche, el Gato Brujo, Alicia La Pobre, Alicia La Rica, Las Coyundas o El Ambassador. También estuvieron La Vaca Blanca y el “199” (porque quedaba en la calle Néstor del Río 199).
El periodista desentrañó que Estela Bórquez tenía una veta social muy comprometida con la comunidad. “Ella siempre ayudaba a los más necesitados, no solo al Hogar de Cristo. Estamos a mediados de los 50, con una población mayoritariamente empobrecida donde era común ver a mendigos en las calles, gente que pasaba de casa en casa pidiendo comida, ropa o zapatos. Estela siempre fue generosa y nadie se fue nunca con las manos vacías de El Zepelín”, agrega.
Había además muchos niños huérfanos y otros que abandonaban sus hogares por culpa del maltrato y el abuso. “Estela era una mujer soltera, sin hijos. Me la describieron como una mujer muy elegante además de humanitaria y generosa”, concluye el periodista.
José Acevedo, contador, es el trabajador más antiguo de Hogar de Cristo en Los Ángeles. Empezó con apenas 15 años de edad un 5 de abril de 1979, como estafeta y, al principio, durante casi cuatro años, recibió por parte de la Municipalidad el sueldo mínimo conocido como Plan de Empleo Mínimo (PEM).
No sabe nade de Estela Bórquez; es primera vez que escucha esa historia.
“Yo llegué al internado del Hogar de Cristo que existía en aquellos años. Mi familia vivía en Quilleco, en el sector de Tinajón, pero tuve que venirme para poder seguir estudiando. En el día estudiaba en el liceo y en mis horas libres, trabajaba como junior”, recuerda.
En 1983, la fundación lo contrató para el área administrativa tras culminar sus estudios de contabilidad.
“Alberto Hurtado ha sido todo para mí, mi guía, mi confesor. Yo siempre me encomiendo a él y nunca tuve un problema con las auditorias y el manejo de las platas. Estuve 25 años trabajando en contabilidad, eran muchos programas y el trabajo me absorbía bastante. Incluso dejé de lado mi familia para poder cumplir. Nunca traicioné la confianza que Hogar de Cristo depositó en mí”, reflexiona.
Hoy, con 60 años, siente que le están devolviendo la mano. “Mi señora enfermó hace ocho años y yo soy su cuidador. Mi hija es psicóloga y mi hijo, profesor, igual que su madre. Entonces, cada vez que necesito un permiso para llevarla a sus controles, porque tiene una enfermedad terminal, me lo dan. Hoy puedo apoyar a mi señora porque Hogar de Cristo me apoya a mí”.
Para José Acevedo, todos los que trabajan en la fundación “estamos en la antesala del cielo, porque nos dedicamos a full por los pobres. Recuerdo las épocas en que no teníamos las lucas para pagar los sueldos a fin de mes, pero salían. Una vez se nos dañó la lavadora, se lo conté a una voluntaria muy pudiente y ella me entregó un cheque por 400 mil pesos, así. Fui a comprar a la tienda y la lavadora que nos servía costaba exactamente eso. Es la forma que Alberto Hurtado tiene de decirnos que está con nosotros”, dice convencido.
Después de 45 años de llegar a la institución y ejercer toda su vida laboral dentro de ella, José Acevedo siente una enorme satisfacción. Ha sido testigo de muchos cambios. De estar ubicados en Colón 564, donde se inició la obra con una hospedería para mujeres y niños y luego, otra para varones, en el 2003 se inaugura la nueva dependencia en un sitio de 5 mil metros cuadrados, ubicado en la Avenida Las Azaleas 480.
Hoy funcionan dos programas allí: el de atención domiciliaria adulto mayor (PADAM) y la hospedería mixta para personas en situación de calle.
José señala: “Yo seguiré aquí hasta que el Hogar de Cristo disponga otra cosa”.
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